Desde la casa roja

Nuestra 'Roma'

Me crucé durante tres años con Salma en el rellano de la escalera. Ella regresando siempre con una barra de pan. En el pequeño súper tenía advertido que a las ocho de la tarde iría todos los días a por ella y tendría que estar recién hecha. Y obedecían. Porque la orden no venía de Salma. La barra debía estar tan reciente como para llegar caliente a la mesa de la cena. Salma corría abrazada a ella durante el invierno atajando caminos. A esa hora, todavía le quedaban varias tareas para concluir el día: servir la cena, recoger, preparar a los niños para la noche, dormirlos y poner todo en orden para que la rueda siguiera girando bien engrasada al día siguiente. A Salma los niños más pequeños de mi vecina la llamaron “mamá” hasta que se dieron cuenta de que Salma era su “cuidadora”. Y de que esos afectos terminarían alguna vez sin drama. Esos mismos niños me preguntaron varias veces si yo era la “cuidadora” de mi hijo. Les extrañaba que pasara los días con él. “Cuidadora”, “limpiadora”, “cocinera”, “recadera”.

“La chica”.

Escuché a Salma bregar con ellos para sacarlos al parque y que no vieran tanto la televisión, la vi caminar con una mochila en cada hombro por la cuesta, tender las camisas para recibir el primer sol del amanecer cuando las cuerdas aún estaban crispadas de escarcha, regresar de la compra bajo los cuarenta grados de Madrid en julio caminando con el uniforme rosa y largo impoluto. La vi esperar el autobús los domingos por la tarde, imagino que ya con la cocina recogida y la cena prevista, para disfrutar del único rato libre de la semana.

El 96% de las internas son mujeres, según la Encuesta de Población Activa. El 42% de estas mujeres tiene nacionalidad extranjera. Llevan casas, cuidan niños, ancianos o discapacitados. Su salario medio es de 800 euros al mes por 40 horas semanales, pero el 72% hacen bastantes más de sesenta. En realidad, apenas existe el descanso. Deben estar alertas, activas y preparadas para cualquier llamado.

A veces, reciben parte del salario en especies: hasta un 40% menos en concepto de alojamiento y comida. Su sistema de filiación es un régimen específico de cotización, el Sistema Especial de Empleadas de Hogar, donde no se reconoce, por ejemplo, la prestación por desempleo. Si se despide a una interna de un día para otro y sin razones, aún tiene vigencia el despido por desistimiento, por pérdida de confianza, y se tiene que marchar sin más, arrojada al vacío laboral. ¿No es esto una nueva esclavitud?

España debe ratificar con urgencia el Convenio sobre las trabajadoras y trabajadores domésticos de la OIT asegurando cuestiones básicas como descansos de 12 horas, el respeto a la intimidad de las internas o el derecho a la prestación por desempleo de uno de los sectores peor remunerados, más vulnerables e infravalorados socialmente y donde las mujeres están claramente sobrerrepresentadas.

 

¿Tenemos derecho a ser madres y padres?

Pensé en ellas cuando vi la película Roma, del director mexicano Alfonso Cuarón, que tantos elogios ha recibido y sumará. Su nítida factura en blanco y negro, su perfección de luces y sombras. Un álbum de fotos familiar en movimiento, el álbum de la familia Cuarón: las playas de Tuxpan, las calles de la colonia Roma en los setenta, el retrato (o el boceto de retrato) del Halconazo y de la sociedad bajo el mandato de Luis Echeverría Álvarez, uno de los gobernantes más nefastos para México. Un álbum de fotos donde se ha incluido a Cleo, la empleada doméstica.

Un relato poderoso en lo individual, pero frágil si seguimos haciendo lecturas universales y condescendiente si se generaliza para ser recibido por esa sociedad altiva que necesitaba verse relatada en una película demasiado perfecta para la sordidez humana que expone. Una clase privilegiada que se cura un poco la culpa diciendo “ellas eran de nuestras familias”, “las tratamos bien”. Es cierto que, por primera vez, Cuarón señala a un colectivo inmenso y precario que sufre discriminación por su raza, por su género y por su clase. Pero no se debe olvidar que las empleadas domésticas, concretamente en México, forman un grupo que padece graves problemas derivados de su empleo: abusos sexuales, malos tratos, despidos injustificados, acusaciones falsas de robo, accidentes laborales desatendidos e, incluso, la prohibición de hablar en lengua indígena dentro de las casas. En ese homenaje a un universo familiar sostenido sobre mujeres, dice uno de los personajes: “no importa lo que te digan, siempre estamos solas”, lo que es cierto en la trama, pero los conflictos no pesan igual entre la explotadora y la explotada.

Mujer, migrante, de hogares en riesgo. Es la Cleo de Roma. Es Salma en Aravaca. Debería terminar la informalidad que limita el acceso a los derechos laborales de estas mujeres. No deberían depender de la suerte de caer en una familia o en otra, el Estado debe protegerlas efectivamente contra toda forma de abuso, acoso y violencia así como equiparar el derecho social de este colectivo al resto de trabajadores.

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