Qué ven mis ojos

No pidan perdón, hagan que no vuelva a pasar

"No son las cañas las que se tornan lanzas, sino las banderas".

Aterrizo en Madrid, donde me espera la muerte de Rafael Sánchez Ferlosio, con el cansancio de las muchas horas de un viaje de Córdoba a Asunción y de ahí a España, pero con el buen recuerdo que me ha dejado una ciudad de gente amable, exquisita, volcada en los actos culturales que había llevado a sus teatros, sus cabildos y sus salas el Congreso Internacional de la Lengua Española. El público fue extraordinario, generoso, atento, participativo… Y lo fue a pesar del mal momento que está pasando, otra vez, Argentina, donde nada sobra porque después de una crisis llegan al poder otros que resultan ser los mismos y que hacen lo mismo de tantas veces: cobijarse a la sombra del monstruo neoliberal, que tiene entre sus enemigos, como siempre ocurre con los movimientos totalitarios, a la cultura: la gente que piensa les parece subversiva, la que informa también y la que lee, igual. El desembarco de los tiburones en el periodismo y en el mundo editorial no es ninguna casualidad, sino parte de una estrategia que resume un modelo de invasión de guante blanco: quien maneja la información, dirige la realidad; quien condiciona, secuestra o amordaza la opinión, acaba con la disidencia.

Estos días en Córdoba, una de las polémicas era la que constituían las palabras del presidente de México, sobre la necesidad de que España pidiera disculpas por la conquista de América. Y también se comentó en los pasillos, más que delante de los micrófonos, y casi siempre en voz baja, la respuesta de Mario Vargas Llosa a López Obrador. A mí también me tocó hablar de eso en La Sexta, justo antes de irme al aeropuerto, y por pura coherencia, repetí lo que he dicho en otras ocasiones similares: me parece ridículo andar pidiendo perdón por cosas ocurridas hace siglos, prefiero que se busque la justicia para los que aún están aquí y ahora; me da igual que la iglesia católica pida o no pida perdón por la Santa Inquisición, lo que quisiera es que persiga a los curas pederastas de hoy, que los expulse y ayude a ponerlos a disposición de la justicia; me da igual que la dictadura que asoló nuestro país durante treinta y ocho años pida o no pida perdón, lo que hubiera sido de ley es que a los torturadores se los encarcelara, en vez de condecorarlos; que a quienes los sufrieron, eso o el asesinato de sus familiares, se les dieran las coberturas sociales que merecían, incluidas las pensiones que les han estado negando unas veces y rebajando otras; o que el siniestro funeralísimo dejara de tener un lamentable monumento en el Valle de los Caídos, que no cayeron, los tiraron a balazos los sediciosos y quienes los aplaudían y sostuvieron. Me da igual que el Partido Popular pida o no pida perdón por el saqueo sistemático que ha llevado a cabo allá donde gobernó, lo que celebraría de verdad es que devolviesen lo robado, que con todo lo que ha sido, entraríamos en superávit. La lista podría ser interminable, pero con esos ejemplos me parece que queda clara mi manera de pensar, en lo que se refiere a ese territorio.

Sánchez Ferlosio, el escritor subterráneo

Sánchez Ferlosio, el escritor subterráneo

Vivimos buenos tiempos para la lírica y malos para el pensamiento, que cada vez es menos libre porque minuto a minuto crecen los intolerantes, los que vigilan, sentencian, reparten carnets de demócrata, de liberal o de lo que sea. Cualquier argumento que se salga de los carriles que se le han puesto, se recibe con una lluvia de descalificaciones, insultos, condenas… Y viendo esas personas que en Córdoba, Argentina, disfrutaban tanto de las jornadas del CILE, abarrotaban los espacios donde se leían poemas o se daba una conferencia, a la vez que a la salida te explicaban, en un estado de indignación controlada, por así decirlo, lo que una vez más les habían decepcionado aquellos en los que la última vez creyeron, uno tuvo la impresión de que aquí, y más aún en un momento de debate electoral, sería bueno que todos nos quitásemos la camiseta, metiésemos la bandera en el armario y nos comportásemos de la misma forma que les pedimos que lo hagan a nuestros políticos: con ideología pero sin sectarismos; con más hechos y menos palabrería. 

Lo que se vuelve a ver y oír cuando tu avión toma tierra, sin embargo, es lo de siempre: aspirantes a la Moncloa que a las doce invocan el espíritu de la Transición y a las doce y cinco hacen la lista de todos los adversarios con los que, suceda lo que suceda en las urnas, jamás llegarán a ningún acuerdo. Ya sabemos que es mentira, que pactarán con quien sea que les facilite sentarse en los bancos azules del Congreso. Y también sabemos que la demagogia es una moneda de curso legal y una corriente de discurso muy extendida. Imagínense, si quienes más claman en el desierto contra ella, se llaman el Partido Popular.

Tengamos cuidado, porque el histerismo es contagioso y lo que se tornan lanzas no son las cañas, sino las banderas. Y que no se nos olvide que, contra el poder, cultura: cuantos más libros lee una persona, menos fácil es de engañar. Por cierto, que el viaje de vuelta lo hice con Mario Vargas Llosa, siempre tan amable, tan educado, tan buen conversador y, eso no hay ni que decirlo, tan gran escritor. No necesito estar de acuerdo con sus ideas para disfrutar de todo eso. Ni él con las mías para que seamos amigos. A quienes ya estén sacando el cuchillo verbal, les recomiendo un ejercicio de tolerancia, ya verán qué bien se sienten al acabar el tratamiento.

Más sobre este tema
stats