Desde la tramoya

Exorcizar al maligno

De cumplirse el pronóstico, Vox entrará en el Parlamento de Andalucía ocupando dos escaños. Quizá más. Dos diputados sobre 109 no es gran cosa en proporción, como no lo es el promedio del 5 por ciento del voto que anticipan las encuestas. Pero la fuerza simbólica de la entrada de Vox en el legislativo andaluz es similar a la llegada de Podemos al Parlamento Europeo hace casi cinco años, con el ocho por ciento del voto y cinco escaños. Podemos aprovechó entonces la enorme ola de atención por el éxito electoral, para crecer imparable desde entonces. Entrando en el sistema, Podemos se ganó el derecho a hablar en igualdad de condiciones que los demás.

Vox vive ahora un momento similar: aunque su representación actual en la sociedad española no ha solidificado, el impulso que puede recibir tras sentarse en el Parlamento de Sevilla, sería el primer hito de una expansión por todo el país. Tendría cinco meses para preparar la próxima convocatoria electoral. Cuenta también con un buen puñado de medios pequeños pero incisivos –Intereconomía, Cope y 13TV, los digitales ultraconservadores– dispuestos a prestar el púlpito al menos un rato. Dinero tampoco faltará: siempre habrá algún empresario local o nacional dispuesto a ayudar a un partido que se declara con sus propuestas y su tono –aunque no lo diga explícitamente– ultraliberal en lo económico, además de ultraconservador en lo moral.

Tratando de quitarle la careta al monstruo, Pepa Bueno lleva toda la campaña electoral andaluza preguntando a sus invitados conservadores, dónde sitúan a Vox en el espectro político. Ninguno se ha atrevido a decir que Vox es la ultraderecha, aunque todo el mundo lo sabe. Con el consabido “no soy yo quien debe calificar dónde se sitúa cada partido”, que es una fórmula ridícula de argumentario chusquero, tanto Pablo Casado, como Albert Rivera, como sus líderes andaluces, han huido de ese acto esencial del exorcismo, que consiste en nombrar a Lucifer para que salga del cuerpo de su víctima. Creen que no citándola, la bestia pasará desapercibida. Pero cuando tome posesión de sus asientos andaluces, nadie podrá ya ignorarla. Incluso la izquierda cree que es mejor no hacerles mucho caso. Ayer mismo Teresa Rodríguez, en el mismo programa de la Cadena Ser, le imputaba a Susana Díaz la irresponsabilidad de fijar la atención en Vox en el último debate televisado, cuando pidió al PP y a Ciudadanos que renegaran de un posible pacto con los ultraderechistas.

Es mejor, creo yo, identificar explícitamente el peligro, situarlo en su espacio real y promover que la ciudadanía sepa quiénes son y qué proponen.

El programa de Vox en Andalucía plantea un programa calcado al de sus hermanos de la ultraderecha europea. He aquí un listado de sus concreciones regionales y nacionales, por si hubiera alguna duda:

Vox es un partido de extrema derecha por su nacionalismo patriotero y su nostalgia imperial. Banderas nacionales, vivas a España por muy por encima de la media, enaltecimiento de la legión, de los héroes de la nación y del glorioso pasado del imperio español

Vox es un partido de extrema derecha porque cree que la unidad de la “nación española” –en esa visión centralista y uniforme– debe primar sobre la diversidad de quienes la componen. Por eso abogan por la supresión de las comunidades autónomas, o al menos por una limitación máxima de sus competencias.

Vox es un partido de extrema derecha por su racismo. No lo dirá nunca, claro, pero considera que van “los españoles primero”. Control estricto de la inmigración, limitación de derechos y servicios a los inmigrantes, exigencias de respeto a “nuestra cultura”…

Vox es un partido de extrema derecha porque, por lo anterior, reniega explícitamente de una Europa federal. Como mucho, la Unión Europea puede ser un pacto entre Estados cuya soberanía debe estar por encima de la supranacionalidad de las instituciones de la Unión. Una propuesta calcada a la de Le Pen o Salvini.

Vox es un partido de extrema derecha porque en lo económico no cree en el papel nivelador del Estado, sino en su achicamiento en favor de la “libertad individual”. El ultraliberalismo económico de Vox, idéntico al de las fuerzas ultraconservadoras del mundo, cree que el Estado debe inhibirse de actuar. Sistemáticamente se opone a cualquier cosa que pueda erosionar la expansión de la avaricia de los pocos y el perjuicio de los muchos.

Vox es un partido de extrema derecha porque desconfía de la educación pública –prefiere fomentar la concertada y la privada–, de los programas estatales de lucha contra las desigualdades, de todo lo que huela al “paternalismo del Estado”.

Vox es un partido de extrema derecha porque se identifica con todos y cada uno de los valores morales defendidos por el catolicismo más conservador: rechazo de la homosexualidad, imposición de la maternidad, defensa de la religión única, rechazo de las políticas de que denominan “ideología de género”, fomento concreto del odio hacia el Islam.

Discutir con el cuñado de Vox

Vox es un partido de extrema derecha, filo fascista (o sencillamente fascista) porque cree ciegamente en que unos determinados valores que considera intocables (Dios, la patria, el orden–su orden) deben imponerse frente a sus enemigos.

Vox es un partido de extrema derecha porque no son la derecha más o menos moderada, “acomplejada” dicen ellos, (en la que sitúan al PP y a Ciudadanos), ni por supuesto son tampoco la izquierda (PSOE, Podemos, Izquierda Unida).

Hacemos mal cuando evitamos mencionar al nuevo enemigo del Estado de Bienestar, a los nuevos adversarios de los progresistas, a los involucionistas y a los reaccionarios. Hacemos mal cuando les dejamos pasar por corderos. Podemos darnos hasta el domingo para ver qué pasa en Andalucía, pero como se hagan notar allí, no deberíamos perder un minuto en denunciar sus trampas –las apelaciones simples a los instintos más bajos de la ciudadanía– y sus execrables intenciones –imponer un modelo contrario a los grandes avances sociales. Nos equivocamos si pensamos que esa parroquia de machitos brabucones no tiene feligreses. Ya llenan estadios y ocupan parlamentos en media Europa. Y pronto pueden llenar los nuestros. Para exorcizar ese demonio, lo mejor, para empezar, es nombrarlo.

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