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Desde la casa roja

Adicción sin sustancia

Recuerdo las máquinas tragaperras como un elemento más de nuestro paisaje, esos mastodontes kitsch que rompían la estética de cualquier bar. Rincón chillón donde hombres y mujeres se paraban como sombras errantes para echar monedas. Donde los niños estirábamos nuestros brazos para pulsar sus botones y ver alinearse limones, fresas o pesetas aleatoriamente. Y donde, muy de vez en cuando, oías caer monedas y monedas que rebosaban de esas dos manos. Las máquinas tragaperras estaban ahí, a la vista de todos. Uno conocía a sus jugadores. Los veías vencerse y convencerse y sacar del monedero otra más, la última, y darle con una extraña serenidad a esas teclas de las que, sinceramente, nunca he conocido el mecanismo. Las tragaperras, esa normalización del juego diario, junto a los cupones, quinielas y loterías han dado paso a una nueva forma de gastar dinero en el azar, con un matiz diferente, una falsa sensación de que uno tiene mucho más poder sobre sí mismo y, a la vez, ninguno sobre su condena porque no es necesario mantener la compostura ante nadie. No hay hora de volver a casa a comer o a cenar: el juego está ahí, metido en tu bolsillo.

Estábamos viendo la televisión. Pocas veces presto atención a los anuncios. Tengo un filtro publicitario: me desconecto cuando aparecen en la pantalla; no los veo en el periódico. Pero aquel día, atendí. Soltaron cuatro anuncios de casas de apuestas online prácticamente seguidos como si de perfumes en Navidad se tratara. La semana pasada había leído una noticia donde se alertaba de la proliferación de locales de juego en Puente de Vallecas, en el distrito con la renta per cápita más baja de la ciudad. Y precisamente ayer, recojo de mi buzón una invitación a la inauguración de un nuevo negocio: “Pasa, te invitamos a sushi”. ¿Qué es esto y cuánto tiempo lleva aquí?

La ludopatía es una de las adicciones sin sustancia, y está reconocida como enfermedad. Una adicción es una enfermedad recurrente del cerebro que busca la recompensa o el alivio rápido a través del uso de una sustancia, en este caso, de una conducta. Es un trastorno de los hábitos y del control de los impulsos. En principio, no hace daño al organismo. El individuo que la padece siente una alteración progresiva de su comportamiento y una necesidad incontrolable de jugar. En España la padece cerca del dos por ciento de la población. En cinco años, según la Dirección General de Ordenación del Juego, se ha pasado de 640.000 jugadores activos en casas de juego online a 1,4 millones en 2017.

Regulación y movilización social para ganar la batalla contra las casas de apuestas

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El cebo, dentro del bombardeo publicitario al que estamos siendo sometidos y el falso regalo de bonos para enganchar al jugador potencial, te lo sirven, mirándote a los ojos, quienes manejan el éxito, la mayoría, vienen del mundo del deporte: Rafael Nadal, Cristiano Ronaldo, Gerard Piqué; pero también rostros televisivos y actores. A excepción de Belén Esteban, quien pone su conocido nombre junto al presentador Jorge Javier Vázquez a una casa de bingo online, apenas hay mujeres. Las casas de apuestas, locales físicos y online, saben dónde lanzar su mensaje: el perfil responde al de un hombre de entre 18 y 30 años. El juego no va sobre millonarios perdiendo una miga de sus fortunas. El juego son pequeños apostadores jugándose también la miga que les queda. Es la posibilidad de hacerte rico como ellos: ¿en qué otra cosa podríamos invertir mejor nuestro dinero?

Fiódor Dostoyevski fue jugador de ruleta. Conoció su veneno en Alemania. Lo cuenta en su novela El jugador. Dostoyevski acababa de regresar desde el exilio en Siberia a San Petersburgo y, tras la muerte de su esposa, inicia un viaje por Europa. Va en busca de la que fuera su amante, Polina Suslova. Y recala a paliar su dolor en los casinos de los grandes balnearios de la Selva Negra: Wiesbaden, Baden-Baden. No será la única vez en que Dostoyevski utilice sus tragedias personales como inspiración para su literatura. En sus páginas se lee: “La facultad de adquirir riquezas ha entrado a formar parte del catecismo del hombre occidental”.

Las víctimas del juego del siglo XXI no necesitan entrar en los casinos. Crecen en las plataformas digitales donde explotan las irracionales pasiones deportivas y detrás de los cristales tintados de las casas de apuestas. La falta de regulación sobre la publicidad, pendiente desde 2012, es la causante de la desmedida proliferación de estos anuncios ilimitados, también en horario infantil. Supongo que el Gobierno tiene algunos conflictos a la hora de regular este asunto, entre ellos: cómo impedir la publicidad de los juegos de azar sin hacerlo con su propia marca: Loterías y Apuestas del Estado. ¿Dejaremos de ver el mítico anuncio navideño? Tal vez, ha llegado la hora.

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