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Qué ven mis ojos

La mano dura no es una mano, es un puño

No dejar hablar es el único argumento de los que no atienden a razones”.

Les preguntan por dónde irían y dicen que por las malas. Les preguntan cuál sería su fórmula para arreglar el problema y responden que la mano dura. Les preguntan de qué modo negociarían con los independentistas y contestan que no tienen nada que hablar, justo después de haber apelado al famoso espíritu de la Transición y a los acuerdos que lograron alcanzar los rivales ideológicos de aquellos días... Son los partidarios de la intervención de la autonomía catalana, de aplicar un artículo 155 de la Constitución saltándosela, porque en ella no está escrito por ninguna parte que se pueda hacer sin límites y de modo “indefinido”, tal y como piden, entre otros, el viejo y el nuevo Partido Popular, que vuelven a ser el mismo, al menos cuando los que le ponen cara son el expresidente Aznar y su delfín, Pablo Casado. Nada de parlamentar, por mucho que esa sea la herramienta de las democracias. Nada de reunirse con nadie: se llega, se clava la bandera en la torre enemiga y se tocan las trompetas. No se enfrentan a esto como si fuera un asunto político, sino como si fuese una guerra.

Es curioso que desde la derecha atomizada que empieza en Ciudadanos y acaba en Vox dejen fuera del bando de los que desean una España unida a todos aquellos que no comulguen con sus formas, por mucho que el fin sea el mismo. No han entendido que de lo que se trata no es de que los catalanes se queden, sino de que no se quieran ir. No quieren ser persuasorios, ni siquiera disuasorios, sino simplemente impositivos. No quieren tender puentes, sino poner vallas. Quieren imponer, no convencer, y con su táctica de bandera y Código Penal se ponen, de alguna manera, al mismo nivel de los Torra y Puigdemont, sus vías eslovenas y otros disparates. Combate nulo, un empate que sólo consiste en repartirse la derrota. Igual es que la peor manera de combatir un nacionalismo es con otro.

Ha llegado el centro-ultraderecha

En Cataluña hay un buen número de independentistas, que todo el mundo sabe que ha crecido de manera extraordinaria durante el gobierno del mismo Partido Popular, así que algo tendrán que ver sus estrategias territoriales y su forma de manejar este asunto espinoso que, efectivamente, les ha dejado las manos llenas de espinas. Claro que en la calle Génova pretenden hacer borrón y cuenta nueva, se han puesto el otro traje, el de campaña, han roto todas las cuerdas que unían al partido con el legado de Mariano Rajoy, a quien siempre consideraron blando en este terreno y en otros, por mucho que llegara a cesar al Govern en pleno y a suspender la autonomía. Nada les basta, quieren hacer algo que la historia demuestra que resulta imposible: erradicar una idea, y resulta que el independentismo lo es, nos guste o no, y tiene sus partidarios, qué se le va a hacer. Un Estado de Derecho no puede reaccionar ante ese evidente peligro, nadie niega que lo sea, borrándolos del mapa, dejándolos fuera del tablero. Así no era, y así tampoco.

El Gobierno, por su parte, más allá de hacer gestos tan grandilocuentes, innecesarios y de cara a la galería como el de celebrar este viernes su Consejo de Ministros en Barcelona –qué necesidad había de eso y de ponerles escaparates a los alborotadores– no puede hacer gran cosa, porque una mano la tiene atada a los partidarios de la secesión y la otra a una derecha de tres cabezas que, en estos tiempos inestables (igual que en todos los demás), dispara a todo lo que vuela y ejerce su oposición de hierro, con la vista puesta en las próximas elecciones generales. Ahí es donde tienen su punto de mira y mientras apuntas no ves otra cosa que el blanco. De no ser así tendría muy fácil pararles los pies a Torra y los suyos, con el simple hecho de apoyar al Ejecutivo de Sánchez en este tema o lanzar un mensaje en esa dirección. Pero no lo va a hacer, porque a pesar de las banderas y el patriotismo de repostería, su objetivo es llegar a La Moncloa y hacerse con la llave del palacio, una vez más. El Palau de la Generalitat es sólo una estación de paso.

Cómo no iba a ser un otoño caliente, si está en manos de gente que no ignora que no se pueden llevar las riendas y tensar la cuerda a la vez. El caso es que entre lo que unos no saben, lo que no quieren el resto y lo que no se dejan hacer unos a otros, la nave no va. El día que a alguno se le ocurra algo, igual la situación se desbloquea y el barco vuelve a flotar.

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