Telepolítica

Vencedores y vencidos en la batalla del 28A

El histórico resultado electoral del pasado domingo puede verse desde diferentes perspectivas. El día 28 no sólo la izquierda derrotó a la derecha. Había otros combates implícitos que se dirimían. Por una vez, una izquierda con el voto más concentrado pudo sacar ventaja del sistema electoral, frente a una derecha fragmentada. Es la primera vez desde la reinstauración de la democracia que los conservadores acuden a las urnas con tres partidos diferentes que han obtenido porcentajes de voto por encima del 10%. Debería ser una primera lección a tener en cuenta. En nuestra democracia, la unidad y la concentración de voto sale siempre favorecida frente a la división y la fragmentación. Evidentemente, esto no quiere decir que la uniformidad sea la forma más efectiva de hacer política. La solución está quizá en una reformulación de los partidos políticos tradicionales donde prime más la diversidad y la búsqueda de la suma de sensibilidades diferentes que la disciplina férrea y el pensamiento único. El problema de los partidos en España es que cada vez que han dado vía libre a fórmulas de plataforma o de confederación lo que ha acabado imponiéndose siempre es la lucha tribal por el poder y la aniquilación de aquellos con los que se debería compartir el territorio. Las empresas de éxito suelen cimentarse en la capacidad para sumar el mayor talento posible y una organización operativa. No sería mala estrategia para la práctica política.

El pasado domingo también se planteó una batalla frente a frente entre dos maneras de entender el discurso político. La derecha, desde la moción de censura contra Rajoy, decidió mantener una ofensiva asfixiante contra el gobierno de Sánchez, consciente de que cuanto menos durara la legislatura menos rédito podrían sacar los socialistas a su gestión. Desde el primer momento, se anunció públicamente una oposición durísima que recuperó la tensión y la confrontación social. La hipérbole, la mentira y la sinrazón han sido la base del mensaje de la oposición en los últimos meses. La derecha se presentaba a estas elecciones como la garantía para fortalecer un gobierno rendido ante el independentismo catalán, que negociaba oscuros acuerdos con el terrorismo etarra y que conducía nuestra economía hacia la quiebra. El estado español sigue exactamente en el mismo punto de estabilidad en el que quedó tras la aplicación del 155 con el gobierno del PP. No ha existido ni un solo acuerdo con formaciones independentistas vascas y ETA desapareció de nuestras vidas durante el gobierno presidido por Zapatero. La economía española es curiosamente una de las que mejor está resistiendo los primeros embates de la desaceleración que sufre Europa. La derrota de la crispación frente a la moderación ha sido una de las mejores noticias que pueden extraerse de los resultados del pasado domingo. En realidad, nadie ha hecho más por alentar el voto del miedo que el propio discurso de una derecha escorada hacia donde Vox ha marcado durante toda la campaña.

Una tercera batalla que se dirimía era el modelo territorial que debe conformar nuestro país. Los resultados han sido abrumadores. El discurso de Vox reclamaba el fin de las autonomías y la vuelta a un Estado recentralizado. El mensaje de PP y Ciudadanos no llegaba a semejante delirio, pero era absolutamente coincidente en marcar una posición de abierta confrontación respecto a quienes defienden ideas nacionalistas y mantienen sentimientos independentistas. El paradigma de esta línea política era la propuesta de ambos partidos para solucionar el conflicto catalán. El primer paso era la aplicación inmediata de un 155 más duro que el anterior que llegara a la intervención en el sistema educativo y que no tuviera plazo de finalización determinado. Los partidos nacionalistas e independentistas han cosechado en Euskadi y Cataluña unos extraordinarios resultados electorales, fortalecidos evidentemente por esa ola amenazadora lanzada por PP, Ciudadanos y Vox. Pero lo realmente curioso ha sido el resultado que este tripartito ha obtenido en estas autonomías entre los votantes españolistas. En Euskadi, PP, Ciudadanos y Vox no han obtenido un solo diputado. En Cataluña, la suma de estas tres fuerzas ha descendido de 11 escaños a 7. El PP ha pasado de 6 a 1 con Cayetana Álvarez de Toledo como ariete de la ofensiva anti nacionalista. Estos datos sólo tienen una posible interpretación. Los españoles que viven en Cataluña y Euskadi que no comparten ideas independentistas les han mandado un inequívoco mensaje a los partidos de la derecha española: “Por favor, no nos representéis”. Deberían reflexionar al respecto.

Una de las novedades de la campaña ha sido la abierta apuesta por un mensaje patriótico en la izquierda, ausente en anteriores convocatorias electorales. Pablo Iglesias ha recorrido toda España desde su vuelta al liderazgo de Unidas Podemos con la Constitución en la mano defendiendo su visión de lo que significan los valores nacionales de nuestro Estado. Pedro Sánchez no ha tenido problema alguno en reivindicarlo: “Soy español y estoy orgulloso de serlo”. En sus mítines, vídeos de campaña y en los debates ha defendido la españolidad de sus posiciones frente a la permanente acusación de la derecha de ser partidario de la ruptura territorial de nuestro país. El resultado de estas elecciones ha significado el triunfo del patriotismo frente al patrioterismo. El término patriotero hace referencia en castellano a quien alardea excesiva e inoportunamente de patriotismo. No cabe mejor definición del uso que desde la derecha se ha hecho del hecho de ser y sentirse español con orgullo. Esa visión frentista y excluyente de quienes creen tener el exclusivo derecho a marcar quién es español de bien y quién no es tan errónea como exasperante para quienes defendemos con convicción una España diversa y abierta donde todos caben, hasta ellos.

Finalmente, empiezan a publicarse los primeros estudios del sentido del voto según diferentes segmentos. Uno de los más llamativos es el referido a la edad. Llama la atención cómo algunas convenciones empiezan a derruirse. Entre los jóvenes de 18 a 30 años, según Sociométrica, el PSOE ha obtenido el 28,5% del voto, el mismo que obtuvo en el recuento general. La batalla entre la nueva y la vieja política ya no tiene sentido. Seguramente, la mejor prueba de que la bautizada hace unos años como “nueva política” ha triunfado sin paliativos es que ya no se aprecia tanta diferencia de perfiles entre los nuevos votantes. El problema de la novedad es que deja de serlo en muy poco tiempo. Los partidos tradicionales están obligados a ofrecer una alternativa regenerada que de cara a los futuros nuevos electores suponga un mínimo atractivo. En el caso de los partidos de reciente creación parece evidente que necesitan una permanente actualización de su discurso, ya que la etiqueta renovadora parece ser que se desgasta indefectiblemente si no se renueva.

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