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Caravana sin rumbo: #InfanciaEnPeligro

Marisol lleva en España cinco años. Dejó en Honduras a sus dos hijos, sabiendo que esa era la única opción que tenía si quería ofrecerles un futuro mejor. Entonces el pequeño sólo tenía tres años y el mayor nueve. Una decisión durísima que le costó mucho tomar. Ahora esos dos chicos crecen junto a su abuelo (el padre los abandonó nada más nacer el pequeño) y siguen conectados a su madre a través del whatsapp y las videollamadas. A ella la siguen llamando cuando caen enfermos, con ella hablan cuando salen del colegio para contarle qué tal le ha ido tal o cual examen. Es el cordón umbilical que las nuevas tecnologías ayudan a no cortar mientras ella aquí y ellos allí hacen planes para cuando puedan por fin volver a vivir juntos. Saben que no es fácil. Ella tiene que acabar de regularizar sus papeles, le queda un par de trámites, y tiene que asentarse económicamente. Saber que con los tres trabajos que tiene le llegará para poder alquilarse una casa para ella sola y sus hijos. Y ellos saben que venir a España supondrá cambiar de país, de amigos, dejar a su abuelo en Honduras y empezar una nueva vida que quizás, no les guste. Pero el anhelo de estar con su madre, de poder volver a vivir los tres juntos, es mucho más fuerte que cualquier nubarrón que pueda surgir.

A Marisol el tiempo le apremia: sabe que los meses pasan, que sus hijos crecen, y que cuanto más tarde en sacarlos de allí peor será. Conoce muy bien su país, sabe lo que está pasando: paro, falta de oportunidades, corrupción y en los últimos años mucha violencia. Es el mismo cocktail que le echó a ella de su casa y la obligó a buscar una seguridad económica que Honduras no tenía. Sabe que antes de levantar la persiana de tu negocio, ése que tanto esfuerzo te ha costado, ése en el que te has dejado los ahorros de años trabajando, las Maras llegarán y te pedirán una mordida a cambio de dejarte en paz. Y cualquier opción es pésima: si no pagas te destruirán el local, si pagas, volverán a pedirte su parte cada semana, cada mes y si detectan que las cosas te van bien, te pedirán más.

A los chicos jóvenes no les quedan muchas opciones en su país. No hay mucho futuro que ofrecerles y por eso le apremia el tiempo para sacarlos de allí. La historia de Marisol es la de todos esos hondureños que llevan días caminando hacia Estados Unidos y que tanto miedo le dan a Donald Trump. Ellos han sido su lema de campaña, la única medida que ha ofrecido a los americanos era impedir que esos hondureños entraran en Estados Unidos. Marisol sigue el camino de esa caravana desde aquí, casi siempre por redes sociales, buscando entre las fotos que van colgando a conocidos, a amigos. Sabe que son muchos los que no han aguantado la espera y han decidido coger sus cosas y empezar a andar hacia otro futuro, esperan que mejor. Da igual que Donald Trump brame contra ellos y les llame terroristas, delincuentes o narcotraficantes. Lo que dejan atrás es mucho peor. Es la marcha por su supervivencia.

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Desde Save The Children han emprendido una campaña para pedir ayuda para todos esos menores, para que Trump y los más de cinco mil militares que ha enviado a la frontera los considere sólo eso, niños, y no delincuentes. Calculan que uno de cada cuatro de los migrantes que se dirigen hacia esa frontera es un niño, niña o adolescente. Además se encuentran en una situación crítica: están expuestos a sufrir violaciones, accidentes, enfermedades o caer en las redes de tráfico de personas (muchos viajan solos).

Lo mejor para comprender una noticia es ponerle cara. Es lo que le recomendaría a Trump: que perdiera cinco minutos en leer y ver las historias de los menores que se han embarcado en ese viaje. Si le apetece y si me lee (cosa bastante improbable) le dejo aquí el link de la campaña de Save The CHildren [pincha en este enlace]. Aquí conocerá la historia de Jacquelín: sólo tiene 14 años. Salió de San Pedro Sula, una de las ciudades más peligrosas del mundo, para reencontrarse con su hermana en México. El final de su historia es tremendamente injusto. Creo que ella y el resto se merecen una oportunidad.

 

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