Muros sin Fronteras

Memoria, concordia y vileza

Memoria y concordia no deberían ser palabras enfrentadas; sin la primera es imposible la segunda. Para que haya “ajuste o convenio entre personas que contienden o litigan”, que es como define concordia el DRAE, es esencial llegar a un acuerdo común, a un compromiso. ¿Lo fue la Transición?

Màrius Díaz, PSUC, comunista, primer alcalde democrático de Badalona tras la muerte del dictador, dijo hace un unos días en Castejón de Sos (Huesca), en unas jornadas de Periodismo de altura que organiza todos los años Enrique Serbeto: “Debemos recordar que fue una transición, no una revolución”.

Es verdad. Se habla mucho de Alemania, pero se olvida que los nazis perdieron la II Guerra Mundial; sus amigos españoles ganaron la suya. Por eso solo pudo haber transición condicionada.

La primera necesidad urgente para alcanzar la concordia sin perder la memoria es analizar los 42 años de democracia, saber si todas las instituciones están sanas o qué se puede hacer por mejorarlas, si hemos retrocedido en libertad de expresión, si los humoristas emblemáticos de la Transición, como Tip y Coll, Gila y otros, estarían hoy procesados o en la cárcel. Algo que iba bien empezó a ir regular y con Rajoy ha terminado en una crisis de modelo de Estado que va más allá de Cataluña.

Hay una frase del escritor checo Ivan Klima que cito a menudo: “Los países que han vivido 40 años de dictadura sufren una pérdida de la honestidad colectiva”. Lo decía por su país, pero  yo la escuché como si perteneciera al mío.

Concordia sería construir esa ética colectiva que no practica ni tolera la corrupción y las mentiras. Y que no vota a corruptos y mentirosos. Necesitaríamos un Me Too ético, un terremoto que marque un antes y un después. Para conseguirlo es necesaria la memoria, saber quién fue víctima y quién es victimario. No es posible construir una sociedad sana desde el olvido. De la desmemoria nace la indecencia.

Un magistrado del tribunal de Derechos Humanos en Sarajevo encargado de los crímenes de guerra de los escalones altos, medios y bajos, fuera de los principales que se juzgaban en La Haya, dijo: “Donde se producen crímenes masivos es imposible lograr la justicia absoluta. En el mejor de los casos se puede conseguir una cantidad suficiente de justicia que permita la sensación de que se ha hecho justicia”.

Solo en Bosnia-Herzegovina había más de 10.000 criminales de guerra. ¿Cómo llegar al policía que violó a una mujer en Foca? ¿Cuándo se considera que se ha logrado esa sensación de justicia? El magistrado hablaba de los Balcanes, pero yo le escuché como si fuera España.

¿Qué sensación de justicia puede haber con más de 113.000 desaparecidos? ¿Dónde está la concordia que propone Pablo Casado si aún hay miedo a hablar en muchos pueblos? Es posible que no lo sepa ni él. De momento solo tenemos claro que quiere derogar la ley de Memoria Histórica. ¿Qué es lo que no le gusta? ¿Que se rescate a los muertos de las cunetas? ¿Que se cambie el nombre de la calles de los personajes manchados de sangre? ¿Que se saque al dictador de su mausoleo? No lo sabemos, porque solo produce titulares. Las ideas y los detalles tendrán que esperar.

Quizá sea más fácil de entender si cambiamos algunos nombres: ¿son muchos 45.000 desaparecidos en Guatemala? ¿Fue Sadam Husein un asesino? ¿Lo fueron los jemeres rojos? ¿Lo fue Augusto Pinochet? ¿Es legítimo que la justicia se incaute del dinero robado por el dictador chileno y su familia?

Si la Ley de Memoria histórica perturba al líder del PP por sectaria, será que prefiere el status quo, que es del aquí no ha pasado nada, eso fue hace muchos años. También la Gürtel era antigua y cayó un Gobierno.Gürtel

Pero sí pasó algo en España. Hubo crímenes masivos que se prolongaron más allá del final de la guerra. Más de 50.000 fusilados entre 1939 y 1954. Existió Paracuellos, y varios meses de descontrol en Madrid en el segundo semestre de 1936 en los que se asesinó a personas inocentes por ser de derechas o por ajustes de familia, fueran herencias, deudas, pasiones u odios. Fueron crímenes execrables.

