Qué ven mis ojos

Cuando nos despertamos, el diputado aún estaba allí

“Lo que se repite no suma, resta; es una acumulación que no enriquece, sino que vacía”.

Anuncian los politólogos, que son algo así como los meteorólogos de la política, que en cuanto las playas se vacíen y las oficinas se vuelvan a llenar, pasaremos de un verano cálido a un otoño caliente. Lo cual, dicho en plata, significa que iremos de la diversión al aburrimiento, dado que los problemas que nos esperan serán los que dejamos entre paréntesis antes de irnos, aunque esta vez los protagonistas sean otros, y esa película ya nos la han contado. El independentismo, los presupuestos, el cálculo electoral, los estudios falsificados... Qué fatiga.

Cuando se habla de la desafección innegable que gran parte de la ciudadanía de nuestro país siente hacia la política y contra un enorme tanto por ciento de sus representantes, se suelen mencionar la decepción, la ira, la falta de estímulos o de confianza, esa idea venenosa de que esté quién esté al mando da lo mismo, porque todos son iguales y porque aquí las cosas funcionan al contrario que en el resto de los asuntos: no importa el color del cristal con que se mire, el panorama continúa siendo gris... Sin embargo, los analistas hablan a menudo de eso y muy poco de lo otro, del simple aburrimiento, del hartazgo, de lo cansada que está la gente de este interminable día de la marmota que nos obliga a movernos en círculos, y para demostrarlo no hay más que ver el discurso entre robótico y burocrático que caracteriza a una gran cantidad de nuestros cargos públicos, que no se sabe muy bien si pretende ser un muro o una cortina de humo, lograr que nos quede meridianamente claro lo que repiten una y otra vez o que dejemos de escuchar y con eso se les dé carta blanca o patente de corso, porque quien calla otorga, pero aún más lo hace quien no quiere saber.

Es sintomático que en esta época del año, al final de las vacaciones y cuando el nuevo curso ya enseña los dientes, para muchos asuntos nos llenemos de proyectos, al fin voy a estudiar idiomas, voy a leer lo que tengo pendiente, voy a coleccionar sin rendirme esto o lo otro, voy a recuperar amistades perdidas, a volver a sitios de los que no debí distanciarme... y en este territorio, sin embargo, optemos por la resignación, demos por hecho que no habrá sorpresas, que el único horizonte posible es lo previsible. Es cierto que la situación no da para más, con un Congreso muy repartido –esa es la buena noticia– y nueve veces de cada diez incapaz de llegar a acuerdos –esa es la mala– porque cuanto más hablan del interés general, menos lo tienen en cuenta. Hay quienes se consideran virreyes y, por lo tanto, seguirán cada uno en su castillo, agitando las banderas detrás de las que se esconden y con las que, llegado el caso, tapan el baúl de las joyas robadas. Algunos, ya han comenzado a hacer sonar sus trompetas y preparan la caballería, aunque sea dialéctica, para lanzarse contra el enemigo. Será que no pueden ser flexibles porque no dan más de sí. Será que no tienen cintura porque eso para bailar hace falta, pero para desfilar no, y ellos van de uniforme, aunque sea por dentro.

El cuento no cambia, ni se reescribe: cuando nos despertamos, el diputado aún estaba allí.

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