Muros sin Fronteras
Las Europas que somos
Somos una suma, poco más; una suma de personas, lecturas, experiencias y acontecimientos. Todo, más o menos agitado, forma la identidad individual, el modo en que cada uno se percibe a sí mismo. La identidad colectiva resulta más compleja porque además de las sumas, abundan las restas y las divisiones.
Para el periodista e historiador británico Timothy Garton-Ash, el problema de la UE es que carece de una identidad concreta. Para él, la solución era crearse una. Lo dijo a finales de los años noventa. No sé si mantiene la misma opinión después del Brexit. José María Ridao le respondió entonces en el lugar más apropiado, Sarajevo. Para el diplomático español, la fuerza de Europa consentía en tener varias identidades.
Cuando estas diferentes identidades y lenguas conviven de manera pacífica lo calificamos de riqueza cultural. Pero es un equilibrio muy frágil, cualquier chispa de odio puede transformarlo en un infierno. Sucedió en Líbano, en su guerra civil. Por eso son tan importantes los líderes responsables, y más en tiempos de crisis.
En este enlace están las claves de qué consideramos esencial para que alguien sea uno de los nuestros.
Acabo de terminar la lectura de Una lección olvidada (Tusquets) del periodista Guillermo Altares. Antes de seguir debo admitir que es muy amigo, condición que no me obliga a elogiarle, pero es un dato que debe tener en cuenta el lector. Se trata de un gran libro, un recorrido ilustrado, profundo y divertido por algunos de los acontecimientos fundamentales que nos han conformado como europeos, desde la cueva de Chauvet a las guerras yugoslavas y a la xenofobia populista actual.
El territorio que llamamos Europa ha sido un permanente campo de batalla en el que la ambición de los hombres, y la religión como excusa, han desempeñado un papel determinante. No me refiero a las dos Guerras Mundiales, sino a todo lo que sucedió antes. Una lección olvidada nos recuerda ese pasado, lo que padecimos y lo que podríamos volver a padecer si las cosas se tuercen. Hablamos del fascismo, claro, de la consecuencia política del odio al Otro, del racismo rampante.
En los años 30 afectó a los judíos, hoy se centra en los migrantes. Se necesita un chivo expiatorio para encender las pasiones. En el libro de Altares se explica de dónde procede la semilla del antisemitismo que hizo posible el Holocausto, el asesinato industrial de seis millones de judíos, cómo prédicas incendiarias llevaron a pogromos, como los de 1391 en España. Nada de esto se enseña hoy en las escuelas. Tampoco la España musulmana. ¿Qué sabemos de Averroes, una cumbre de pensamiento?
La Unión Europea, con sus mil defectos, su ceguera en el Mediterráneo y su dirigencia burocratizada, sigue siendo un regalo, un escenario de diálogo en el que se pueden resolver, y se resuelven, disputas que antes provocaban asedios y matanzas. Por esto es un libro necesario en un momento peligroso. La única manera de combatir la mentira, el odio y la xenofobia es con información veraz, y Una lección olvidada la tiene a raudales.
Estudié una larga primaria y dos bachilleratos, el elemental y el superior. Repetí tanto que llegué a tiempo de cursar el primer COU, pese a ser de la generación de Preu. En mi segundo intento de aprobar Sexto de Bachiller, y en el COU posterior, comprendí dos cosas esenciales: que aprender es muy divertido y que todo estaba relacionado. Fue un descubrimiento maravilloso que llegó 14 años tarde. Les cuento esta intimidad porque aquello me dejó una impronta, la necesidad de buscar contextos, espacios en los que todo cobra sentido. Es la única manera de entender lo que pasa.
