Muros sin Fronteras

¿Hacia qué derecha quiere virar el PP?

Dos importantes partidos políticos cambiaron el pasado fin de semana sus direcciones nacionales. No me refiero a sus dirigentes, que también, sino al rumbo político. El PP de Pablo Casado anuncia un giro a la derecha en asuntos que no son una demanda social, como querer regresar a la ley del Aborto de 1985, oponerse a la eutanasia (aprobada en el Congreso), denunciar la ideología de género (se refiere al feminismo) y rechazar la ley de Memoria Histórica. Prima una pose ideológico-religiosa que conecta más con la Alianza Popular de los Siete Magníficos que con la revolución del #MeToo.

Sería interesante elaborar una lista con todos los noes del PP (o AP), desde lo más local, como un carril bici en Sevilla o un ensanchamiento de aceras en Madrid, a lo más importante. Se opusieron también a la ley de divorcio. Manuel Fraga decía que no era una prioridad.

El otro es el PDCat, o como se llame en el momento en el que lea este texto. Abandona la tentación de un regreso a la vía autonomista –ni como estrategia temporal–, para abrazar por completo la causa de Carles Puigdemont, que es la de la independencia lo antes posible, pero sin concretar fechas. Lo que en su día fue CiU se transformó en PDCat para escapar de la mancha del 3% y ahora se llamará Crida Nacional.

La periodista Lucía Méndez recordaba hace unos días, en su cuenta de Twitter, un dato del CIS que viene al caso. Revela dónde sitúan los españoles a los distintos partidos políticos. El 1 sería extrema izquierda y el 10, extrema derecha. El PP de Rajoy tenía un 8,13; el PSOE, 4,49; Podemos, 2,18 y Ciudadanos, 6,76.

Habrá que estar atentos al próximo barómetro para saber el resultado de Pablo Casado. Un 8,13 está más cerca de la extrema derecha que el 2,18 de Podemos de la extrema izquierda.

Los reajustes en el bloque independentista en Cataluña obedecen hoy a dinámicas internas. El proceso de radicalización de la burguesía catalanista es evidente desde que el Constitucional cercenó en 2010 el Estatut aprobado por el Parlament. También hubo pánico a quedar barridos por el ímpetu de la calle, de las grandes Diadas. Esto marca el comportamiento de Artur Mas desde 2012. Se lanzó al vacío como Gorbachov, sin un plan claro.

Hubo también elementos exteriores, como la recesión económica que desde 2008 ha arrasado empleos y derechos en todo el mundo y arruinado las esperanzas de vida de millones de jóvenes. Es la primera generación desde 1945 que vive peor que sus padres. Y el descenso aún no ha terminado. Hablamos del Primer Mundo, porque en el Tercero las cuentas son mucho peores.

La globalización y un turbo capitalismo (me encanta el término; es de la escritora alemana Andrea Köhler) sin control han minado el poder de los Estados dejando a los ciudadanos a la intemperie. La rebelión contras las élites se manifiesta de muchas maneras. La irrupción de la extrema derecha y de los nacionalismos son dos ejemplos, quizá los más significativos. También están los llamados populismos de izquierda, aunque son otra cosa, se trata de la irrupción de un discurso alternativo de izquierda que busca ocupar el espacio abandonado por gran parte de la socialdemocracia.

Sucede estos días en algunas de las primarias del Partido Demócrata en EEUU para las legislativas del 8 de noviembre. Los candidatos insurgentes (así los llama la prensa norteamericana) se están imponiendo a figuras consagradas del partido, consideradas moderadas.

Este giro a la izquierda es evidente en los casos de Alexandria Ocasio-Cortez y Kevin León. Ambos están bajo el paraguas de Bernie Sanders. Son la reacción a una izquierda que se comporta como una derecha algo más civilizada. En EEUU la diferencia entre los demócratas y los republicanos es la misma que entre Coca Cola y Pepsi Cola, una cuestión de gusto. Y está la ultraderecha del Partido Republicano que jalea a Trump. En ese caso la diferencia con Obama resulta abismal.

Marine Le Pen (Francia), Geert Wilders (Holanda), Frauke Petry (Alemania), Matteo Salvini (Italia), Nobert Hofer (Austria), Nikos Michaloliakos (Grecia) o Zeiko Reiner (Croacia) son algunos de los nombres de la extrema derecha europea. Varios están sentados en gobiernos y dirigen ministerios de Interior.

Lo más peligroso no es que suban en las encuestas, o mejoren en las elecciones, sino que, para combatirlos, la derecha democrática y a veces la izquierda tradicional copian alguna de sus ideas. El asunto más evidente es la migración. En la UE se ha impuesto la seguridad a los derechos humanos.

El Brexit y los independentistas catalanes estarían en el cuadro de los nacionalistas. Aunque en el caso de Nigel Farage hay muchas similitudes con el resto de la extrema derecha, no conviene generalizar, pese a los tuits pasados de Torra. Los nacionalismos se alimentan de agravios, reales o ficticios. En el caso de Cataluña abundan ambos.

Será interesante ver cómo termina el Brexit y cuál será el precio que va a pagar el Reino Unido. No me refiero al cheque de compensación, sino al impacto en su economía y la pérdida de puestos de trabajo.

Si le fuera bien animaría al grupo de Visegrado (checos, húngaros, polacos y eslovacos) y daría alas a los independentistas. Fue curioso ver a Torra con la foto de Churchill en la solapa. Explicó que fue por el No Surrender (ante Hitler, recordemos). Debería preguntar a los irlandeses qué opinan del rol de Churchill en la partición de la isla. Tanta necesidad de simbolismo es peligrosa.

No sé a qué derecha desea moverse Pablo Casado, pero alguna de sus banderas no difieren mucho de las de Le Pen. En la derecha española hay un carlismo subyacente que consiste en rechazar todo.

Los nuevos responsables del PP y del PDCat se han apresurado a mostrar los dientes a Pedro Sánchez. Casado ha anunciando una oposición implacable (¿saben hacer otra cosa?) y el PDeCat va a encarecer el apoyo parlamentario que Sánchez necesita para poder gobernar. Este gobierno no va a cambiar la letra pero puede que cambie la música, destense, abra vías de diálogo. Si se les va la mano pueden acabar en unas elecciones anticipadas y con el PP y Ciudadanos en el poder.

El nuevo PP (desde el de la Gürtel que aún no ha terminado al del máster sin trabajos ni exámenes) no ha hecho acto de contrición ni pasado página alguna con su pasado (de ayer mismo). Basta comprobar los comensales de la comida precongresual con Casado: varios reprobados, un dimitido por mentir y tener cuentas en Panamá y una morosa con Hacienda.

No está mal para un joven de 37 años que dice haber “parado”, como generación se entiende, los tanques en Tiananmen (se refiere a la foto en la que un hombre dificulta el paso de una columna de blindados, porque los tanques pasaron y aplastaron a los estudiantes) y derribado “con sus manos” el muro de Berlín (como generación). Debe de haber algún problema con las fechas, porque en 1989 Casado tenía ocho años.

Uno se inicia de niño en el lío de las fechas y acaba en otro mayor con los máster y los posgrados. Al menos, ya tenemos un dirigente que ha estudiado en Harvard. Seguro que sienten ganas de corregirme y decir: no, fue en Aravaca, y tampoco estudió. Pero es lo que tiene esta España de las banderas y los balcones, todo humo y pandereta.

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