Desde la tramoya

El aburrimiento de “Catalunya” en siete hechos

Antes de ayer un director de un programa de televisión me decía que ya. Que el tema de Cataluña ya aburría, que cambiáramos de tema, que los espectadores se cansaban y cambiaban de canal cuando se hablaba demasiado de las últimas peripecias de los independentistas catalanes o de su contraparte estatal. Cataluña aburre ya a los programadores de entretenimiento e información, y solo eso debería ser una señal, si pensamos que hace tan solo medio año, por ejemplo el 1 de octubre del año pasado, la pulsión independentista en Cataluña ocupaba las primeras de los medios del mundo entero.

No le interesa seguir con la matraca ni al Govern de la Generalitat, ni al Gobierno de España. Lo que pase en seis meses o en diez años nadie lo sabe, pero lo cierto es que ni uno ni otro tienen interés en guerrear a corto plazo. Me atengo a siete hechos.

Primero, la visita en son de paz. Tras la entrevista larga, amistosa y relajada de Torra con Sánchez en Moncloa, el president estuvo educado, dadivoso y amable con el presidente de España, tal como éste lo estuvo con el molt honorable president. Ni un punto de fisura. Paseo por los jardines, parada en la fuente de los encuentros de Machado y Guiomar, sonrisas y regalos. Qué mala memoria tenemos para no recordar que cuando Zapatero recibía a Mas, o antes a Ibarretxe, en pleno desafío, se medía hasta el ángulo de la sonrisa o si el anfitrión bajaba o no un escalón para recibir a su  invitado al salir del coche. Nada de eso se analizó en este caso. Se daba por hecho que ambos empezaban un momento nuevo, pasara lo que pasara. El simple hecho de ir ambos sin condiciones previas, ya lo señalaba.

Segundo, el enemigo es el Estado, no el Gobierno. Desde que Sánchez ha llegado al Gobierno, no ha habido ni la más mínima crítica relevante al Ejecutivo por parte de la Generalitat, más allá de algunos pellizcos. El enemigo se ha desplazado repentina y curiosamente, al Estado español. Los jueces ya no son esbirros del Gobierno español, como lo eran con Rajoy. El opresor ya no es –claro– Rajoy. Ahora el agravio puede hacerse al rey de España (que sale más o menos gratis), o al Estado (en el que “no hay división de poderes”) que también. Pero se salvaguarda en concreto la actuación del Gobierno, tal como el Gobierno de Sánchez tampoco se refiere ya negativamente al Govern. De manera que Torra acepta que su enemigo sea el rey pero no Sánchez, igual que Sánchez acepta que el suyo sea Puigdemont o los radicales, pero no Torra.

Tercero, no se defiende ya la independencia, sino la autodeterminación. En un deja vú alucinante, Torra vuelve a apelar al marco en el que gana, tras abandonarlo CiU temerariamente hace varios años. Vuelve el marco del derecho a decidir, es decir, el marco de la autodeterminación, el marco de Québec, de Escocia o de... Kosovo. El marco de dejar que la gente hable. No ya el marco de “la gente habló y quiere la independencia”, no, sino el mucho más rentable que dice “dejemos que la gente vote”. La independencia cuenta con un apoyo del 40 por ciento de la población catalana (más menos diez, por decir). El derecho a decidir cuenta con un apoyo del 75 por ciento. “Maldita la hora en la que nos alejamos de ese marco y dimos por hecho que la gente estaba mayoritariamente de nuestro lado”, deben estar pensando ahora los independentistas, especialmente los presos y los huidos, cansados ya de limpiar suelos, jugar al mus o hablar inglés.

Cuarto, ya no exigimos; pero no renunciamos. Torra ha dicho tras ver a Sánchez que no renuncia a ninguna vía para la independencia. Pues vale. Tampoco el Gobierno se lo ha exigido. Recordemos que una de las exigencias del Gobierno de Zapatero a ETA para poder mantener el diálogo era la renuncia expresa a la violencia. Y ETA renunció. Aquí la cosa tampoco exige esas humillaciones. Basta con que no me montes lío. No te pido que firmes nada, ni que lo digas, e incluso te dejo que salgas más o menos airoso: “No renunciamos...”. Pero en la práctica vienes a Moncloa como si fueras Susana Díaz o Alberto Núñez Feijó0, y aceptas una comisión bilateral como cualquier otra en la que tu vicepresidente y la mía concretan cosas que nada tienen que ver con la independencia.

Quinto, declaramos, pero no hacemos. Está bien que tú hables del “president Puigdemont” como si fuera el presidente legítimo, y que te eches las manos a la cabeza porque los tribunales sostengan que los diputados presos han de renunciar a su escaño, o que te refieras al exilio catalán, etc., etc. Pero lo cierto es que prefiero que los activistas de los comités de defensa de la República se replieguen, que no abran telediarios ahora en verano con los lazos amarillos en las playas e, incluso, aunque esto está por ver, que la Diada del 11 de septiembre que viene sea de perfil algo más bajo que las últimas siete. Mantengamos la reclamación general del derecho a decidir, pero, en la práctica, no volvamos a forzar la máquina.

Sexto, qué carajo, los extremismos no han funcionado. Nos dejamos llevar por las pulsiones extremas de ERC, y parcialmente también por las del la CUP. Porque nosotros solos no podíamos gobernar. Con el Estatut, con el finançament, con el dret a decidir... Mandaron entonces los Carod Rovira, los Junqueras, los Rufián... Pero no ha ido bien. Estamos como hace diez años. Exactamente igual. No hemos avanzado nada. La población catalana sigue igual de dividida que entonces. La españolista incluso más locuaz y movilizada. No tenemos nuestro “cupo” como los vascos ni ninguna prerrogativa adicional. Sí, hemos hecho caer a Rajoy, pero no hemos avanzado nada. De paso, los moderados nacionalistas de CiU hemos caído en una suerte de maldición. Rajoy ya no está. Ni Sánchez ni el PSC ni el PSOE son el PP, ni son tampoco Ciudadanos. Volvamos al seny, que era nuestra narrativa, tan rentable electoralmente.

Séptimo, en resumen: hay un hastío monumental con la vía del enfrentamiento improductivo. No hay una mayoría contundente ni en eso llamado constitucionalismo, ni en el independentismo. No hay voluntad real por ninguna de las dos partes concernidas, el Gobierno de Pedro Sánchez, o el Govern de la Generalitat, de seguir peleando.

El pasado reciente demuestra nuestra incapacidad, instalados en el caos como estamos, de anticipar nada, pero los gestos demuestran que el asunto catalán ha terminado por aburrir –positivamente, añado yo– a quienes lo protagonizan. Hasta nuevo aviso. Entretanto, feliz verano.

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