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Desde la casa roja

El nadador

Érase una vez un hombre desnudo de veintisiete años tapándose con las manos los genitales que nos contaba que había nacido como político. Era 2006 y la metáfora, sin insignias de ayer, fue arriesgada y escandalosa, pero fíjense que inolvidable. El primer sin complejos. Yo no creía entonces que nadie fuera a tomar nada en serio partiendo de esa foto. El hombre se llamaba Albert, no tenía experiencia y apelaba al “sentido común” frente a las viejas fórmulas. Se dejó la ropa en convencernos de que, en realidad, no había izquierdas ni derechas y que los españoles estábamos a memorias luz de esas cuestiones: a ustedes lo que les importa es llegar a fin de mes, un futuro para sus hijos y que no les roben los ahorros en la cara. Es que queríamos eso. Y para eso había venido él, el joven Albert de La Barceloneta (además), un producto diez del marketing, triunfador de las ligas de debate universitario, qué más, un nadador con medallas, limpio, impoluto, que iba a hinchar la fibra de sus pulmones para soplar el polvo de las sillas rojas del Congreso y hacer desaparecer la corrupción de las casas del pueblo y, al oírle a hablar en las tertulias, a una le parecía que malas no eran sus razones, chico listo. Ciutadans era el nombre perfecto para esa marca blanca de las ideologías. Ciudadanos, al fin y al cabo, éramos nosotros, los votantes.

Y desde aquel “No nos importa dónde naciste. No nos importa la lengua que hablas. No nos importa qué ropa vistes. Nos importas tú”, Ciutadans aspiraría pronto a ser Ciudadanos y Rivera encontró la palabra con la que quería diferenciarse del resto, de los viejos políticos. Rivera señalaba con su dedo a los demás y pronunciaba mucho antes: “casta”. Juntos podemos fue el título de su primer libro, cómico.

Pero de eso hace trece años. Y en trece años ha habido cuatro elecciones generales y algunas derrotas repartidas. En trece años, algunas de las zonas más calientes de nuestro mapa físico y político se fueron apagando y otras echaron a arder. Recorrimos el tramo final de una crisis que nos dejó desahuciados de optimismo y nos cambió el carácter. Hemos visto la corrupción de cerca y de lejos y la vivimos como si ya fuera un mal intrínseco del clima continental. Y desde ese Estado exhausto, asistimos a otro nacimiento. En 2014, Rivera encontró al antagonista perfecto rumbo al cielo por asalto. Y la novedad del que trae las manos vacías y por delante se fragmentó entre unos y otros. Algunos años después, llegaron más que dijeron que querían España por reconquista. Y temblamos, pero también Albert por razones distintas y tuvo que buscarse algún traje para cubrirse. Lo peor es que ya ninguno somos tan jóvenes ni tan blancos como hace trece años: el viento nos ha pegado a la intemperie y hemos tenido que buscar lugares donde refugiarnos.

Rivera se fue escorando en su viaje político por este país del que, sin descanso, repetía no ser de rojos ni azules, pero la tempestad le fue llevando a recalar en orillas más bien frías, a sonreír en la foto inapropiada. Su bandera, hago lo que quiero porque tengo, ondea sobre complicadas cuestiones éticas. La brújula está rota y el norte de aquel joven y desnudo Albert cambió de coordenadas. El tiempo todo lo ordena y fuimos sabiendo que en Ciudadanos eran más listos que inteligentes, más leídos que lectores, más pronóstico que futuro, volátiles, mutantes y en reconstrucción constante. Más derecha que descentrados. Es difícil tener un estilo elegante cuando nadas contra tu propia corriente (del mar al río o del río al mar, lo que haya por nadar): pero el agua baja ya con corrupciones, tramas y pucherazos, demasiados “diegos” donde dije digo. Ciudadanos ya forma parte de todo aquello que señalaba. No hay nueva política si hay errores viejos.

Uno de mis cuentos preferidos es El nadador, de John Cheever, el autor norteamericano que mejor retrató la aflicción de la clase media alta. Ese comienzo: “Era uno de esos domingos de mediados del verano, cuanto todos se sientan y comentan: 'Ayer bebí demasiado'". En el relato, un hombre guapo y en forma, un ejecutivo de publicidad, decide regresar a su casa una mañana después de una fiesta y, para ello, imagina un río de retorno si va nadando de piscina en piscina por todo el condado. A medida que avanza, el pasado del nadador emerge y la posibilidad del fracaso hace que el protagonista, interpretado después en una película por Burt Lancaster, se muestre inestable y vulnerable.

En el viaje de Ciudadanos, las piscinas en las que se zambullen, como en el relato, aparecen cada vez más turbias. Algunas están vacías. En la obsesión por recoger los votos del PP y no dejar marchar ninguno a Vox, Rivera, desesperado, ha pasado muy por alto aquello de intentar cambiar a la derecha liberal española. Ha dejado los grises y los matices de su discurso atrás. Ya no le sirven. Me gustaría saber cuál es la imagen que le devuelve el agua cuando mira su reflejo el nadador. Supongo que lo quiere ver, como todos los demás.

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