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Qué ven mis ojos

Las muertas no sonríen a los más insolentes de los vencedores

"La dignidad sirve para resistir, no para vencer"

Hablar es gratis, igual que hacer promesas, mientras que para cumplirlas hay que pagar un precio, hay que esforzarse y hacer sacrificios. No es lo mismo predicar que dar trigo, dice un refrán; y otro, que del dicho al hecho, hay mucho trecho. Somos así y las circunstancias, a menudo, nos hacen peores. Así que, por ejemplo, la banda sonora de la política está hecha de cantos de sirena, esos seres mitológicos que no existen pero cuya música nos engaña, nos nubla la razón y nos conduce, por dentro, a la locura y, por fuera, al borde del abismo. Nos hemos acostumbrado a que nueve de cada diez discursos sean un brindis al sol hecho por un vendedor de humo que piensa que para llegar al poder sirve cualquier camino,  naturalmente, incluídos los atajos. Y como hemos llegado a la conclusión de que todos los cargos públicos son iguales, con ella hemos renunciado a buscar algo mejor.

El birlibirloque de los cínicos se oye por todas partes, aunque muchos de los que lo repiten no lo quieran escuchar, y lo mismo vale para un roto que para un descosido; también, por supuesto, para el feminismo, un asunto central de nuestras sociedades y el sistema de medida que marca hasta qué punto han evolucionado y se han puesto a la altura de su tiempo, que no debería ser el de las mujeres ni el de los hombres, sino el de la igualdad, ese derecho con el que empiezan las Constituciones del mundo civilizado y que es el primero que se vulnera, una y otra vez, de mil formas distintas. Hemos pisado la luna e inventado internet, pero aquí sigue ganando el más fuerte, como si en lugar de llevar en la mano un teléfono móvil, aún llevásemos un hacha de sílex.

La guerra por apuntarse el tanto del feminismo, una ola que crece y donde hay muchos votos en juego, se libra puerta a puerta, pero en la mayoría de los casos las palabras y los hechos van en direcciones opuestas. Inés Arrimadas, la dirigente de Ciudadanos, ironiza sobre el lenguaje inclusivo, satirizando a quienes se llaman portavozas, en referencia a alguna compañera de Podemos, con el argumento de que lo importante no es el lenguaje sino la legislación, cambiar las políticas que discriminan a las mujeres o no les dan la protección que hace falta en un país donde la violencia de género ha dejado, entre ochocientas y mil víctimas, según quien haga el recuento. Una catástrofe, en cualquier caso, que le da la razón a esos versos de Jaime Gil de Biedma que hablan de otra España, sin duda, pero en la que también existían hombres que actuaban “con el desprecio / total de que es capaz, frente al vencido, / un intratable pueblo de cabreros”. Pero, claro, que pretenda aparecer como defensora de esa causa la número dos de un partido que ha pactado, y lo volverá a hacer, con una ultraderecha que en estos momentos amenaza con entrar a caballo en la casa del feminismo, es de una hipocresía que produce vértigo, dado que las reservas de vergüenza ajena se nos han agotado. “Por la noche, / las más hermosas sonreían / a los más insolentes de los vencedores”, acaba el poema de Gil de Biedma. Qué más quisieran ellos.

Pero el lobo acecha y es el mismo de siempre, aunque esta vez se escriba con uve, y por eso hay que andarse con cuidado, porque el piso de la demagogia es de hielo y sólo se puede andar sobre él deslizándose a través de su superficie con cuchillas en la suela. En el otro costado, la socialista Adriana Lastra puso en la red una nota en la que decía que el 8 de marzo tenía apuntado en rojo “participar en las movilizaciones de la huelga” de este año y donar su salario de ese día a un centro de atención a víctimas de malos tratos. Rápidamente, los internautas le recordaron que si hacía el paro le descontarían ese jornal; si lo hacía y no se lo restaban de la nómina, estaríamos ante un trato de favor ofensivo y si no sabe que una cosa conlleva la otra, sería otra demostración de lo lejos de la realidad que viven nuestros dirigentes, lo difícil que será que la mejoren, cuando la desconocen, y lo claro que dejan que aquí los altos cargos son sobre todo eso, una carga. La verdad es que los diputados y senadores no tienen un contrato laboral con el Estado ni con esas cámaras, y en consecuencia no se les puede, según la ley actual, quitar ese tanto por ciento de su paga cuando secundan una movilización, siempre a título individual. Pero es cierto que alardear de que vaya a entregar esa pequeña cantidad de dinero parece más un acto de autobombo que un ejemplo de compromiso, como el de la gente que alardea de sus actos caritativos. Y en cualquier caso, la solución no es esa, sino dedicar muchos más recursos a combatir ese drama.

Hay tanta gente que pelea contra los monstruos, claro que sí, en desventaja y con un heroísmo admirable. Pero seguimos en un mundo en el que la dignidad sirve para resistir, no para vencer, algo que se consigue enfrentándose con el mal a cara de perro, con todas las armas del Estado de Derecho, sin escatimar y sin hacer cálculos mezquinos. O eso, o no cambiará nada.

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