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Desde la casa roja

Más pasión, más cariño

El 5 de septiembre de 1970, Salvador Allende salió a los balcones de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile. Acababa de ganar las elecciones y los trabajadores y estudiantes celebraban el triunfo. Aquella intervención la cerró así:

“Les pido que se vayan a sus casas con la alegría sana de la limpia victoria alcanzada. Esta noche, cuando acaricien a sus hijos, cuando busquen el descanso, piensen en el mañana duro que tendremos por delante, cuando tengamos que poner más pasión, más cariño, para hacer cada vez más grande a Chile, y cada vez más justa la vida en nuestra patria”.

Encuentro este fragmento del discurso de Allende en un libro que compré a última hora en la Feria del Libro de Madrid, y es amargo leerlo; sabemos que a los hijos de Chile, tras aquellas caricias, no les llegó nada grande tres años después. Su título es Chilean electric (Minúscula, 2019), y es de Nona Fernández, una escritora chilena de la que hablé de pasada una vez en esta casa. Les escribo la anécdota de donde parte: la abuela de Fernández le contó con detalle cómo presenció la llegada de la luz eléctrica a Santiago de Chile siendo niña. Cuando accionaron el interruptor, la plaza de Armas se iluminó como un espectáculo de ilusionismo.

La autora decide rescatar esta historia para un libro de crónicas sobre Santiago que va a escribir y descubre que es imposible que su abuela haya presenciado “la ceremonia de la luz” porque nació veinticinco años después. De ahí arranca toda una reflexión sobre la memoria, sobre la oscuridad en la que quedan algunas historias y se iluminan otras, sobre la fijación del pasado y de cómo todas estas pequeñas anécdotas, también las que nos llegan completamente atravesadas por la subjetividad, conforman lo que somos. La anécdota es pequeña, pero el libro, aunque breve, es muy grande.

A la vez que leía Chilean electric, escuchaba las palabras de la ex alcaldesa de Madrid Manuela Carmena cuando se despedía de su cargo: hay que cuidar la democracia. Como una advertencia. Cuidar la democracia. Como una última orden desesperada. Cuidar la democracia: lo poco que tenemos. Lo dijo así: “Cuidar la democracia como cuidamos los afectos, las amistades, los amores y también las instituciones, que es la estructura de paz que permite la vida social, nuestras ilusiones y el desarrollo personal”. No me parece el discurso de alguien radical, la verdad, como gratuitamente señalan. Me recordó tangencialmente a Allende porque son palabras dirigidas más allá de la batalla política, son una bala que salta por encima de la última línea para perderse en el horizonte. Parece que nos estuvieran por fin mirando a nosotros cuando hablan.

Más pasión y más cariño.

Escuché a la expolítica y vi todo ese ansia de los que han llegado para negar que durante los últimos cuatro años una ciudad siguió existiendo, es más, que mejoró el aire, que mejoró la luz. Lo rápido que han bajado las banderas de la igualdad, las pancartas de los brazos abiertos. Lo rápido que se puede retroceder en cuestión de derechos civiles. Pasos en falso hacia todas partes. Aun estando diametralmente en el otro extremo de una idea: ¿estamos tan enloquecidos? ¿Siempre lo estuvimos? Tanto que lo primero que haces cuando llegas a tener tu territorio de poder es destruir aquello que nos hacía mejores. A veces, creo que de eso va todo, de negarnos pasados para construir una historia presente articulada solo en torno a los intereses de cada quien. Negar el pasado y, a la vez, acudir a según qué partes a conveniencia y distorsión. La gran mentira agujereada donde se permite decir de todo. Donde se puede destruir todo lo que una vez tuvimos o lo que podríamos tener.

Una persona no obvia que tiene una raíz, tampoco debería hacerlo una ciudad y tampoco debería un país. Es muy peligroso descontextualizar el presente. Nos vuelve más frágiles. Más fríos. Nos vuelve injustos.

Yo ya no sé qué pedirle a estos tiempos.

Cuidar la democracia.

Más pasión y más cariño. Pienso darlo.

Y también voy exigirlo.

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