Qué ven mis ojos

¡Ahí te quedas, Cataluña!, gritó Inés

"La diferencia entre el embustero y el cínico es que el primero cuenta una mentira y el segundo tiene dos verdades para cada cosa"

La política es un teatro, una representación en la cual la obra suele ser mejor que los actores, que a menudo son histriónicos y de una retórica insufrible, aunque nada de eso los hace menos peligrosos, dado que no llevan armas de fogueo, sino reales, y no dudan en usarlas contra su público, da igual si es el que los aplaude o el que patea. Menos mal que en algunas ocasiones en lugar de un drama hacen una comedia y así podemos reírnos un rato. Por ejemplo, ayer mismo, con el esperpéntico viaje de Inés Arrimadas a Waterloo, una excursión de fin de curso, aunque estemos en febrero, con la que cerró su etapa de azote del independentismo, al que ganó batallas muy importantes, aunque perdiera la guerra. Porque o es una derrota o se le parece mucho que después de aparecer Ciudadanos para combatirlo por tierra, mar y aire, el secesionismo se multiplicase y la división de la sociedad catalana se hiciera más profunda de lo que lo había sido jamás. Será que Albert Rivera y los suyos al principio no lograron apagar ese fuego y después se han dado cuenta de que les beneficia echarle gasolina: las llamas los hacen parecer más brillantes.

El caso es que Inés Arrimadas se va, justo cuando el peligro más acecha y nada está claro ni parece tener solución, y más aún con su partido y los socios de su partido anunciando un artículo 155 de hoja perenne y con billete sólo de ida, en cuanto se hicieran con el poder en las próximas elecciones. Sin embargo, si eso pasa, ella no estará allí, porque ha abandonado el barco en medio de la tempestad, recién empezado el juicio a los cabecillas del procés y en unos instantes en los que, según ella, nos encontramos al borde del abismo y España está a punto de romperse por Cataluña. Su formación hará lo posible porque así sea, continuará tensando el conflicto todo lo posible, quizá sin haberse parado a pensar que aunque una cuerda se rompa por su lado más débil, eso también significa que el lado más fuerte se queda sin ese trozo desgajado, de manera que ganar lo vuelve más pequeño. Sin olvidar que los que tiran desde la derecha, los aliados de la plaza de Colón, van en el mismo barco, pero planean amotinarse unos contra otros en alta mar.

Arrimadas se viene a las generales, no se sabe si porque ha cambiado de misión como Groucho Marx cambiaba de principios, porque está cansada de esa lucha, necesita huir o aquello se le ha quedado pequeño. Pero, sea cual sea la razón para buscar un nuevo escenario, su mutis por el foro ha sido una charlotada. La próxima número uno por Barcelona de los naranjas ha ido a Bélgica como va a todas partes, rodeada de cámaras y micrófonos; se ha instalado un tablao en la Avenue de l’Avocat, en Bruselas, frente a lo que el secesionismo llama la Casa de la República, a gritarle al edificio lo que contaba Rafael Alberti que exclamó Carlos Gardel cuando fueron juntos a un zoológico y vio una jirafa: “¡Ese animal no existe!” Tras las cortinas de la mansión, Puigdemont debía estar contento como unas castañuelas, porque su rival le ha vuelto a poner bajo los focos en un momento en que iba ya quedándose entre bambalinas y seguro de que en la pieza que escribe en su celda Oriol Junqueras su papel será el de personaje secundario.

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En ERC y el PdeCat, de hecho, están de enhorabuena con su fuga a la capital: al fin y al cabo, les ganó en las urnas, una verdadera hazaña para un partido antinacionalista, y era su bestia negra en los debates y en las calles, así que les ha hecho, sin duda, un gran favor. No creo que a la interesada le importe: La Moncloa se ve desde más lejos que el Palacio de la Generalitat. Está en su derecho y no es la primera ni será la última, muchas y muchos antes que ella han usado las instituciones regionales o municipales a modo de trampolín, y algunos hasta se han ido de ellas en pleno mandato, en cuanto se les ha ofrecido un puesto en el Gobierno central. Hay tantos casos que no hace falta recordar ninguno, de manera que cada cual puede elegir el que más rabia le dé.

Pero ya lo hemos dicho, esto es un teatro, cada uno hace su papel y trata de camelarse al espectador o votante, a su manera. Arrimadas tiene su propio estilo, pero también disciplina de grupo, y en consecuencia se enorgullece, como todo Ciudadanos y por raro que pueda parecer en algunos casos, de haber echado al PSOE de la Junta de Andalucía, aunque haya sido a base de pactar con una ultraderecha de caballo y bandera cuyos enunciados teóricos deberían ser rechazados por cualquier demócrata; y de cara a la galería también sostiene el argumento oficial de que ellos no han pactado con Vox, sino sólo con el PP –¿sólo?–, una artimaña que es de un cinismo difícilmente igualable. Claro que ella también sabe nadar y guardar la ropa y no estuvo en la plaza de Colón porque, supuestamente, perdió el vuelo que debía llevarla a Barajas. En Cuba suelen decir que si ves dos veces una ballena blanca, es que es la misma. Pues eso.

¿Y cómo va a acabar esta obra? Quién sabe, aunque de momento, parece más bien un fin de zarzuela: “¡Ahí te quedas, Cataluña!, gritó Inés”.

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