Qué ven mis ojos

¿Quiénes luchan en España por los votos que en Brasil habrían sido para Bolsonaro?

“Un voto es un aval; miles, pueden crear una avalancha”.

La bestia no había muerto, sólo estaba dormida. Pero ha abierto los ojos aquí y allá, se la oye rugir de nuevo y sus lacayos empiezan a quitarse los disfraces y se ponen el uniforme de campaña, para seguirla. La ultraderecha ha vuelto, muchos la jalean a su paso y si otros no lo hacen desde los balcones del neoliberalismo es porque no pueden aplaudir mientras se frotan las manos. Poco a poco, el círculo del horror se está cerrando otra vez, igual que un puño dispuesto a golpear, y el resultado será el mismo de siempre: el mundo arderá dentro de él, si alguien no lo impide. Las dictaduras que ya había, no se mueven, Venezuela está como está, Cuba sigue como sigue, Arabia Saudí cambia petróleo por silencio y de Rusia siguen saliendo, día sí y día no, agentes con veneno de talio en el doble fondo de sus maletines. Y lo demás empeora a pasos agigantados: Donald Trump ya está en la Casa Blanca y Brasil acaba de entregarle el poder a Jair Bolsonaro, cuyo discurso puede dar una idea de lo que se nos viene encima.

En lo que se refiere a la seguridad, basta con tres de sus principios para dejar claro quién es y qué es lo que las y los ciudadanos de su país han santificado con sus votos: “Estoy a favor de la tortura”, dice; y añade: “El policía que no mata, no es policía”. En cuanto a su táctica para luchar contra la delincuencia, es esta: “Hay que dar seis horas a los delincuentes para que se entreguen y, si no lo hacen, se ametralla desde el aire el barrio pobre donde se escondan”.

La pluralidad de cualquier tipo es enemiga del totalitario, y en consecuencia, él defiende un programa de hierro que le impida cometer los errores que según él se cometieron en otros países: “En Chile, Pinochet debió haber matado más gente”, brama. Y con el fin de no repetir esos errores, apuesta por una actuación radical: “Los marginales rojos serán proscritos de nuestra patria: o se van fuera o van a la cárcel”. Por supuesto, muchas de esas estupideces no las podrá llevar a cabo, pero sólo las que no pueda por imperativo legal.

La igualdad tampoco es santo de su devoción, naturalmente, ni la económica, ni la identitaria, ni la sexual, porque quien es homófobo, machista y xenófobo no puede creer más que en el dominio de unas razas o géneros sobre los demás. “No me gustan los cupos, si ponemos mujeres porque sí, vamos a tener que contratar negros también”, argumenta. Y no será él quien cierre la brecha salarial, porque confiesa que de tener un negocio “no emplearía a hombres y mujeres con el mismo salario, aunque haya muchas que sean competentes”, ni mucho menos quien favorezca la conciliación laboral y familiar: “Una mujer va a pedir trabajo, el empresario le ve un anillo en el dedo y piensa: la contrato, se queda embarazada, se toma seis meses de permiso y al acabarlos, otro de vacaciones... por eso se las paga menos”. Su resumen, además, es que en ese territorio sobran privilegios entre la clase obrera: “En Brasil es una desgracia ser empresario, con tantos derechos de los trabajadores”.

Lo han votado más de la mitad de quienes han participado en las elecciones, aunque su brutalidad en el ámbito de las libertades sea digna de un hombre de la Edad del Hierro: “Sería incapaz de amar a un hijo homosexual; preferiría que muriera en un accidente a que aparezca con un bigotudo”, dice. Y añade otra de sus fanfarronadas que, por lo visto, han pasado por alto los millones de personas que lo apoyan: “No voy a combatir ni a discriminar, pero si veo a dos hombres besándose en la calle, les voy a pegar”.

¿Quieren más ejemplos? Ni que decir tiene que es un supremacista blanco, porque cómo no iba a serlo esta joya. “No corro el riesgo de que uno de mis hijos se enamore de una mujer negra, porque fueron muy bien educados”, declara. Y por si hubiera dudas, remata la faena: “Las comunidades negras no hacen nada, gastamos en ellos más de mil millones de dólares al año y no sirven ni para procrear”. Eso sí, ese dinero no sale de sus bolsillos, dado que se trata de un evasor fiscal confeso: “Bobos son los que pagan impuestos; yo evado todo lo posible, si puedo no pagar impuestos, no pago.”

Eso sí, es creyente, devoto y practicante. “No quiero para Brasil esa historia del Estado laico. El nuestro es cristiano y la minoría que esté en contra, que se mude. Las minorías deben inclinarse ante las mayorías”.

Casi todas esas opiniones energúmenas le quedan como anillo al dedo a las que hace poco fueron expresadas por los diversos participantes en un mitin del partido Vox en Madrid. Al día siguiente, el nuevo líder del PP, Pablo Casado, aseguró coincidir “en muchas cosas” con los oradores de aquel acto. ¿Qué cosas? Eso, como si fuera parte de su trabajo universitario, no lo explicó ni dejó ver. Y el jefe de Ciudadanos, su rival en la derecha, Albert Rivera, tuvo mucho cuidado en no extralimitarse lo más mínimo al ser preguntado por esa gente. Será que los dos quieren que les voten quienes votarían en Brasil a Bolsonaro, de modo que la pregunta es obvia: ¿Esa es la España que quieren? El monstruo es sólo uno, pero sus sirvientes están por todas partes. A algunos, los terminará devorando.

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