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Lo más brillante que se dijo en la tribuna

Vivir es la tarea más complicada y arriesgada que desempeña un ser humano. Ni puenting, ni escalada solo integral, ni wingsuit, ni rafting extremo, lo más peligroso de la vida es vivir. De esto no solemos ser conscientes hasta que empezamos a cumplir años como si no hubiera un mañana, como si solo hubiera un ayer…

La vida te abraza y también te destroza, te brinda sorpresas maravillosas o venenosas, te arrebata lo fundamental sin piedad, con la misma tranquilidad con la que te hace regalos de incalculable valor, esos que no se pueden medir en euros. Todos estos ingredientes de la existencia no los eliges, te llegan solos, sin pedirlos, como en aquel chiste de la niña a la que le dicen: “¡Qué ojos tan bonitos tienes!” y responde: “Venían con la cabeza”.

De lo que llega a nosotros sin pedirlo, poco más podemos hacer que tratar de exprimir lo bueno y pelear contra lo malo o, en el peor de los casos, asumirlo. Todos sabemos que, a veces, no tenemos a nuestro alcance las herramientas necesarias para ganar ciertas batallas

Sin embargo, hay algo de lo que somos responsables absolutos, se trata de nuestro ser, de nuestro estar en la vida. Ser una buena persona es una elección libre, voluntaria y, a veces, jodida.

Reconozcámoslo, hay que currárselo mucho para ser buena persona. No resulta nada fácil meterte por donde te quepan esas ganas locas de liarte a bofetadas con el mundo, cuando algo te irrita o te hiere y además es muy tentador entregarte a las bajezas que vienen de fábrica en el pack de imperfecciones del ser humano.

La semana que estamos a punto de cerrar ha estado muy marcada por la última de Torra, lo de la vía eslovena. La torrada marcó el pleno del Congreso del pasado miércoles y también las tertulias, los espacios de análisis políticos serios, los humorísticos –a veces difícilmente distinguibles los unos de los otros–.

Y, oigan, será que en estos días tengo enormes preocupaciones que ocupan el 99,9% de mi cabeza y de mi corazón, o que tengo exceso de sesiones de control en la sangre, porque confieso que ya ni siento, ni padezco, al presenciar lo que se dice en ese semicírculo con influencia directa en nuestras vidas.

Y eso que sus señorías se lo curraron: el presidente se calzó las mallas de monitor de sesión de relajación ¡Ommmmm! al anunciar con tono sosegado “la respuesta firme pero serena, proporcional y contundente del Estado social y democrático de derecho”; Casado se puso cultureta y nombró a Machado y a Esopo; Aitor Esteban sacó el niño que todos llevamos dentro para describir la emoción que provocan las montañas rusas, como metáfora de las dos últimas legislaturas; Iglesias dejó ver su morriña de la etapa mariana –alabando el discurso de Pastor frente al del resucitado Aznar–; Carles Campuzano, en plan Cruella de Vil, le mentó a la bicha a Sánchez, comparando su discurso con el de Susana Díaz, Rodríguez Ibarra o Leguina; y Tardá exhumó a Alfonso XIII y citó con tal ímpetu aquella frase Real, “Olé tus cojones”, que al Dios Neptuno, vecino de la Carrera de San Jerónimo, se le debió de poner el tridente de corbata… Pero nada, oye, yo me quedé fría, no sentí nada especial viéndolos desfilar por la tribuna.

Horas después, sin embargo, descubrí en un tweet de un diputado de Ciudadanos, Fernando Navarro, un momento que valió por todo lo oído aquel día en el hemiciclo. Una dedicatoria tan breve como intensa, una frase para enmarcar a pesar de su sencillez. La que le dedicó Alberto Rodríguez, diputado de Podemos, a Alfonso Candón, diputado del PP, que abandona las Cortes generales para pasarse a la política autonómica en Andalucía:

“ Voy a decir algo que creo que es de las cosas más bonitas que se le pueden decir a alguien, es usted una buena persona y le pone calidad humana a este sitio”.

Ser buena persona y aportar calidad humana a aquello a lo que te dedicas, no debería ser excepcional, sin embargo demasiadas veces brilla por su ausencia, en el Congreso, en un hospital, en una escuela, en una residencia, en una empresa del tipo que sea, en la comunidad de vecinos.

Ser buena persona no cotiza como valor en Bolsa ni se declara en un curriculum y, sin embargo, es lo mejor que uno puede llegar a ser en la vida.

Por eso el gesto de Alberto Rodríguez fue un soplo de aire puro en esta atmósfera tan cargada de malas vibraciones, pero también el del diputado Candón sonriendo y agradeciéndolo y el del diputado Navarro compartiéndolo en una red social.

Será de tanto escuchar el dicho popular “de bueno es tonto”, que hemos devaluado uno de los rasgos más valiosos del ser humano. Será eso, que hay que reírse del buenismo como si el malismo nos llevara a algún sitio interesante… No, no se den tanta importancia los malvados, es mucho más difícil ejercer de buena persona que reírse de ellos a carcajada limpia… o sucia.

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