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Qué ven mis ojos

La suma de las urnas es igual a un espejo: lo que se ve en él es lo que somos

"Los patriotas encienden una vela a Dios y otra para quemarle la iglesia, por si se puede recalificar el terreno".

Puede que vaya después del domingo y antes del martes, pero éste no es un lunes como los demás, porque inaugura la semana en la que comienza de manera oficial la campaña de las elecciones del 28 de abril. No notaremos mucho la diferencia, si acaso subirá un poco el volumen y bajará aún más el nivel, se recrudecerán las descalificaciones y se le pasará el arroz a algún que otro argumento, porque la demagogia es como los lápices, que cuanto más se afilan, más pequeños se vuelven. El día siguiente no parece que vaya a ser muy distinto, porque todo parece indicar que tendremos lo mismo, sólo que partido en más mitades condenadas a volverse a unir: a un lado, las izquierdas y enfrente las derechas, así, en plural y con todos los matices que se les quiera poner. Lo primero que hace sospechosos a los políticos es que digan que son de centro, es decir, que son algo que no existe y que, en cualquier caso, no significa lo que ellos quieren hacer ver: la equidistancia, la neutralidad, la casa de todos. Pues miren, no, porque este mundo que han construido entre los neoliberales y los renegados de la socialdemocracia y su Estado del bienestar, se basa justo en todo lo contrario: en la desigualdad y en una militancia que no es ideológica sino económica: el dinero manda en la dictadura de los mercados, donde los fuertes avasallan a todos los demás con su dinero y su propaganda. Entre anestesiadas y poco despiertas, muchas personas a las que no les sobra de nada irán a votar a una ultraderecha que promete caballos y banderas para todos, y avalarán con sus votos un regreso a la España de sable, paredón y crucifijo que tanto añoran todos los fascistas de ayer y de hoy y algunos obispos.

Hemos entrado en una recta final, que va a hacérsenos larga, sin duda, y es tiempo de promesas y golpes bajos. Hay que ofrecer ventajas atractivas a la clientela y asustarla con el lobo feroz del adversario. Palo e imán, seducción y amenaza. Mientras mete en la secadora el traje que se mojó con las salpicaduras de las cloacas del Estado, puesto que él estaba allí cuando los comisarios-espías no llevaban gorra y carpeta, sino su uniforme reglamentario, el jefe de la calle Génova, que es una máquina de lanzar titulares, deja caer que si Pedro Sánchez ganase las elecciones, haría ministros “a Pablo Iglesias, Arnaldo Otegi, Carles Puigdemont y Quim Torra”, porque a él el mismo saco se lo hacen a la medida y de talla grande, para que quepa de todo. Eso sí, en Internet, que es un monstruo Argos de mil ojos y mil oídos, rápidamente le hicieron la quiniela: “Y si las ganas tú, ¿a quién nombrarías? ¿A Bertín Osborne, Villarejo, Billy el Niño y al obispo de Alcalá?” Tendrá que medir más lo que dice o decir menos cosas, porque como siga así se quedará compuesto y sin llave de la Moncloa y no podrá repetir la frase para la eternidad de su mentor, el presidente José María Aznar: “Humildemente, he hecho Historia”.

Si gana o casi y le apoyan la derecha y la ultraderecha, Albert Rivera, el hombre que nunca quiere ser menos, promete incluir en los planes de estudios una asignatura sobre la Constitución española; pero no explica si en las últimas evaluaciones habrá que aprenderse un capítulo que enseñe a saltársela, como dicen que hay que hacer y si pudiesen harían sus socios prioritarios de Vox, tal y como demuestra su llamémosle programa: las autonomías, el Senado, la ley de Memoria y la de género, la inmigración, el Código Penal... Todo eso sería dinamitado. Claro que cuando a él le preguntan si los ultras con los que va de la mano son anticonstitucionalistas, responde que eso habría que preguntárselo a ellos, pero que quien sí lo es, a todas luces, es Sánchez, ya saben, el mismo con el que firmó un proyecto de Gobierno cuando creía que él era el atajo más corto a las sillas azules del congreso y con el que, si los resultados se lo ponen a tiro, volvería a formar tándem, por España y porque se lo piden los bancos y las agencias de valores, que ya alertan de una crisis envenenada si el PSOE gobierna con Podemos, celebran la caída en las encuestas de Pablo Iglesias y siguen presionando para que haya un gobierno de los socialistas con Ciudadanos.

Es lo de siempre: los que han saqueado el país se ofrecen a salvarlo. Sobre todo, cuando en el río suena que, si los votos morados son más de los que esperan y desean, tendrían que pagar más impuestos, algo que les parece absolutamente intolerable: ellos están ahí para que el país les sostenga a ellos, no al contrario, a dónde vamos a ir a parar. Ya ven, los abanderados usan la bandera para esconder lo que roban y la fe no mueve montañas, sino intereses: los hipócritas siempre encienden una vela a Dios y otra para quemarle la iglesia, para recalificar el terreno y llevarse la plusvalía.

El 28 de abril, la suma de las urnas dará como resultado un espejo: lo que se vea ahí, será lo que somos. No me digan que no es como para pensárselo dos veces.

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