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Qué ven mis ojos

Cómo no van a mentir, si dicen que están revueltos, pero no juntos

"El cínico tiene muchas bocas: la suya y las de quienes saben que miente, fingen creerlo y repiten su mentira"

La Triple D, casa común de la derecha española, no estaría tan segura del éxito de su manifestación en Madrid, cuando le ofreció pagarle el viaje y la bandera a quien quisiese ir a la plaza de Colón, “aunque no sea ni votante ni simpatizante nuestro”, según dijo el líder del PP. Ni estará tan satisfecha del resultado, cuando ve doscientas mil personas donde hubo cuarenta y cinco mil. Aunque, claro, de su secretario general para abajo, se ve que ahora no toca echar miel sobre los uniformes ni lanzarles hurras a las fuerzas de seguridad, sino jurar que la policía miente, o está manipulada, como afirman otros en Cataluña.

La Triple D no estaría tan orgullosa de su convocatoria cuando sus tres cabezas visibles no quisieron dar la cara, ni que les fotografiasen unos al lado de los otros, sino que hicieron una intervención en un espacio aparte del escenario, cada uno por su lado, y, a la hora de posar para la prensa, idearon la artimaña absurda de poner a otras personas entre ellos, es decir, que dándole la vuelta a la frase hecha, quisieron hacer ver lo que están intentando hacer creer a todo el mundo: que están revueltos, pero no juntos. Lo mejor, sin duda, la posición de firmes que compartieron al oír el himno nacional. Se les ve que están deseando bajar del Falcon en los aeropuertos y saludar militarmente, mano a la sien, a los guardias o soldados que les reciban en la pista. Ningún problema, eso Casado lo arregla sacándose un máster de general de brigada en un mes y a distancia, sin pisar los cuarteles.

Finalmente, la Triple D no debe tener argumentos verdaderos con los que culpar al Gobierno de traición, felonía, ilegitimidad y demás cosas lanzadas por Casado contra el presidente Sánchez –a la vez, eso sí, que alababa el “consenso de la ley sobre el aborto del 85”, que AP, es decir, su partido con otro nombre, votó en contra y llevó al Tribunal Constitucional, igual porque el día que se estudió esa lección tampoco estaba en clase–, y en los que apoyarse para deponer al Gobierno –porque algunos son así, no ganan o pierden, sino que ganan o deponen–, cuando el manifiesto leído por tres periodistas estaba lleno de falsedades, medias verdades o, directamente, de embustes. “Pedro Sánchez cedió al aceptar las veintiuna condiciones de Torra”, decía la proclama, que en mi opinión sonaba a octavilla lanzada desde una avioneta, pero todos ellos, desde el primero hasta el último, saben que eso es mentira, con lo cual imagino que confían en engañar a la gente. Pero la realidad es que el Gobierno, ni ha reconocido el derecho de autodeterminación que exigían los independentistas, ni ha aceptado una mediación internacional; ni ha aceptado tampoco “superar la vía judicial, que ha de abandonarse”; ni admitió investigar los abusos policiales y económicos que ha sufrido Cataluña; ni ha reconocido que en nuestro país estén limitados los derechos fundamentales o que exista un alto grado de complicidad de la policía y los jueces con la ultraderecha; ni ha consentido iniciar un proceso de debate sobre la monarquía, sino que, justo al contrario, impugnó ante el Constitucional una resolución de reprobación del rey Felipe VI aprobada por los independentistas en el Parlamento catalán.

Si se le une a eso quiénes lo han dicho, pues la cosa se pone color hormiga, como dicen en Chile. Lo dice Vox, con lo cual ya está todo dicho, dado el ideario de ese grupo de ultraderecha que, al parecer, a sus socios no les parece ningún riesgo para la convivencia ni tampoco para la Constitución, aunque pida cosas que no están en sus páginas, como la abolición del Estado de las autonomías. Lo dice Albert Rivera, para quien la política es un baile en el que se puede cambiar de pareja cuando cambia la música, y lo mismo firma un pacto de Gobierno con Pedro Sánchez y se declara socialdemócrata, que lo describe como el enemigo público número uno de nuestro país y se va a la feria de Sevilla con Abascal. Y desde luego, lo dice Pablo Casado, el delfín de Aznar, una auténtica fábrica de sanchistas como su antecesor, Mariano Rajoy, lo fue de separatistas, y el heredero del partido de los casos Gürtel, Bárcenas, Púnica, Nóos, Andratx,  Brugal, Sóller, Pokemon, Fabra, Campeón, Palma Arena, Guateque, Emarsa, Cabayo de Troya y así hasta cincuenta y cuatro procesos por corrupción que demuestran hasta qué punto la patria es para ellos una caja fuerte que desvalijar. Salvar España y arruinarla no parecen tareas compatibles. Ser patriota y llevarte lo que has robado o blanqueado a un paraíso fiscal, tampoco.

La manifestación del domingo fue lo mismo que son todas: una fiesta de la democracia, el ejercicio incuestionable de un derecho ciudadano. Uno siempre las respeta y las aplaude, incluso en las ocasiones en que menos pueda compartir sus fundamentos o los eslóganes que se coreen en alguna. Y además, lo que importa no es el número de asistentes, sino la razón que los asista. A menudo se hace una concentración para protestar por un desahucio, por ejemplo, y las pocas personas que están allí y piden justicia, son muy dignas de ser tenidas en cuenta y merecen ser escuchadas. Eso sí, por ahí nunca se ha visto ni se verá a ninguno de los jefes de la Tripe D. Ellos están para otras cosas. Sus correveidiles, también.

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