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Desde la casa roja

Una victoria póstuma

A veces, pienso que la gente que ha nacido a partir del año 2000 sabrá muy poco del dictador que robó a España cuarenta años de democracia. Porque oirán su nombre y poco podrán decir del hombre que dio un golpe de Estado para imponer un régimen militar y católico, personal y reaccionario, censor y que fusiló a personas por sus ideas hasta 1975. Qué podrán leer acerca del personaje si lo más reciente que retengan sus retinas es que lo enterraron en el centro de Madrid, en la catedral, que se gritó “Viva España”, que hubo cañonazos y quién sabe si algún brazo extendido y qué más nos puede tocar ver.

Si todavía en televisión se permite decir a un director de periódico que solo se mataba si el otro tenía manchadas las manos de sangre y aquí no pasa nada. Si se edulcoran las ficciones sobre él. Si sus torturadores celebran el día de la Policía en comisarías, copa de vino en la mano. Qué van a recordar si en los libros de texto no se llama a las cosas por su nombre, si se estudia el franquismo en lugar de la dictadura. Si en la prensa se escribe sin pudor “generalísimo”, ese exagerado término militar relacionado directamente con los regímenes autoritarios y que él mismo se adjudicó. Si utilizamos palabras que significan líder, guía, conductor: palabras que también significan Führer. Si todavía hay pueblos que llevan el “del caudillo” detrás. Si las heridas aquí se remueven siempre sobre la misma carne. Si todo esto es ya historia antigua, siglo vencido.

Yo nací en democracia, pero aún podías ver el rostro gris de algunas de sus fuerzas por la calle. Había en primera línea política ministros del régimen cuyo nombre formó parte de los consejos donde se firmaban sentencias de muerte. Cómo no voy a interesarme si mi abuela me contó directamente a mí cómo temblaba bajo la mesa cuando escuchaba las detonaciones sobre el Tajo. Si me habló del hambre. Recuerdo a un locutor de radio no hace tanto cuestionando a un político joven, preguntándole en base a qué podía dar lecciones de democracia. ¿Deberíamos callar los que no vivimos aquello? La respuesta a esta pregunta, para mí tan evidente, es una falacia de conclusión irrelevante si se desautoriza a todo aquel que condena o cuestiona un hecho sin haberlo vivido en carne propia. Forma parte de una propaganda que, sobre todo últimamente, ya no siente vergüenza en pronunciarse en alto y que está llegando a situaciones esperpénticas como lo puede ser la ubicación de los restos de Franco en la catedral de Madrid.

La familia del dictador ha solicitado que los huesos de Franco se trasladen a la cripta de la Almudena cuando sean exhumados del Valle de los Caídos, así como honores militares en el acto. Sería una insensatez grande y una profunda vergüenza para Madrid tener a Franco, descendido de las montañas, en el corazón de su centro histórico y turístico. Una victoria póstuma a petición de una familia que, lejos de desvincularse de los delitos del abuelo, todavía vive de las rentas que dejó el horror y la fractura de un país. Una provocación impúdica. Una medida más de sus fuerzas. Estamos ante el último desafío dirigido por la Fundación Franco, cuyo presidente de honor es Luis Alfonso de Borbón, bisnieto del dictador y bisnieto de Alfonso XIII, una genealogía para artículo aparte. ¿Con qué dinero compró la familia Franco esas tumbas? No sé a qué espera la Iglesia para desvincularse de la dictadura. Sería óptimo también que lo hicieran con urgencia algunos partidos políticos, de forma contundente y nítida.

Hace unos días se cumplió un año del 1 de octubre y es desde entonces que asistimos al levantamiento del velo de una derecha nostálgica de extremarse en virtud de un país unido cuyos gritos nos recuerdan demasiado a lemas antiguos.

Ya les conté una vez que me cuesta mucho lo de la patria. Y creo que va a peor. Va a ser difícil que de aquí al día 12 de octubre haya algún cambio que me permita no mirar ajena y avergonzada una celebración nacional sesgada por un tono duro que coincide con una vieja invasión y que se conmemora con un desfile de las Fuerzas Armadas que saludan a un rey a su paso. Perdonen la desesperanza, pero no entiendo la fiesta. Que cada uno celebre sus victorias.

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