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Detrás de la tramoya

El perro del hortelano

Aunque sucedió recientemente, conviene recordarlo:

En diciembre de 2015 hubo elecciones generales, que ganó el PP sin mayoría parlamentaria suficiente. No hubo acuerdo para la investidura ni de Mariano Rajoy ni de Pedro Sánchez. Casi todos los partidos vetaron al PP. Pero también al PSOE, que rechazó una oferta impostada de Podemos (aquella famosa rueda de prensa patética en la que Iglesias pedía vicepresidencia y ministerios varios sin siquiera planteárselo previamente a Sánchez). Ciudadanos vetaba a Podemos y Podemos a Ciudadanos. No hubo acuerdo de ningún tipo y hubo que repetir elecciones.

Tras la repetición, en junio de 2016, volvió a suceder básicamente lo mismo, y la respuesta fue también parecida. Ausencia de acuerdo que posibilitara la investidura ni de Pedro Sánchez, cuyo partido obtuvo un resultado incluso peor que seis meses antes, ni de Mariano Rajoy, que tampoco obtuvo apoyos suficientes, aunque tuviera más votos y más escaños que en los comicios anteriores. Buena parte del PSOE de entonces optó por defender una abstención total (o, como yo, meramente técnica, justo en los escaños necesarios), para desbloquear la situación y que el PP pudiera gobernar y el PSOE se mantuviera en el liderazgo de la Oposición.

Pedro Sánchez esgrimió entonces su famoso “No es no” y optó por bloquear la investidura de Rajoy. Sólo la brutal intervención de muchos de sus compañeros (la mitad de su Ejecutiva, que dimitió; Susana Díaz, dirigiendo la operación desde la bambalina; casi todos los llamados barones declarados en rebelión…), forzó la dimisión de Sánchez, su retirada y, finalmente, la investidura de Rajoy por la abstención de la mayoría de los socialistas.

Para los socialistas es duro recordar el desgarro con que se vivieron aquellos acontecimientos. Pero lo cierto es que fue gracias a ellos que Rajoy pudo ser presidente del Gobierno. Muchos pensábamos que era el momento de desbloquear la situación y permitir que Rajoy hiciera su trabajo. No necesariamente estábamos alineados con Susana Díaz en la batalla soterrada que en ese momento se libraba en el PSOE, pero creíamos que había una razón moral para permitir que Rajoy gobernara (había ganado las elecciones, era conveniente para el país salir del bloqueo y en el otro lado no había alianza posible), y también había una razón estratégica (todo anticipaba que de celebrarse unas terceras elecciones, el PSOE volvería a ser castigado, con más severidad aún). Tras abandonar su escaño, Pedro Sánchez volvió con tenacidad a la carretera, se presentó a las primarias de su partido y logró ganar a Susana Díaz, convirtiéndose en secretario general. Luego vendría la moción de censura y su repentina llegada a La Moncloa.

Recuerdo estos episodios porque la historia parece repetirse ahora, aunque sea en otros partidos. Asistimos al lamentable espectáculo del bloqueo, de los vetos directos o indirectos, del egoísmo y de la ambición más sectaria. Pedro Sánchez, es evidente, es el único líder que puede gobernar en este momento en España. Lo merece, además. Ha ganado las elecciones con contundencia, tras nueve meses de Gobierno sin sobresaltos y con un programa claramente moderado típicamente socialdemócrata. Enfrente no hay nadie que pueda articular un Gobierno.

Unidas Podemos pone como ejemplo su entrada al Gobierno valenciano para la negociación con Sánchez

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Pero las ambiciones personales no permiten que suceda lo que, antes o después, sucederá inevitablemente (afortunadamente, añado, aunque en esto no hay por qué opinar igual que yo): Sánchez será investido presidente. Ya sea ahora o tras unas elecciones en otoño que, de celebrarse, ganaría con más holgura aún. Sin embargo, como nadie está dispuesto a ceder en nada, se producen curiosos y perversos efectos. Por ejemplo: Ciudadanos y el PP no quieren que el Gobierno del país dependa de ERC, pero con su negativa a permitir la investidura de Sánchez, le obligan a contar con la abstención probable de los independentistas. Como el perro del hortelano. No te apoyo, y como no te apoyo te obligo a contar con quienes no quiero que cuentes. Lo mismo pasa con Ciudadanos y Unidas Podemos. “No quiero que Podemos ponga sus manos en el Gobierno de nuestro país”, dice Ciudadanos. Pero como no le presto al PSOE los votos que necesita para gobernar en solitario, le obligo a pensar en qué cesiones puede hacer a Pablo Iglesias.

Miremos lo que ha pasado en Andalucía. Juanma Moreno ha tenido que aceptar –entre otras cosas– que allí empiece a hablarse de “violencia intrafamiliar” en lugar de “violencia de género” porque finalmente ha tenido que contar con los votos de Vox, que exige que se respeten sus propuestas, como es natural. Sólo Manuel Valls o el PSC parecen actuar con generosidad, por ejemplo, en Barcelona. Anteponen la razón de Estado, orillan sus filias y fobias partidarias para evitar que un independentista como Maragall sea alcalde de Barcelona. Será que la causa del peligro secesionista lo merece, pero no lo merece la causa de la violencia machista en Andalucía o, en el conjunto de España, la causa de la mera gobernabilidad.

Esta semana, en público y en privado, algunos ilusos han sugerido que Pablo Casado debería dar a Sánchez los votos necesarios para que pueda ser presidente sin ataduras ni hipotecas, sin depender de Unidas Podemos ni de los independentistas, más o menos como hizo el PSOE –con enorme fractura interna– con el PP. Me temo que no lo veremos: aquí lo que está a la orden del día es el cálculo a corto plazo, el interés individual y no el colectivo, el bien del líder de turno y no el bien del país.

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