Combiné la lectura de Altares con el último libro del historiador José Enrique Ruiz-Domènec, Informe sobre Cataluña (777-2017), editado por Taurus. En él se explican las Cataluñas, las mismas que hoy se muestran divididas ante el Procés, y dentro del mismo Procés. Habla del nacimiento del sentir catalán, sus alternativas históricas entre el reino de los francos y lo que empezaba a ser el embrión de lo que sería España, los errores estratégicos, como el de Pedro el Católico en la batalla de Muret (1213) al apoyar de manera suicida la rebelión de los cátaros en Occitana, que le hizo perder los territorios al norte de los Pirineos, hecho aceptado más tarde por Guillermo el Conquistador.
En este Informe están las personas y hechos que han conformado Cataluña en su búsqueda de una identidad política propia, diferenciada de Francia y España. Leerlo es esencial para entender la lucha entre el interior y la costa, el seny y la rauxasenyrauxa, el orden y la rebeldía, y cómo Cataluña ha salido perdiendo siempre que las emociones han condicionado las decisiones políticas.
Al leer los dos libros simultáneamente he entendido mejor los problemas de Europa, España y Cataluña. España tampoco ha sido un ejemplo de acierto en sus momentos históricos clave. Al menos dos veces expulsamos la inteligencia, el pulmón del pensar y crear: con los judíos sefardíes en 1492 y con el exilio republicano en 1939. Decenas de guerras civiles y un permanente muera la razón nos han dejado expuestos a la estupidez supina. Basta escuchar el coro político que nos rodea.
Dice el discípulo del hombrecillo insufrible que “la Hispanidad es el hito más importante en la historia del hombre”, por encima del descubrimiento de la agricultura, la creación de la escritura, la Grecia clásica que ha conformado nuestro pensamiento, el Renacimiento, la imprenta, la ilustración, la revoluciones industriales y francesa, la democracia, los avances en la ciencia, con sus constantes victorias sobre los mitos y las religiones (gracias Galileo y tantos otros como Giordano Bruno). En fin, es lo que hay. Es un burdo imitador de Donald Trump.
También vi dos películas que al digerirlas se han relacionado entre sí, como sucedió en los libros de Altares y Ruiz-Domènec, creando un corpus nuevo. Una es Cold War. Una historia de amor en la posguerra polaca tras la II Guerra Mundial. Dos personas que buscan desesperadamente su sitio en un mundo destruido. Encontrar un sitio en el que estar es la única manera de sobrevivir.
Para Calvino, ese lugar mágico está en el país en el que uno se siente mejor como extranjero. Se trata de un juego literario, de otra época política, impregnada de un cierto optimismo, el de la construcción de la nueva Europa (UE). Hoy, ser extranjero es un motivo de sospecha.
La segunda película es Frantz. La trama se sitúa en los meses siguientes al final de la Gran Guerra, en 1919. Cuando Anna visita la tumba de su prometido Frantz descubre que alguien más ha llevado flores. El enterrador le informa que se trata de un joven francés. Gran parte de la acción se desarrolla en un pueblo alemán, en el bando derrotado. En ese Quedlinburg aflora el rechazo al joven extranjero, al que consideran enemigo. En algunas de las actitudes de rechazo está la semilla de lo que sería el nazismo.
No les voy a estropear el argumento (está en Filmin): trata de Europa y de la necesidad de encontrar un sitio, esta vez delante del cuadro El suicidio de Édouard Manet) convertido en una tentación: saltar o no saltar.
En eso estamos, en un mundo que regresa al modelo anterior a 1914; el que provocó la Gran Guerra, la Revolución bolchevique, la Gran Depresión, el nazismo, el Holocausto, los gulag de Stalin, las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki… No parece una buena referencia. Es lo que sostiene Christopher R. Browning, uno de los mayores expertos en el nazismo, en un texto publicado en The New York Times Review of Books titulado “La asfixia de la democracia”. La buena noticia es que no nos dirigimos a una repetición del nazismo, a sus métodos brutales. La mala es que ya no hacen falta para conseguir los mismos objetivos.
Siempre nos quedará Canadá.