La portada de mañana
Ver
El Gobierno sacará adelante el plan de reparación para víctimas de abusos con o sin la Iglesia

Desde la casa roja

Hecatombe

Cada mañana, entre cinco y diez mujeres se reúnen en un predio para buscar a sus hijos. Los buscan tierra adentro. Con una vara de metal que acaba en forma de cruz, clavan sus esperanzas en la hierba y van sumergiéndola a golpe de martillo hasta dos y tres metros para después sacarla y averiguar qué respuesta les trae. El lóbrego palo puede regresar con olor a humedad, pero puede devolverles también el hedor de los cuerpos de sus desaparecidos. Ninguna quiere encontrarlos bajo tierra, póngase en su piel y trate de escuchar cómo van golpeando su palo sin saber contra qué, enfrentando una posibilidad que mate la incertidumbre. Ellas forman el colectivo Solecito y están escarbando por su cuenta en la fosa clandestina más grande de México, en Colinas de Santa Fe, el narcocementerio más grande de América Latina, un terreno que abarca dos campos de fútbol. Las madres de Solecito llevan más de dos años escuchando la respuesta de la tierra: más de 300 cráneos y miles de restos óseos. En México hay 34.270 personas desaparecidas, son solo los casos denunciados. La semana pasada, aparecieron los huesos de, al menos, 170 personas muy cerca de allí.

No hay guion que supere esto. Comenzaron a excavar cuando, en un Día de la Madre, dos motoristas pararon junto a ellas, reunidas en una protesta callejera en el Puerto de Veracruz, y les entregaron un mapa preciso del cementerio ilegal. Los asesinos también tienen madre, dicen las mujeres.

Existe otro grupo de mujeres reunidas bajo el nombre Por amor a ellxs. “¿Dónde están?” es su lema. Buscan a desaparecidos en el estado de Jalisco. Visitan habitualmente la morgue para recabar información sobre los cuerpos rescatados de las fosas que no han sido reclamados. Anotan en cuadernillos escolares datos que puedan ayudar a las familias, fotografían las páginas y difunden la información: “pantalón negro de mezclilla, ropa interior roja, complexión robusta, ojos azules, tatuaje ilegible en tórax junto a brazo derecho”.

Es oscura la palabra “hecatombe”. Entre sus significados aparece “mortandad de personas”, “desgracia” y también “sacrificio solemne en que es grande el número de víctimas”. He leído un poema de Patti Smith que se titula así y que escribió al terminar el libro 2666 de Roberto Bolaño. Lo ha recitado en México estos días. Esto me ha hecho reabrir la inmensa novela del autor chileno en la que narra los crímenes contra las mujeres de Santa Teresa, trasunto de Ciudad Juárez, y en su primera página he encontrado un verso que escribe lo que pensé cuando apareció la noticia sobre la nueva fosa. Se trata de una cita de Charles Baudalaire, de su libro Las flores del mal: “Un oasis de horror en medio de un desierto de aburrimiento”. Y como quien recibe un golpe desde dentro del estómago en este final de verano, he vuelto a recordar que la incertidumbre es el peor de los destinos de un cuerpo.

Veracruz es una tierra estrecha que da cobijo a las aguas del Golfo, plataneras y cafetales a los pies del volcán, sones percutidos en la quijada de la res. Seré honesta si digo que esto atrae mi atención porque son amigos, podría ser yo misma, los que me dicen que debajo de su pequeña ciudad hay también fosas con muertos. Que todo el estado está cimentado sobre huesos. Que todos y cada uno de ellos conoce a alguien que tiene un familiar desaparecido. No acabo de comprender por qué la desatención internacional hacia un país que alcanza esas cifras.

La primero que pienso es que el propio Gobierno mexicano no es claro con la información que exporta sobre la violencia en el país porque toca lugares profundos y no interesa que nadie de fuera venga a señalar con el dedo los espacios podridos. El propio ex Gobernador de Veracruz, Javier Duarte, está en prisión acusado de asociación delictiva y lavado de dinero. En la cárcel también está el que fuera su jefe de Policía, Arturo Bermúdez, acusado de detener, torturar y hacer desaparecer a quince personas, entre otros delitos. Que a su vecino del norte, tan acostumbrado a marcarnos la senda informativa, tampoco le interesa informar sobre la consecuencia y muerte que provoca la demanda voraz del consumo de drogas porque ahí no habrá muro que lo tape. O porque los que ven de cerca la terrible situación del país y, en concreto, de este territorio, los periodistas de a pie, también son amenazados, mutilados y asesinados. En México existen ya zonas “silenciadas” donde los diarios han dejado de informar. No se habla de narcotráfico, pero tampoco de migrantes, corrupción aduanera, prostitución o extorsión.

Hecatombe es que hayan muerto 200.000 personas en diez años en un país en supuesta paz. Son los 70 asesinatos por día relacionados con el crimen organizado. Son los 3.760 cuerpos exhumados de las 1.306 fosas clandestinas. Son los 5.400 niños desaparecidos desde 2008. Son los 120 políticos muertos durante la pasada campaña electoral. Son las más de 400 mujeres asesinadas en lo que va de año. Hecatombe tienen que ser esas madres buscando los cráneos rotos de sus hijos. Hecatombe es la oscuridad. Hecatombe es la amenaza. Y también que, desde este lado, del narco solo nos interesen sus ficciones.

Más sobre este tema
stats