Qué ven mis ojos

Ganarán si les vota la gente a quien desprecian

"El egoísta no quiere que lo abraces, sino que lo lleves en brazos"

Se habla mucho de la desafección ciudadana hacia la política, pero no tanto de lo contrario, de la que la política, y en especial algunos de sus personajes invitados, sienten hacia la ciudadanía. Son sus votantes, claro, pero también quienes pueden votar a otros o cambiar de bandera en mitad de la batalla; son los que los jalean en los mítines, pero también los que pueden abandonarlos en el camino que va de una elección a la siguiente, y hasta ejercer eso que se llama “voto de castigo”, cuando sus representantes se creen sus dueños y se pasan de la raya, les mienten y al final les decepcionan, que es algo que, tarde o temprano, siempre va a pasar: el poder desgasta y lo que se desgasta pierde encanto, se queda sin filos y sin magia.

Cada uno es como Dios lo hizo, y por lo general, peor, dice Cervantes, y es verdad que no hay nada más fácil en este mundo que volverlo más difícil: para conseguirlo, lo único que hace falta es perder los modales, levantar la voz, mirar por encima del hombro. Que ser iguales consiste en poder ser diferentes, no lo entiende todo el mundo, cuando debería comprenderlo cualquiera. Que quienes piensan de otro modo, tampoco, y por eso se convierte al simple adversario en enemigo, al que piensa de modo diferente, en un antagonista al que no se le da ni agua, al que se le niega el pan, la sal y no digamos la razón: ¿cuántas veces vemos a un líder de un partido reconocerle algún mérito al rival, al que defiende otra ideología u otra opción dentro de la misma? Qué sencillo es responder a eso: ninguna.

El otro día, en plena manifestación feminista del 8M, el secretario general del Partido Popular trató de explicar lo inexplicable, la ausencia de su formación en las manifestaciones de ese día, que además de errónea era contradictoria con las declaraciones, por ejemplo, de la presidenta del Congreso, Ana Pastor, o de la diputada Andrea Levy, en el sentido de que se puede ser de derechas y reclamar derechos, en este caso los de las mujeres; e incluso con el propio contra-manifiesto que se lanzó desde la calle Génova, en el que se recalcaba que “la igualdad real exige el esfuerzo de todos, de mujeres y de hombres, y no entiende de ideologías", y se hacía un llamamiento “a toda la sociedad española" para que se sume a una causa justa que “necesita el concurso de todos”. O no se puede ser más cínico o no se puede ser más incongruente.

  El PP, naturalmente, estaba nervioso, como siempre desde que forma tándem de seis pedales con Ciudadanos y Vox, al borde del desequilibrio. No puede ser de otra forma cuando te mueves sobre el alambre del centro-ultraderecha, ese último invento del poder fáctico para justificar lo injustificable, parecido al del neoliberalismo, que no es ni liberal ni nuevo, pero mucho peor, dado que aquí ya se le hace sitio sin disimulos al extremismo de la peor especie, que antes, por lo menos, disimulaba. Será que Pablo Casado también imita en eso a José María Aznar y hasta quiere superarlo: si el ex presidente no tenía complejos, el aspirante a serlo parece no tener vergüenza torera a la hora de estrecharle la mano a los nacionalistas de crucifijo y bandera de Vox. Durmiendo con su enemigo, se llamaba una película que, obviamente, era de miedo.

“Prefiero estar con mi hija en el parque que compartiendo manifestación con esta gente”, escribió el secretario general con modales de sargento primero. “Esa gente” era un grupo de chicas muy jóvenes, el futuro de nuestro país, que participaba en la fiesta del 8M cantando tras una pancarta cuyo lema, sin duda, no era amable, pero ¿el desprecio que demuestra un cargo público de semejante relevancia es tolerable? ¿De quién buscaba el aplauso? Nos lo podemos imaginar. “¿Esa gente?” Parece la frase displicente de un monarca absolutista que mira desde los balcones de palacio a sus súbditos.

Seguro que alguien se lo ha dicho ya, y casi seguro que no lo habrá hecho pensando en esas muchachas de la foto ni en los millones de mujeres a las que representaban, sino sólo en que tanto el comentario de uno de sus líderes como la actitud general del PP, aislado de todos menos de la ultraderecha y comiendo del mismo plato que ella, le puede costar muchos escaños, los puede alejar de la Moncloa, porque ahí no se llega a caballo, sino en coche, y ese coche y su conductor los pagamos nosotras y nosotros. Si no tienen ni respeto, qué van a tener. Quieren ganar con el apoyo de la misma gente a la que desprecian. Que alguien les explique que la democracia no es eso.

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