Muros sin Fronteras

Cincuenta años sin Praga

Los aniversarios sirven para analizar, recordar y echar en falta el mundo que pudo haber sido y no fue. Y así llevamos desde las cavernas, sospechando que la otra ruta, la que descartamos, era la buena. (Aquí, los muy católicos pueden sustituir las cavernas por la manzana). Hay personas que ni siquiera en los aniversarios redondos dan su brazo a torcer. Tenemos negacionistas del Holocausto, porteros de fútbol que creen que el hombre nunca llegó a la Luna y militares a cuenta del Estado que elogian a un dictador. Siempre resulta más fácil ver los criminales de los demás, los Sadam Husein a los que hay que derrocar.

A las once de la noche del 20 de agosto de 1968, miles de soldados soviéticos apoyados por tropas del Pacto de Varsovia (solo Hungría, Polonia, Bulgaria y la RDA) invadieron Checoslovaquia, que en teoría era tan comunista y tan miembro del pacto como ellos. El objetivo era liquidar un proyecto político que consideraban peligroso. El del socialismo con rostro humano encarnado por la primavera de Praga de Alexander Dubcek y otros dirigentes e intelectuales como Vaclav Havel. Peligroso para su estatus, se entiende. Entre sus anatemas estaban el derecho de huelga y la libertad de prensa.

Doce años antes, en 1956, tropas soviéticas habían aplastado la revolución húngara, que cuestionaba tres pilares: el poder absoluto del Partido Comunista, la dependencia de la URSS y el estalinismo.

Estos dos acontecimientos representaron una fuerte conmoción para la izquierda comunista occidental, que se debatía entre la obediencia (elijan el adjetivo que más les guste) y la revolución de la calle. De los sucesos de Praga nace el eurocomunismo de Berlinguer, Carrillo y Marchais, un intento por encontrar una voz propia en el mundo polarizado por la Guerra Fría.

Ahora sucede con Daniel Ortega y Nicolás Maduro, ¿son de izquierda y por lo tanto defendibles o son unos dictadores? Anteponer los dogmas a las ideas suele ofrecer resultados erróneos.

El año convulso y mágico de 1968 fue el de la primavera de Praga, que ansiaba la libertad de Occidente; el del Mayo francés, que anhelaba un sistema capaz de sustituir al capitalismo y el de los estudiantes de México, que peleaban contra una dictadura corrupta. Fueron tres fracasos. La respuesta del capitalismo a los adoquines fue la revolución conservadora de Reagan y Thatcher. Joaquín Estefanía en su libro Revoluciones habla de esto y de cómo estamos hoy ante la segunda revolución (tsunami) conservadora.

Y ya no existe el coco comunista, ahora la pista está libre.

Quizá el problema no sean las ideas, sino la especie, esa que pomposamente llamamos homo sapiens. Pero incluso eso, que suena muy pesimista, no es del todo cierto.

La derecha se lía menos con los ideales, va directa al negocio. Lo privado casi siempre por encima de lo público (excepto si lo privado sale mal y hay que rescatar). Esto ocurre a menudo. La última, en 2008. Del hundimiento de Lehman Brothers (retratado en varias películas excelentes; me gusta en especial Margin Call) a la crisis global. De la promesa de refundar un capitalismo desbocado y voraz a refinanciar (con el dinero de todos) a los actores que se pulieron millones de puestos de trabajo, derechos sociales, nivel de vida y pensiones.

Pero hablaba de los sueños rotos en 1968, y del otro bando, al que se supone portador de utopías de un mundo mejor, más justo, más igualitario (en las oportunidades, al menos).

Casi todo arrancó de manera categórica en mayo de 1789, con la Revolución Francesa y la guillotina. Cortar cabezas de reyes y nobles es una manera de situar la discusión sobre qué es pasado y qué es futuro. Arturo Pérez Reverte sostiene que uno de los problemas históricos de España es que no hubo posibilidad de ese corte (de cabezas, se entiende).

Tendemos a los mitos y a los héroes, y a los dioses, porque hay una necesidad de pertenencia, de un relato mágico que justifique nuestra presencia y simplifique el camino. Los ateos son minoría.

El holandés Frans de Waal, que ha dedicado su vida al estudio de los chimpancés y los bonobos, sostiene que muchos de los valores morales, el de la cooperación y la empatía, el deber ser, está en los primates.

Lean esta entrevista en La Tercera de Chile: “Hemos usado la sicología de los primates para construir nuestras sociedades morales”.

O escúchenle en esta charla sobre el comportamiento moral de los animales. No todo es agresividad y competencia, la ley del más fuerte, el ganar dinero a espuertas (en animales, menos) sin límites éticos o legales.

Aunque el homo sapiens sea un depredador y el sistema capitalista de barra libre, el de lo que diga el mercado, sea el guante que se ajusta a esa necesidad depredadora, no todo es como nos lo cuentan.

Hay información en nuestros ancestros, los primates, que nos invitan a pensar que tenemos capacidades sociales, la tendencia a solucionar los conflictos mediante la negociación. Y en el caso de los bonobos, a través del sexo no reproductivo, sino como placer.

Al parecer, lo que defienden los progresistas, la izquierda y los buenistas está en nuestros genes. Pero hemos interiorizado el discurso de la guerra como el único válido. Es verdad que la violencia también está en los genes, también en los de los primates. La clave es: ¿de dónde surge el deber ser de los monos si se supone que no creen en dios ni se dedican a la filosofía?

Cincuenta años de Praga nos ponen ante el espejo del fracaso de la izquierda renovadora de los Dubcek, Allende, Mandela, Mujica y otros grandes soñadores. Cuando cayó el muro de Berlín, no había paraíso socialista al otro lado, sino dictaduras, sistemas podridos por la corrupción, y gente deseosa de libertad.

De aquellas sociedades machacadas, como la checa, la húngara y la polaca, con su catolicismo como identidad histórica, surgen hoy los gobiernos más reaccionarios y xenófobos de la UE.

El alcalde 'pirata' de Praga quiere imponer otras formas de hacer política en plena ola autoritaria en la región

El alcalde 'pirata' de Praga quiere imponer otras formas de hacer política en plena ola autoritaria en la región

Han pasado 50 de la imaginación al poder, y esta semana 50 de Praga. En octubre se cumplirán 50 de la matanza de Tlatelolco. Es como si estuviéramos atrapados en una rueda del hámster, como Sísifo, solo  que en vez de subir piedras, acarreamos sueños hasta la cima de la montaña. Piedras y sueños regresan al fondo de valle, como si se tratara de una maldición.

Por cerrar con una pincelada optimista, una cita que repito con frecuencia. Es de la periodista Martha Gellhorn. Cuando le preguntaron por el sentido de su trabajo, dijo: “Yo tiro piedras sobre un estanque, no sé qué efecto producen, pero yo, al menos tiro piedras”.

Y también con humor: La comisión:

Más sobre este tema
stats