Desde la casa roja

Un golpe a la memoria

No solo Madrid, el país entero tuvo miedo aquella noche del 19 de julio en la que se emitió desde el Ministerio de Gobernación, hoy sede de la Comunidad de Madrid en la Puerta del Sol, la voz de Dolores Ibárruri llamando a la resistencia: "¡Los fascistas no pasarán! ¡No pasarán!". Varias columnas habían salido desde la capital para llegar hasta las laderas de la sierra de Guadarrama, se había conseguido aplacar el golpe en algunas calles, pero ya habían caído otras ciudades en ese primer día de guerra: España estaba ya pintada en dos.

Madrid colgó casi al final de la contienda el cartel que todos conocemos sobre la calle Toledo con la plaza Mayor de fondo y, finalmente, mucho tiempo después, la ciudad acabó siendo "la tumba del fascismo", pero ni cómo ni cuando esperaban. Esta frase, el "No pasarán", ya tenía en 1936 veinte años. Se había utilizado por primera vez en la Batalla de Verdún, durante la Primera Guerra Mundial, Ils ne passeront pas! Es un grito de resistencia, pero también es amarga. Porque sí pasaron. Y lo que aquí pasó se llamó dictadura.

Escribo esta historia de aquello y sabrán por qué ahora, por el escalofrío en la madrugada del domingo cuando Vox colgó en sus redes ese "ya hemos pasao" sobre una fotografía del Ayuntamiento de Madrid. Burlón como el chotis que Celia Gámez cantaba a principios de los años cuarenta con los agujeros de las bombas aún en carne viva sobre el asfalto para celebrar la victoria franquista y aquella posguerra oscura. Un verso que forma parte de una canción difícil de escuchar sin tensarse para todo aquel que tenga una mínima noción de nuestra historia, un respeto a la memoria más reciente y crea en la norma política que nos articula y que llamamos democracia.

 

España ha sido muchos países y Madrid ha sido muchas ciudades. También aquella: "este Madrid de yugo y flechas", como cantaba la vedette. A estas alturas de nuestro olvido, todavía sabemos reconocer que algunos tiempos pasados fueron mucho peores que los que estén por venir: sean los que sean. Y aunque a la ciudad nunca le dejen terminar la escritura de sus memorias, Madrid  lleva encima su pasado y existen melodías que disparan alertas, aunque su único fin sea sembrar polémica. "La ciudad no cuenta su pasado, lo contiene como las líneas de una mano, está escrito en los ángulos de las calles, en las rejas de las ventanas, en los pasamanos de las escaleras, en las antenas de los pararrayos, en las astas de las banderas, surcado a su vez cada segmento por raspaduras, muescas, incisiones, cañonazos". Esto es un fragmento de Las ciudades invisibles de Italo Calvino.

¿Qué pasará con la memoria histórica de nuestras ciudades si los partidos que quieren derogar la ley acceden a municipios y Gobiernos autonómicos? ¿Volverán algunas estatuas ecuestres como vuelven las canciones viejas? ¿Se cambiarán de nuevo los nombres de las calles? ¿Los "buscadores de huesos", como llaman a los que exigen el ejercicio de la ley, regresarán a sus casas dejando para siempre a sus familiares bajo las cunetas preparados para la amnesia eterna? ¿Por qué es la memoria histórica uno de los primeros asuntos que se abordaron en Andalucía, donde gobierna una coalición de PP, Ciudadanos y Vox y donde se han retirado subvenciones y se han paralizado las búsquedas?

¿Es el relato de nuestro pasado la piedra de toque del presente político?

Hace un mes, este país votó contra algo. Y solo treinta días después, la ultraderecha parece un aliado natural que siempre estuvo ahí: ¿estuvo siempre? El asombro de Andalucía caducó hace meses. Antes de la medianoche del domingo, mujeres y hombres celebraban con abrazos su victoria contando con la mano de aquellos que dicen que ya han pasado. No es lo mismo concordia que injusticia. Dentro de poco el "no pasarán" ocupará el mismo lugar en las páginas que el "ya hemos pasao". Mientras la memoria siga rota, los facciosos pueden seguir burlándose con canciones.

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