¿Saben ustedes qué es el
Turnitin? No es un nuevo deporte urbano, ni una práctica sexual de los
millenials, tampoco es el ejercicio agotador de esperar turno en una ventanilla de la Administración.
El Turnitin es la prueba del algodón contemporaneo. Muy fan.
Se trata de un
software antiplagio, una herramienta que utilizan algunas universidades y otros organismos, para pillar a los que copian.
Moncloa pasó la tesis del presidente por el Turnitin y el Plagscan –otro programa similar– y con los porcentajes resultantes concluyó que
no tienen razón los que acusaron a Sánchez de sacarse la tesis de la manga… ajena,
pero el asunto sigue en ebullición.
¡Quién nos iba a decir a nosotros que algún día el
temazo nacional no sería un
gol de la selección, sino una tesis doctoral! ¿Qué somos, suecos?
El detonante fue
Rivera, que sorprendió con una pregunta parlamentaria para regresar al mapa político, del que estaba desaparecido después de la moción, y
se montó la gorda.
La tesis de Sánchez es ahora mucho más famosa que
la de Amenábar y quizás el presidente se acordó de Ángela, el personaje de Ana Torrent:
"Me llamo Pedro y me van a matar", cuando acusó a PP y Ciudadanos de hacer una pinza para dejarle colgado en la cuerda de tender. Aunque puede que, en el fondo, pensara: "Como no me clavéis una estaca en el corazón, vais listos, que yo ya he vuelto a la vida una vez, chavalotes…"
Tras la
romería de periodistas a la universidad Camilo José Cela, nunca antes se vio tanta pasión por entrar en una biblioteca, llegó la
autorización del autor –le costó lo suyo– para que digitalizaran la tesis y la colgaran. Y viendo la expectación creada, se diría que el paisanaje se va a pasar el finde leyéndola, tiembla Ken Follet.
Yo igual me espero a que saquen la peli: Operación Turnitin.
Aunque, hasta la llegada del Turnitin, yo estaba convencidísima de que el estreno de la semana sería:
"No todos somos iguales", la máxima de la
exministra Montón que se suma al almanaque de otras conocidas frases lapidarias,
que tiran del término "todos" para cargarse de razón: "La justicia es igual para todos", "Hacienda somos todos"…
De nuevo, un máster –antes sinónimo de prestigio académico, ahora convertido en algo tan molesto para los políticos
como una fístula anorrectal– irrumpió en la actualidad como un tifón, en este caso fulminante –no todos los tifones son iguales–, porque
en la noche del martes Montón ya era pasado y una nueva ministra,
Carcedo, tenía el cuaderno y el boli dentro de la cartera de Sanidad.
El movidón de Montón,
eclipsado por la tesis de Sánchez, antes había difuminado otros acontecimientos de gran calado.
El abandono de la política de la exvicetodo y extodopoderosa Soraya Sáenz de Santamaría, por ejemplo, pasó sin pena ni gloria…
Es un hecho relevante –en todos los sentidos– pero no sorprendente,
no hay que ser Aramis Fuster para intuir que, cuando la exlideresa se fumó la reunión del grupo parlamentario y les dijo a los periodistas: "Primero tengo que hablar con Casado",
nos estaba colocando un spoiler en los morros.
El lunes del incendio ministerial, Soraya entró al despacho de Pablo y le dijo:
"Hasta luego Mari Carmen", a lo que
Casado respondió en tono pausado, tranquilo y sin gritar: "Viva el Rey". Les hicimos poco caso porque estábamos comiendo palomitas frente al master chef del Gobierno.
Pero, claro,
llegó la tesis y arrasó con el máster del montón y con todo lo demás. Incluso la
votación histórica del decreto en el Congreso para que Franco se vaya del Valle, quedó muy deslucida.
Tranquilos, no me sufran,
el generalisísimo volverá a tener protagonismo el día menos pensado, la abstención del PP, Ciudadanos, UPN y Foro Asturias y los votos en contra de dos diputados populares, Posada y Llorens –por error, según su grupo parlamentario–, dejaron claro que nos quedan restos de Franco para rato…
También pasó a segundo o tercer plano
el bombazo de los contratos con Arabia Saudí que provocó la quemazón de los trabajadores de Navantia. El eterno dilema moral, hace daño al enfrentar dos zonas altamente sensibles,
la paz o el trabajo, ambos con el nexo común de la supervivencia. Mi amigo Juan Herrera lo define como "el efecto llamada", el efecto llamada de los saudíes… Ese es
el auténtico teléfono rojo que nos tiene en vilo.
Y las palabras de
Borrell en Onda Cero, que explicó que al Gobierno saudí le vendemos "armamento de precisión, eso quiere decir que no produce efectos colaterales, da en el blanco que se quiere con una precisión extraordinaria de menos de un metro"
, o las de la portavoz Celaá cuando dijo que "el Gobierno sabe que lo que está vendiendo son láseres de alta precisión, por lo tanto,
si son de alta precisión no se van a equivocar matando a yemeníes", ponen los pelos de punta y el punto de mira en la tremenda realidad en la que vivimos.
Todos sabemos que a "los malos"
no solo les vendemos bombas, les vendemos todo, les vendemos nuestros principios y lo hacemos a diario. Nuestra vida navega entre lo que quisiéramos y lo que podemos. Y ser consciente de ello,
duele, es muy amargo asumir lo difícil que es alcanzar la plena libertad y lo caro que nos sale intentarlo.
Por cierto, los expertos en crear programas molones, podrían generar
un software llamado "SINCERITIN", que detectara cuántas veces a lo largo de la vida elegimos lo que queremos y cuántas nos comemos lo que toca,
por interés o por miedo. En esos porcentajes sí estaría la respuesta del nivel de autenticidad de cada ser humano, aunque yo no sé si me atrevería a someterme a la prueba…
Creo que ni al inigualable Gila se le habría ocurrido algo tan gracioso como las explicaciones de la portavoz y del Ministro de Exteriores. Para troncharse de risa . . . si no fuera por las víctimas yemeníes, claro, que les hará puta gracia.
Salud y República,
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