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¡A la escucha!

No hay preguntas inoportunas

No hay preguntas inoportunas. No las hay. Todas son posibles, la clave está en las respuestas que des. En los cursos de formación que damos en Atresmedia a personas que cada día se enfrentan a hablar en público, ofrecen entrevistas, ruedas de prensa o atienden a los medios, insistimos mucho en esto. Ninguna pregunta es impertinente. Sólo las respuestas pueden ser no pertinentes. El periodista puede preguntar lo que quiera, la clave está en lo que tú le respondas. A alguien del equipo de Borrell se le olvidó contarle la primera regla de comunicación en medios. O al ministro ese día la paciencia se le agotó demasiado pronto.

Las preguntas del periodista alemán podían ser parciales, inexactas, sesgadas, podía estar equivocando datos, incluso afirmando cosas que son mentira, puede ser, pero el papel de un ministro es, con sus respuestas, desmontar esas preguntas. Con respuestas coherentes, con argumentos de peso, con datos. Pero desde luego nunca enfadándose, cortando la grabación y diciéndole al periodista que miente. ¡Nunca! Más aún cuando lo que en teoría buscaba el gobierno durante estos meses es que su relato tenga difusión.

Aquí, los expertos en comunicación política pueden ser mucho más pedagógicos, exponer mejor que yo cómo es una buena estrategia de comunicación si, efectivamente, lo que realmente están buscando es ocupar un espacio en la opinión pública extranjera que durante demasiados meses fue abandonado y ese vacío permitió muchas cacofonías y demagogias. Borrell tenía muchos argumentos con los que contestar a las preguntas del periodista alemán, que ya empezaba mal cuando llamaba “abuela” a Carme Forcadell porque tenía 63 años. Mal empezaba. Y siguió peor. Pero insisto: aunque no te guste nada lo que te están preguntando, un ministro representa a todo un país ante una opinión pública y levantarse y marcharse en mitad de una entrevista es la peor de las reacciones. En primer lugar, das una imagen de absoluto enfado. Y aunque tengas motivos para estarlo, recondúcelo con respuestas de peso.

Además, eres el ministro de Exteriores, el de la diplomacia y ese día, la diplomacia se fue por la ventana. Dos, el espectador puede entender que tienes cosas que ocultar, que lo que te está diciendo te incomoda. Recuerdo que en el inicio de la exclusiva mundial de los papeles de Panamá, al primer ministro de Islandia, en mitad de una entrevista, empezaron a sacarle documentos que evidenciaban que había tenido una offshore. Cuando estaba acorralado, cuando las evidencias eran incontestables y cuando el primer ministro no sabía qué decir, se levantó en mitad y se marchó, dejando al periodista con la palabra en la boca. Y fue el fin de su carrera: con ese gesto admitió ante la opinión pública que había mentido. Y también era una entrevista grabada, pero cuando hay una cámara y un micrófono delante, da igual que sea en directo o grabado, cada gesto es registrado.

Borrell o su equipo aceptaron ir a esa entrevista. Sabiendo o no por dónde iban a ir las preguntas, cuál era la línea editorial del medio, qué opinaba o no el periodista. Puede que todo esto no lo tuvieran tan claro, puede efectivamente que alguien no hiciera su trabajo antes de aceptar que el ministro se sentara a contestar a ese cuestionario. Pero una vez que estás ahí, no hay marcha atrás y es entonces cuando tienes el enorme reto de desmontar mentiras, como decía el ministro, con argumentos. Decía Borrell que tuvo infinita paciencia con “semejante personaje”. No estoy de acuerdo. No hubo mucha paciencia y el periodista, te gusten más o menos sus preguntas, no es un personaje. El Gobierno ha salido a defender la actitud de Borrell. Dicen que tenía motivos para estar enfadado. Puede ser. No voy a entrar a valorarlo. Pero alguien de su equipo debería de sentarse con él y decirle que las formas son tan importantes o más que los mensajes. Y el jueves, el ministro se equivocó.

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