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Qué ven mis ojos

¿Prefieren que les hundamos casa por casa o todo el país de golpe?

“El precio de que la banca siempre gane es que pierdan siempre los mismos”.

En las sociedades del neoliberalismo, que es un lobo con piel de demócrata, cada uno tiene lo que se merecen los demás y el negocio consiste en que unos naden para que otros guarden la ropa y no se les moje. Mucha gente trabaja y unos pocos se llevan el producto de su esfuerzo. Mucha gente cotiza religiosamente a la Seguridad Social y, cuando enferma y va a un ambulatorio, le regatean los medicamentos, las radiografías y los análisis clínicos; o si necesita pasar por el quirófano para operarse, le ponen en una lista de espera inhumana. Muchos ciudadanos pagan sus impuestos durante treinta o cuarenta años y, cuando llega la hora de jubilarse y recibir una pensión, les tratan como a pedigüeños y los describen, con mejores o peores palabras, como una carga para el Estado. El dinero no tiene amigos, sólo dueños; pero también tiene intermediarios: los bancos. Y cuando alguien les amenaza, el poder despliega toda la artillería y sus correveidiles abren las compuertas de los diques para hacer correr unos ríos de tinta que se resumen en un titular: la banca o la bancarrota. O ganan y pierden los de siempre, o perderemos todos.

El dinero se mira, pero no se toca, porque no puede ir a parar a los bolsillos equivocados, y ese es un principio que nos tienen que recordar cada vez que nos retorcemos para exigir nuestros derechos. Por ejemplo, en plena negociación de los Presupuestos, aparece el Banco de España a amenazarnos con una hecatombe si se sube el salario mínimo, algo sospechoso cuando sale de la misma institución que nunca vio ni previó nada, ni la crisis, ni el estallido de la burbuja inmobiliaria, ni la quiebra de bancos importantes, ni los riesgos de la salida a Bolsa de otros, ni el abuso de las tarjetas black, ni el timo de las preferentes… Ahora, en cambio, profetiza una catástrofe si los jornales más bajos alcanzan los novecientos euros. Eso sí, quien nos lo cuenta es un gobernador que se lleva 13.000 al mes y que, con dos declaraciones más de este calibre, le va a empatar a su predecesor en el cargo, que salió a los medios de comunicación a decir que era imprescindible aceptar los recortes del PP "por patriotismo" y a continuación se subió el sueldo. Caballeros, ¡viva Honduras!

A los mismos que se rasgan las vestiduras, muy comprensiblemente, porque el Gobierno le haya enmendado la plana a la Abogacía del Estado para que el independentismo pueda darle su aval a esos Presupuestos, olvidando esa máxima de Winston Churchill de que no puedes domar un tigre mientras tienes la cabeza dentro de su boca, sin embargo no les parece igual de intolerable la presión feroz que ha ejercido la banca sobre el Tribunal Supremo para que no les hiciera asumir a las entidades el pago del impuesto de los Actos Jurídicos Documentados, que es el nombre que le han puesto a uno de los timos que cometían en contra de miles de sus clientes al formalizar una hipoteca. Aunque, naturalmente, qué podíamos esperar de los mismos que podrían detener el chantaje del secesionismo con sólo permitir que las cuentas salieran adelante, con las modificaciones que fuera, y así desactivar eso que dicen que es una bomba que hará saltar la nación por los aires. Dicho en plata y en su propio lenguaje, que el PP y Ciudadanos prefieren que España se rompa a que a los españoles les suban el sueldo mínimo. Será la de la bandera, pero vaya tela…

Eso sí, en ese terreno, por qué será, el acuerdo es total entre la oposición y el Gobierno, que también se ha apresurado a hacer ver que temía "un impacto extremadamente elevado sobre nuestra estabilidad financiera" si los bancos perdían ese juicio. Así que ya lo saben, la historia puede cambiar, pero el final va a ser el mismo: pueden arruinarnos casa por casa o todo el país de golpe. Si no es de ellos, no será de nadie, porque lo tienen todo, pero quieren más, lo suyo y lo de los pobres, y ese es el motivo de que hayan acabado con el famoso Estado del bienestar. Ya lo dijo Schopenhauer: "La riqueza es como el agua salada: cuanto más se bebe, más sed da". De momento, ante sus advertencias, el Supremo ha aplazado su decisión. Tanto desacuerdo en algo que el resto de Europa ve tan claro, porque es de Bruselas de donde ha llegado la sugerencia de que los bancos devuelvan parte de lo que han robado, con los matices que se quiera, a sus clientes, da mala espina. Y las malas espinas suelen estar envenenadas.

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