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En Transición

Jamás unas elecciones solucionaron nada

Nos empeñamos en ver el momento electoral como el punto álgido de la democracia. Incluso para quienes tienen posiciones críticas e insisten en completar las democracias representativas con mecanismos de participación y deliberación, el sufragio sigue centrando debates y miradas. No es para menos, si pensamos que la convocatoria electoral es el mecanismo por el que se designa a quienes habrán de tomar importantes decisiones sobre cuestiones públicas; pero tampoco es para más, sobre todo si alguien creía ver en los comicios la solución a nuestros males.

Jamás unas elecciones solucionaron problemas de fondo ni fueron capaces por sí solas de dar giros trascendentales a las cuestiones fundamentales de un país. El hecho electoral debería entenderse más bien como la toma de una fotografía, una instantánea que nos muestra el estado de opinión, y sobre todo de ánimo, de un país. Nada más y nada menos. Cosa distinta es lo que se hace después, a lo largo de todo el mandato.

Si se aplica esto a la actualidad, podrá entenderse el momento presente de constitución de ayuntamientos,  comunidades autónomas y el propio gobierno nacional como una descripción de ese estado de ánimo de la sociedad española. Ahora bien, ¿cuánto dura dicho instante? Probablemente lo que dura el flash. En tiempos de turbopolítica como los que vivimos, los estados de ánimo y de opinión se mueven a velocidad de vértigo.

¿Y esa foto es la misma en todas las convocatorias electorales? La evidencia nos dice que no, que cada imagen corresponde al caso concreto para el que es tomada. No hay más que ver la diferencia de resultados obtenidos por las diferentes fuerzas políticas y en todo el territorio entre las elecciones generales, municipales, autonómicas y europeas. Por lo tanto, el resultado electoral hay que verlo como una fotografía de la sociedad en un espacio y un tiempo concreto.

Con la obtención del retrato empieza el juego político de los pactos, que en sistemas multipartidistas como el nuestro es imprescindible. En su desarrollo, dos son los riesgos que corren cada uno de los partidos y el sistema en su conjunto. El primero y fundamental, la traición de la voluntad democrática. En buen número de ocasiones las matemáticas pueden conseguir extrañas combinaciones que den lugar a mayorías aritméticas ajenas al sentir general. Es cierto que esta voluntad es difícil de interpretar y más complicada aún de plasmar en políticas concretas, pero de su referente no deben alejarse los partidos si no quieren traicionar el espíritu democrático. De lo contrario se podrán dar situaciones como las que se están viendo en algunos municipios, en los que la diferencia entre el bloque de derechas y el de izquierdas es mínima, pero donde, al gobernar los conservadores con el apoyo de Vox, dicho partido puede imponer su ideario neofranquista y contaminar al resto, violando así una voluntad mayoritaria contraria a los valores de la extrema derecha. Cabe pensar que, si esto es así, será castigado en las urnas posteriormente, pero tal consecuencia no está garantizada, ya que el voto recoge una pluralidad de componentes que hace difícil esta traslación, aunque se trate de una perversión de la voluntad mayoritaria.

El segundo gran riesgo es la inestabilidad. Apenas unos minutos después de haber terminado los plenos de constitución de los Ayuntamientos, el Partido Popular anunciaba dos mociones de censura, en Huesca y Burgos, al haberse incumplido los acuerdos que tenían con Ciudadanos y Vox, lo que dio la alcaldía de Huesca al socialista Luis Felipe y la de Burgos al también socialista Daniel de la Rosa. Más allá de que las mociones lleguen a prosperar –lo cual es realmente complicado tal como están diseñadas–, los hechos nos dan idea de la precariedad de estos acuerdos. Pactos rozando el alero, prácticamente en el tiempo de descuento, y con buena parte de los contenidos sin concretar. El débil equilibrio puede saltar por los aires en cualquier momento cambiando el sentido de las mayorías establecidas hace apenas unos días.

Inestabilidad política y daños irreparables

No deja de ser paradójico que cuando más se incide en la necesidad de poner en marcha grandes políticas que aborden los retos inaplazables y urgentes que tiene la sociedad, más difícil vaya a ser conseguir las mayorías y la estabilidad imprescindibles.

Los límites de las democracias liberales representativas van a volver a sufrir tensiones. Para gestionarlas es importante pensar en herramientas que permitan afinar en la interpretación de la voluntad de la sociedad para plasmarla en acuerdos y que posibiliten la necesaria estabilidad. Se empieza a hablar de segunda vuelta, con sus ventajas en la estabilidad y sus desventajas por el deterioro de la pluralidad. Existen más sistemas a tener en cuenta; pero, mientras tanto, es importante tener presentes los riesgos y cómo pueden cuestionar al conjunto del sistema institucional.

En esta vorágine electoral de meses encadenados hemos obtenido una foto de la sociedad en cada municipio y en ese instante concreto, pero esto por sí mismo no soluciona nada, máxime si no atinamos a interpretar la voluntad de lo expresado en las urnas.

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