¡A la escucha!

Un buzón de cartas por llenar

Recuerdo que estábamos perdidos en las montañas del Tirol y mi marido andaba como loco buscando una postal. Era el primer viaje que hacíamos de novios, la primera vez que salía con él fuera de España y desconocía su ritual. En cada viaje, a cada ciudad a la que viajaba, buscaba una postal y le escribía a su ahijada. Le contaba qué había visto, qué había hecho, a dónde había ido, con quién. Eran seis líneas máximo. Y la condición era siempre enviarla desde ese país. Él vivía en Madrid, ella en Valencia y apenas podían verse pero con esa postal le decía que se acordaba de ella por muy lejos que estuviera. Su propósito era que luego su madre o su padre le leyeran las postales, le enseñaran el matasellos de esas ciudades lejanas y ella las fuera guardando una a una.

Recuerdos de su tío, su padrino, desde cada rincón del mundo. Además en aquella época, por su trabajo, viajaba constantemente y acumulaba muchos rincones y muchas postales. Aquel gesto me pareció precioso y fue el germen de otra relación epistolar que establecí muchos años después con mi hija y que me guardo, de momento, para mí. Desde entonces, sabía que fuéramos a donde fuéramos, había que buscar una postal, escribirle unas líneas a su sobrina y enviársela desde la oficina de correos de esa ciudad. Quiero creer que ahora, esa niña que ya es toda una mujer, guarda todavía con mucho cariño aquellas postales que sin descanso su tío le fue enviando hasta que se hizo mayor. No me atrevo a preguntárselo.

Seguramente ella lo recordará siempre porque, para una chica de 23 años, el gesto de abrir el buzón y esperar una carta manuscrita de alguien habrá sido algo anecdótico e incluso diría que bastante exótico en su vida. Con la llegada de los email y de internet las cartas manuscritas murieron. Nadie escribe a nadie. Ya sólo te escriben Hacienda o el banco, y casi es mejor que no lo hicieran. Llegar a casa y abrir el buzón ya no hace ninguna ilusión. Ni siquiera en Navidad se envían felicitaciones. Ya no esperas ansiosa a que llegue tu cumpleaños para ver si tus amigos, tus tíos o aquel amigo lejano, se ha acordado y te ha enviado unas líneas.

Así que algún romántico ha decidido tirar de nostalgia y recuperar ese placer de sentarte a escribir a alguien. Ha creado una página web en la que sólo tienes que registrarte: pones tu dirección y tu código postal y aceptas que un desconocido pueda escribirte desde cualquier rincón del mundo. Tú, a cambio, le escribirás a un tercero, al que tampoco conoces de nada y que en la otra punta del mundo estará mirando cada día su buzón esperando la carta manuscrita de un desconocido. Establecer un contacto epistolar con alguien, de eso se trata esta iniciativa. De volver a recrearte en la sensación de escribir por el placer de hacerlo. De contar tu vida, si quieres, a otro, con el único interés de saber más sobre quién es, cómo vive, qué le gusta. En los años 60 y 70 me cuentan que había en las revistas anuncios de gente ofreciéndose a intercambiar cartas, a buscar amigos. El meetic de antes, vamos. La diferencia es que las relaciones en estas páginas de contacto apenas superan la primera cita y en cambio éstas llevan años manteniéndose.

El otro día una compañera de trabajo contaba que su madre sigue escribiéndose con un mexicano al que contactó de este modo hace más de 30 años. No creo sinceramente que hayamos ido hacia atrás. Creo que las nuevas formas de comunicarnos han ayudado a mucha gente que vive sola, mayor. Abuelas que a sus 80 años han logrado aprender a usar esos teléfonos endemoniados y han aprendido a escribir mensajes cortos. Nietos que les escriben y les mandan notas de voz aunque vivan a muchos kilómetros. O lo mejor, videollamadas con papá o mamá cuando está de viaje, que logran acortar las distancias, aunque estés a un oceáno de ellos. Las nuevas formas de comunicarnos nos han ayudado a acercarnos, pero quizás nos han hecho perder la ilusión. Ya no llegamos corriendo al portal para abrir el buzón y descubrir si esa persona tan especial se acordó de ti.

Cambiamos la ilusión por la ansiedad, porque ahora podemos ver en su estado de whatsapp si está en línea o no, si está escribiendo o no y la paciencia, esa aliada imprescindible en muchos momentos de la vida, se nos ha perdido en algún momento del camino. Por eso creo que recuperar esa tradición de escribir y de no esperar una respuesta inmediata, al segundo, es importante. Nos ayuda a, efectivamente, cultivar esa paciencia olvidada de saber esperar. De aceptar que lo que queremos saber no tiene respuesta aquí y ahora. Quizás es un buen momento para volver a enviar postales a quienes más queremos sin esperar respuesta, ¿te animas?

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