No necesitamos una comisión de la verdad, como dice el presidente Sánchez, otro que no parece tener claras las ideas sobre este asunto más allá de la necesidad de titulares, porque la verdad que busca está establecida por decenas de historiadores, documentos, testimonios y excavaciones.

La concordia, el acuerdo común del que habla el DRAE, debe alcanzarse sobre esa verdad científica sin distinción de víctimas y no sobre la negación de los hechos.

El general Miaja paró los paseos y las sacas en Madrid a finales de 1936, incluso fusiló a paseadores. Melchor Rodríguez, el ángel rojo, fue nombrado jefe de Prisiones tras Paracuellos para que no se repitiera. Este Rodríguez, miembro de la CNT, acudió a la cárcel de Alcalá de Henares tras un bombardeo alemán para evitar el asesinato de los presos. Dentro estaban Muñoz Grandes y Raimundo Fernández Cuesta, entre otros jerarcas falangistas. Aplicó los principios, no la tribu.

En Madrid hubo un claro intento de controlar los desmanes. En el bando franquista, la orden del mando  —de Mola— era limpiar sin contemplaciones. Limpiar es matar.

Concordia desde la memoria sería buscar a todos los ángeles, y perdón por el término religioso, azules y rojos que hicieron lo que exigían sus ideales, no sus jefes. Ellos deberían ser los héroes de este país, los que ocupen las salas más importantes de cualquier museo de la memoria.

Para alcanzar una cantidad suficiente de justicia es necesario juzgar a los líderes (en Bosnia están Radovan Karadzic y Ratko Mladic y otros generales). En España nadie pide juzgarles porque están muertos. A esa fase llegamos tarde.

En Alemania, donde los nazis perdieron la guerra, aún se persigue a los asesinos sin importar si tienen más de 90 años. Hablamos de delitos universales que no prescriben: genocidio, crímenes de guerra y crímenes de lesa humanidad. En España son claros el segundo y el tercero, y podría sostenerse el primero: hubo un intento de eliminación de la izquierda, de su pensamiento.

Marhuenda, al que tengo simpatía porque no insulta, dice que solo se fusiló a personas con delitos de sangre. Federico García Lorca aparte, fusilaron a miles de maestros y maestras, porque el objetivo era arrancar de raíz lo que Franco y sus aliados consideraban la semilla roja. ¿Cuál fue su delito de sangre?

Escuchen estos audios de A Vivir, en la cadena SER, sobre las vidas enterradas.

Para lograr concordia, Casado y Marhuenda, y unos cuantos más, deberían aprenderse mejor la historia de su país. Porque supongo que estamos hablando de concordia y no de olvido o impunidad, o de que las mentiras se enseñen en los colegios y se divulguen en las televisiones. Fake news a cambio de rating es un negocio sucio, forma parte de la pérdida colectiva de honestidad.

Antes deberíamos establecer quiénes son los héroes y quiénes los verdugos. Porque aún hay confusión o ánimo de confundir.

Si habláramos de Auschwitz-Birkenau, ¿estaríamos de acuerdo en que los nazis fueron los asesinos y los judíos los asesinados? ¿O hay en este caso también que dejar atrás ese pasado lejano en paz, no abrir heridas como dice Rafael Hernando?

El Holocausto es un presente continuo que nos disminuye a todos como personas. Como lo son los más de 114.000 desaparecidos de España. La dignidad de cada Ascensión Mendieta que recupera los restos de un familiar revierte en la dignidad colectiva, agrandándola.

Les recomiendo el documental (en Filmin) que trata de los dibujos a carboncillo de Manfred Bockelmann. Se titula Pinturas contra el olvido. El objetivo es que no se nos olvide quiénes son las víctimas, sea cual sea su nombre, nacionalidad o raza. Llorar por ellos.

Es una joya repleta de reflexiones, frases y energía, como decir que dibuja al carboncillo sobre fotos de personas que fueron reducidas a ceniza. El testimonio final es muy emocionante. Esta es la inteligencia emocional que nos falta para ser un país sano.

Para lograr la cantidad de justicia que permita pensar que se ha hecho justicia con la Guerra Civil y el franquismo es esencial escuchar a las víctimas. Una frase de Gervasio Sánchez para cerrar: “La  falta de empatía y solidaridad con las víctimas es tan condenable como la agresión”. Sitúa al negador en el mismo nivel moral del perpetrador.

 

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