Telepolítica

Realidades alternativas en tiempos de guerra

Steve Bannon tiene un libro de cabecera. Se titula The Fourth Turning (El cuarto giro) publicado en el año 2000. Sus autores, William Strauss y Neil Howe, desarrollaban en él la que denominaban tesis generacional. Explicaban cómo, cada 80 o 90 años, EEUU había vivido un giro que completaba un ciclo recurrente. Básicamente, la idea se puede resumir en que, a lo largo de la historia, después de cada período de guerra se abre una etapa de necesaria reconstrucción que da paso a la bonanza. Sin embargo, la estabilidad acaba deteriorándose por el egoísmo y la avaricia inherente a la condición humana. En ese momento, se llega al cuarto giro que introduce a la sociedad en un período de enfrentamiento y desajuste que desemboca de nuevo en un cataclismo.

Esta corriente de pensamiento es habitualmente citada por Bannon para explicar la realidad norteamericana y de buena parte del mundo. Según su tesis, el yihadismo y la inmigración son los fenómenos que han provocado la última gran crisis mundial que ha acabado por amenazar la civilización occidental. El problema es que las élites corruptas controladoras del poder son incapaces de hacer frente a la seria amenaza exterior. Era inevitable una reacción inmediata. La llegada de Trump y el avance de los populismos en Europa se convierten así en la lógica respuesta para recuperar la estabilidad y dar paso a una nueva etapa de paz y sosiego.

Toda la estrategia política que se puso en práctica para el desembarco de Trump en la carrera presidencial estaba basada en su papel como el gran guerrero dispuesto a acabar con el deterioro de la vida norteamericana. “Nuestra gran creencia es que aquí estamos en guerra”, afirmaba Bannon en 2016. A partir de esta concepción, todas las reglas de conducta cambiaron. La idea central era que resultaba necesario que el pueblo se aglutinara frente a las poderosas élites para recuperar el bien común y se alcanzara una era de progreso. Trump, como inicio de su campaña, decidió declarar la guerra abierta a los medios de comunicación. “Soy el candidato contra los medios corruptos”, declaraba en sus primeras apariciones públicas.

Durante la campaña tuvo numerosos incidentes con reporteros pertenecientes a los principales medios nacionales. Expulsó de una rueda de prensa a Jorge Ramos, la figura más prestigiosa del periodismo hispano en Norteamérica, desencadenando un escándalo nunca visto. En su primera comparecencia como presidente negó la palabra a Jim Acosta, el corresponsal en la Casa Blanca de la CNN. “Tú, no. Tu medio es terrible ¡Cállate! ¡Cállate! No seas maleducado. No te voy a dar el turno de palabra”, le espetó. Jamás se había visto algo similar en la historia en la escena política estadounidense.

El mensaje de Trump a sus seguidores siempre era el mismo. Les explicaba cómo los medios eran el arma de guerra de los poderes corruptos de las élites. Había que enfrentarse a ellos y no había mejor forma de destruirlos que no seguirlos, que no verlos, que no escucharlos, que no leerlos. A cambio, sólo podían comunicarse a través de los medios afines como Fox News, de publicaciones digitales militantes como el Breitbart News de Bannon o, sobre todo, de las redes sociales que les mantenían en contacto directo como Twitter, Facebook o las comunidades de WhatsApp. La advertencia era clara: van a intentar atacarnos con mentiras y difamaciones. Los ataques que recibamos serán la mejor prueba de sus intenciones.

El día de la toma de posesión de Trump, los medios dieron las imágenes de la evidente menor asistencia de seguidores al evento que ocho años antes con la llegada de Obama a la Presidencia. El portavoz de la Casa Blanca entonces, Sean Spicer, afirmó en la rueda de prensa que había habido muchísima más gente en el acto de juramento de Trump que en el de Obama. El lío fue monumental. En mitad de la polémica, apareció Kellyanne Conway, la asesora más leal y cercana al presidente, y explicó ante la sorpresa general que Spicer llevaba toda la razón porque ellos manejaban “realidades alternativas” a las que difundían los medios tradicionales.

 

Confianza en los medios de comunicación, según el partido político con el que se simpatice

Los últimos datos sobre la confianza de los estadounidenses en los grandes medios de comunicación son especialmente llamativos. El 76% de los votantes demócratas confían ampliamente en ellos. A la vez, sólo el 21% de los republicanos mantienen su credibilidad en las informaciones que aparecen. Nunca se había producido semejante polarización. En la práctica, la sociedad se ha dividido en dos mundos aislados uno de otro a los que se presentan supuestas realidades diferentes y enfrentadas. De manera evidente, realidad solamente suele haber una. A veces, cuesta descubrirla si no dedicamos un poco de esfuerzo a contrastar las informaciones. Como reflexión final, viene a cuento la clásica cita de Tagore: “La verdad no está de parte de quien más grita”.

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