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Muros sin Fronteras

“¿Por qué apretaste el detonador?”

Hablábamos la semana pasada de memoria histórica, de cómo había más odio entre los hijos y los nietos de algunos victimarios que entre los hijos y los nietos de las víctimas del franquismo. No hemos sabido como sociedad construir puentes, ni educarnos en la empatía. Una de las responsabilidades del Estado y de los gobiernos que lo representan es impulsar la reconciliación, y acompañar a las víctimas.

En España, son una arma arrojadiza más en una política minúscula entendida como lodazal permanente. Sucedió con las víctimas del 11M, y todo por negar las consecuencias de la foto de las Azores y de la guerra de Irak.

Si la ausencia es difícil de gestionar cuando el crimen está alejado en el tiempo, menos lo debe ser en el corto plazo, sean pocos años o 30. Es el caso de las familias de personas asesinadas por ETA y el Grapo.

¿Qué piensa un terrorista que ha matado? ¿Recuerda los nombres de los asesinados? ¿Se arrepiente? ¿Tiene pesadillas? ¿Siente algo por las familias a las que destrozó la vida? ¿Cuál es el camino desde el fanatismo que todo lo justifica a la aceptación de que su lucha ha sido un error?

Para matar es necesario deshumanizar a la víctima. Les pasa a los terroristas, sucede en las guerras. En este proceso, el victimario también se deshumaniza.

Durante el gobierno de Rodríguez Zapatero se puso en marcha la vía Nanclares, que recibe su nombre de la cárcel vitoriana Nanclares de Oca. Solo podían acogerse aquellos etarras que renunciaban a la violencia y mostraban arrepentimiento. Era una vía para obtener el acercamiento al País Vasco, y un eventual tercer grado. Lo más interesante de esta vía, contestada por ETA y por el PP, es que dividía a los presos, quebrando una unidad ficticia. También abría la posibilidad de encuentros entre etarras y víctimas aceptados por ambas partes.

Joseba Urrusolo Sistiaga, jefe del comando Madrid que secuestró a Emiliano Revilla en febrero de 1988 y lo mantuvo en un zulo de dos metros de largo por uno de ancho durante 249 días, fue de los primeros en pedir un encuentro. Revilla aceptó. Había más necesidad en Urrusolo que en la víctima. La reunión se produjo 23 años después del secuestro.

Una vez fuera de la cárcel, Urrusolo ha visitado a Revilla en Soria. En el primer encuentro le pidió perdón y le entregó una carta para su familia. Durante el secuestro, Urrusulo mantuvo conversaciones con Revilla, que es un gran conversador. Después, el etarra reconoció que aquellos diálogos le generaron las primeras dudas sobre su actividad terrorista, fueron la simiente para el cambio.

En los casos de delitos de sangre resulta más complicado. Por mucha cárcel que sufra el asesino siempre será menos que la rotundidad de una ausencia inapelable. En estos casos, verdugo y víctima no están en la misma frecuencia emocional. Uno puede recuperar su vida, disponer de una segunda oportunidad; el otro, no; la víctima solo tiene un muerto permanente.

Vi el domingo la obra de teatro Ni con tres vidas que tuviera, escrita por José Pascual Abellán. Aún se representa en la sala Intemperie de Madrid. Está interpretada por Jorge Cabrera (ex terrorista), Lucía Esteso (víctima) y Nacho Hevia (periodista). Se basa en la entrevista de Jordi Évole al ex etarra Iñaki Rekarte en Salvados, y en la posterior carta de Silvia Gómez Ríos al asesino de sus padres, titulada Ni con tres vidas que vivieras cumplirías tu condena.

Me gustó mucho el diálogo final entre Cabrera y Esteso. Transmitía emoción y dramatismo, sitúan al espectador dentro de la lucha psicológica de ambos. El tiempo no cura ni ayuda a desprenderse de los papeles esenciales, el de asesino y el de víctima. El personaje de Esteso le pregunta, “¿por qué apretaste el detonador? (…) Pudiste elegir no hacerlo”.

Siempre hay la posibilidad de no hacerlo. Esa es una de las losas que acompañan al asesino si es que tiene algo de conciencia.

En la entrevista de Évole a Rekarte, el exetarra define la organización como una secta. Es una entrevista fría, como en la obra. Es como si el entrevistado fuese incapaz de dejarse ir, de emocionarse.

La mujer de un militar asesinado por ETA se reunió con el asesino de su marido. Para ella, mirarle a los ojos, escuchar su perdón, supuso el cierre de un duelo. Cerrar el duelo no equivale a comprender ni a perdonar al asesino, pero es un proceso que genera paz.  Recuerdo una entrevista en la COPE en la que la preguntaron por qué aceptó verse con él. Al entrevistador le parecía casi una traición a la memoria del militar. La mujer respondió: “Porque soy católica”. Fue brutal, uno de esos puentes de los que hablaba al principio.

La justicia se logra con la detención, juicio y condena de los asesinos. Pero es solo una parte del proceso, sobre todo en los casos de violaciones masivas de los derechos humanos, como sucedió en la Guerra Civil y en el franquismo, o las guerras de Bosnia-Herzegovina y de Colombia. En el país latinoamericano se realizan encuentros entre guerrilleros y víctimas. Forman parte del proceso de desmovilización de las FARC, de justicia y paz. Veremos si no lo estropea el gobierno uribista de Duque. En esos encuentros, el guerrillero rehumaniza a la víctima; y la víctima ve al guerrillero como una persona.

ETA y sus grupos afines mataron a 867 personas en 52 años, según un informe del Defensor del Pueblo vasco. No se trata de un genocidio, pero requiere de muchas de las recetas que se aplican a los crímenes masivos. Las víctimas tienen que estar en el centro, generar espacios en los que puedan hablar, sentirse escuchadas y para que procesen el dolor, sea a través de la vía Nanclares o de cualquier otra. El deber de cualquier gobierno sano es acompañar, no zarandear el dolor para que no escampe y cobrarse los réditos políticos. Es como si la paz fuese un problema político.

Hace poco se celebró el 40 aniversario de la cooperación franco-española contra ETA, que ha resultado ser una pieza fundamental. ¿Por qué no fueron Mariano Rajoy ni José María Aznar? ¿Por qué no fue la presidenta del Congreso de los Diputados, Ana Pastor?

Canción de salida, recuperando Vista Alegre:

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La obra Ni con tres vidas que tuviera estará en la sala Intemperie este fin de semana. El 18 de octubre se representará en el Teatro García Lorca de Getafe. El 28 viaja a la Sala Trono de Tarragona.

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