Qué ven mis ojos

Lo que les molesta de los nombramientos a dedo es que el dedo no sea de su mano

“La Justicia no es ciega, lleva una venda para no caer en poder de los hipnotizadores”.

Ya tenemos, como quien dice, nuevo presidente del poder judicial, lo han pactado –el jefe para ti, la mayoría para mí– PSOE y PP, que siguen siendo los partidos que cortan el bacalao con el cuchillo grande, mientras los demás, los que manejan el de postre, sienten que les han mandado a defender la patria, que es lo que querían, pero con una espada de madera y una pistola de agua, de modo que han puesto el grito en el cielo y se han rasgado las vestiduras. Nadie lo ha hecho, sin embargo, con tanta razón y con tanta virulencia como Albert Rivera, el líder de Ciudadanos. Lo primero porque, sin duda, es el gran perdedor de esta partida; lo segundo, porque le gusta el lenguaje hiperbólico y se ha echado al monte para considerar el casi seguro nombramiento “un escándalo que nos retrotrae al pasado y supone volver al siglo XX”; o sea, a cuando él y su grupo se definían como “socialistas”.

Por entonces, quería ser el nuevo Felipe González; luego, se conformó con ser el nuevo Adolfo Suárez; después, volvió a la casilla de salida y se hizo la media naranja de Pedro Sánchez, pero les salió mal a los dos y uno se fue con Pablo Iglesias y el otro con Rajoy, aunque probablemente ambos se echen de menos. Ahora, pelea contra todos y en tierra de nadie, porque da la impresión de ser tan enemigo de sus rivales como de sus aliados, puede que como consecuencia de su ambigüedad ideológica: al no saberse dónde quiere ir a parar, cualquiera puede temer que trate de quitarle el sitio. El caso es que no son buenos tiempos para Rivera, las encuestas pronostican para él inestabilidad, frío y marejadas y la sensación es que de tanto querer llegar a las alturas, el sol que más calienta le ha quemado las alas. Vivir a salto de mata no ayuda a remontar el vuelo, sólo a ir tirando, y las incoherencias, al final, se pagan, sobre todo cuando cae en ellas un oportunista, alguien cuya única estrategia es apuntarse a un bombardeo con tal de ganarle a alguien una guerra, la que sea, la que haya por la zona, caiga quien caiga y se pelee contra quien se pelee. El caso es que aquí hay quien ha pasado de aspirante a la presidencia a cuarto en discordia y quienes lo jaleaban y en su día lo sacaron en procesión ya se han dado cuenta; pero él todavía no. Mala cosa.

Sin embargo, “la verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero”, según escribió Antonio Machado, y esta vez se puede estar de acuerdo con Rivera, en líneas generales. Porque una cosa es estar seguros de que se indigna, protesta y saca de nuevo del baúl la sábana morada, para agitar el fantasma de Podemos, sólo porque es esa formación la que va a colocar cuatro magistrados afines en el Consejo General del Poder Judicial, y no la suya, en cuyo caso no habría dicho esta boca es mía. Otra cosa muy distinta sería no querer ver lo evidente, cosa al alcance de todo el que antes de mirar se quite la bandera de los ojos, porque si lo hace verá que no tiene un pase ni que a los máximos representantes de nuestra Justicia los nombren a dedo quienes en el futuro podrían tener que ser investigados por ella, algo a la orden del día en un país donde la corrupción ha devastado las instituciones; ni parece lógico que los mismos que tanto defienden la Constitución cuando les interesa, ahora la vulneren y se la salten, al no respetar lo que en ella se dice, que es que la o el presidente del CGPJ deben ser elegidos por su Pleno, es decir, por sus vocales, y no en un “pacto de despacho”, como lo ha definido Rivera, que sabe de qué va eso porque lo ha practicado a menudo y cuando le beneficia, lo defiende. El resumen, es que los interesados se han enterado por la prensa de quién los va a capitanear. ¿Se puede ser a la vez una monarquía parlamentaria y una república bananera? A veces y en ciertos aspectos, parece que sí.

Para empeorar la cosa, tampoco parece que esta vez al PP, siempre tan aparentemente radical en el asunto del procés y tan crítico con las supuestas concesiones que, en su opinión, La Moncloa les hace a los independentistas, le importe gran cosa que el nuevo jefe del CGPJ sea, precisamente, quien iba a juzgar a los presuntos sediciosos o rebeldes de Cataluña, que además es una persona bastante cercana ideológicamente a la calle Génova y, por lo tanto, se podría deducir que hubiera sido cercana a sus tesis en ese territorio. ¿Esta vez no se han levantado sus suspicacias? ¿No les suena raro y les hace sospechar? Debe ser que, de pronto y como por arte de magia, se han vuelto crédulos. O que en la política sólo importa lo que se lleve uno mismo, no lo que puedan perder los demás. Lo único que a los cínicos les molesta de los nombramientos a dedo es que el dedo no sea de su mano.

Las aguas ya bajaban turbias y revueltas en la Justicia española, y este nuevo golpe era lo que menos necesitaba en estos instantes de balanzas trucadas y sentencias incomprensibles, justo cuando el Tribunal Supremo ha visto gravemente mermada su credibilidad con el asunto de las cláusulas de las hipotecas, dando a nueve de cada diez personas la sensación de estar al servicio de los poderosos y de actuar de mala fe a sus órdenes y contra los intereses de la ciudadanía. Europa pondrá a cada uno en su sitio. O no.

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