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@cibermonfi

Mi tregua de cien días

El flamante Gobierno de Pedro Sánchez cuenta con mis cien días de gracia. Tendría que cometer un pecado muy grave para ensombrecer el alivio que me produce que Mariano Rajoy ya no viva en La Moncloa. Pero si los que comete son veniales, les adelanto que retendré mi lengua y mi pluma. Deseo disfrutar plenamente de este verano a la portuguesa que yo pedía en mi anterior columna en infoLibre.

No soy tan ególatra como para pensar que la tregua que concedo al nuevo Gobierno pueda tener la menor importancia. Pero quizá sí la tenga el hecho de que este sentimiento sea compartido por la práctica totalidad de mis amigos y familiares. Ninguno está dispuesto a hacerle el juego este verano a esa derecha del PP y Ciudadanos que ya pretende crisparnos con pretextos absurdos. Por ejemplo, el hecho de que Sánchez aspire a dialogar con el Ejecutivo catalán. Un vecino no excesivamente interesado en política, pero con sentido común, me decía el domingo que lo absurdo sería que no lo hiciera, que mantuviera el estéril inmovilismo de ese Don Tancredo apellidado Rajoy.

Como considera que España es su cortijo, la derecha no es capaz de soportar ni un día estar alejada del poder ejecutivo. Ni tan siquiera se conforma con el hecho de seguir siendo hegemónica en muchos de los otros poderes –el financiero, el empresarial, el mediático, el judicial…-. Y tampoco le consuela la evidencia de que un Gobierno como el de Sánchez jamás va a poner en cuestión los fundamentos del régimen: la monarquía, la Constitución del 78, la unidad de España, los intereses del Ibex 35, las reglas de la Unión Europea… Como un bebé, la derecha se pone a gritar y llorar no más le quitan el biberón.

Pero la mala noticia para nuestros conservadores es que la gente no siempre les sigue cuando pretenden crispar en contra del sentido común. El PP intentó desestabilizar al Zapatero de la primera legislatura con la teoría conspiranóica del 11-M, augurando que la retirada de nuestras tropas de Irak le supondría a España un regreso a la Edad de Piedra, despotricando del matrimonio homosexual o afirmando que el presidente socialista se rendía ante ETA tan solo porque pretendía acelerar su final a través de contactos directos. Zapatero, sin embargo, volvió a ganar en 2008. Y con más votos que la primera vez.

Ya sé que hay unos cuantos drogadictos de la crispación derechista. Con su pan se lo coman este verano retorciéndose de rabia ante las pantallas de sus televisores mientras escuchan a los tertulianos ultras proclamar que Sánchez va a hacer obligatorios en toda España el catalán, la barretina y el pa amb tomàquet. Por mi parte, pienso seguir el Mundial de Fútbol –ojalá La Roja nos dé una alegría–, leer, pasear y bañarme en la playa –que ya es hora– durante mis vacaciones y saborear que mi patria no esté gobernada por un partido corrupto, autoritario y carente de la menor empatía con los millones de víctimas de una crisis económica de la que no fueron culpables.

De Sánchez intuí en su momento que podía ser un Ave Fénix. Resulta que lo es y, además, más listo de lo que la mayoría (empezando por la Vieja Guardia de su partido) pensaba. Presentó la moción de censura en el momento más propicio –ese momento en que la izquierda y los nacionalistas iban a apoyarle gratis et amore– y ha construido un Gobierno telegénico, muy de lo más moderno del establishment y con una cualidad, la de una amplia mayoría de mujeres, indiscutiblemente encomiable. El mundo, que ya miró con asombro a la España de ZP cuando legalizó el matrimonio gay, vuelve a sorprenderse por la capacidad de una parte sustantiva de este país para ponerse a la vanguardia de los cambios mundiales en materia de vida civil.

No espero, sin embargo, grandes mejoras en estos primeros cien días de mi tregua personal a Sánchez, y creo que este es también un sentimiento ampliamente compartido. Y no solo porque la correlación de fuerzas no lo permite. También porque sabemos que Sánchez no es, ni por asomo, un líder de izquierdas a lo Bernie Sanders o Jeremy Corbin. Es un socialdemócrata muy tibio y, habiendo triunfado en lo formal, no va a embarcarse en grandes aventuras en asuntos de fondo. Pero millones de compatriotas le agradeceríamos en septiembre que hubiera aprovechado el verano para avanzar en cuatro o cinco cosas que tampoco supondrían la Revolución de Octubre. Charlen ustedes con su gente y verán que me estoy refiriendo a desdramatizar la crisis catalana, a abolir los aspectos más repugnantes de la Ley Mordaza, a blindar la actualización de las pensiones públicas en base al IPC, a crear un clima favorable a la subida de los salarios, a devolver a RTVE la imparcialidad de los tiempos de ZP y a darle a las mujeres todo el apoyo del Estado para que cuando digan no los machistas entiendan que es no.

Si en el otoño, Sánchez y sus ministras y ministros hubieran avanzado en algunas de estas cosas, quizá las próximas elecciones podría ganarlas el PSOE y hasta la izquierda en su conjunto. Entretanto, pienso regodearme este verano con el chasco tan merecido que se han llevado los naranjitos de Rivera. Han quedado como lo que son: el Personal Assistant de la derecha de siemprePersonal Assistant.

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