Qué ven mis ojos

Votante conservador, una de las dos derechas ha de helarte el corazón

“Si llamas a un cirujano de hierro, no usará un bisturí, sino un puñal.

Decía el premio Nobel de literatura T. S. Eliot que a un crítico que además publica sus propias obras no hay que juzgarlo por lo que dice de los demás, sino por lo que él escribe. Tenía razón el autor de los Cuatro cuartetos y La tierra baldía, porque sin duda no hay sistema de medida más fiable que el comportamiento, ese territorio donde lo que se hace confirma o desmiente lo que decimos y en el que se ve a las claras la diferencia, a veces insalvable, que hay entre predicar y dar trigo, entre dar consejos y dar ejemplo.

En nuestra política sobra grandilocuencia y falta coherencia; a los líderes de los partidos se les llena la boca de banderas y luego pasa lo que pasa y comprobamos que por la boca no sólo muere el pez. No hay más que fijarse en tantos como compaginan ser patriotas y evasores fiscales a un tiempo. Ya lo dijo Ramón Gómez de la Serna en una de sus greguerías: “Carterista: caballero de la mano en el pecho... de otro”.

El nuevo jefe del Partido Popular da la impresión de ir camino del banquillo, es decir, que de momento cumple lo que prometió en su campaña: lo suyo es una vuelta a las esencias. La jueza que ha instruido el caso de sus estudios sospechosos, ha llegado al final de su trabajo, que acaba donde empiezan los muros del Tribunal Supremo, al tratarse de un aforado, convencida de que existen “indicios racionales de criminalidad” en su actitud; o dicho en plata, que pudo cometer delitos de prevaricación y cohecho si queda demostrado que el título fue un regalo y su expediente académico está más trucado que una escopeta de feria. ¿Por qué lo hizo? A esta gente le gusta hacer ruido y darse importancia, así que engorda su currículum como quien le quita el silenciador a la moto para llamar la atención mientras cruza las avenidas.

“Lo que me han hecho a mí, no se le ha hecho a nadie en este país”, se quejó ayer Casado. Pues mire, dos veces no, una porque en el Congreso, el Senado y el resto de las instituciones se lo ha hecho su propio partido a muchas y muchos, propios y ajenos; y otra, porque en su propio máster hay, al menos, tres compañeras, dos de ellas vinculadas a la calle Génova, investigadas por causas calcadas a la suya y una ya ha reconocido que ni apareció por clase, ni entregó trabajo alguno, ni se la examinó. El resto no sabe ni contesta, se ha olvidado de todo y no guarda documentación de ninguna clase. Vamos, que sostienen que, blanco y en botella: macarrones.

El catedrático que dirigió sus pasos se ha negado a declarar, y una docente imputada por falsificar las notas de los alumnos, afirma no haber visto en su vida a Casado, ni en las aulas, ni en los pasillos, ni en la biblioteca, ni en la secretaría, ni tan siquiera en la puerta de entrada. A ver si es que no iba por allí.

Lo que sabemos a día de hoy es que le pusieron un sobresaliente y que él enseñó a la prensa un supuesto trabajo de investigación del que no se conoce más que la portada, así que debajo igual puede haber un ensayo sobre las tortugas de las Islas Galápagos que un tebeo de Zipi y Zape.

Hace poco, decíamos que lo más difícil de analizar en el combate de Ciudadanos y el PP -votante conservador, una de las dos derechas ha de helarte el corazón-, iba a ser distinguir quién era Rivera y quién Casado. Puede que, dentro de poco, el problema haya desaparecido, porque uno de los dos ya no esté ahí.

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