Qué ven mis ojos

Han vendido su alma al diablo y ahora él tiene tres y ellos ninguna

"La ley de la democracia es que si le quitas sus derechos a algunos, se los quitas a todos"

Los derechos no tienen nada que ver con la política, no deberían tener nada que ver: se supone que en una democracia la ideología no tiene nada que ver con la justicia, que, sea la que sea la formación que tenga una responsabilidad de gobierno, su tarea empieza por garantizar la igualdad de las y los ciudadanos, por ponerlos a salvo de los abusos que sufren en las sociedades totalitarias de cualquier signo. Y de lo demás se puede hablar, pero de eso no. La justicia y la libertad están por encima de todo, son el fin esencial de una administración pública nacional, autonómica o municipal. Quien luche contra eso, quien trate de establecer leyes más propias de una dictadura que de un sistema constitucional, debe ser aislado y combatido. Eso es lo que no está pasando en estos momentos en España.

El regreso de la ultraderecha, propiciado por la supuesta derecha moderada del Partido Popular y la cada vez menos creíble tendencia de centro que decía representar Ciudadanos, ha traído a nuestro país una sombra de duda: ¿aún hay españoles que sientan nostalgia del pasado, que tengan una visión de la convivencia en la que unos mandan y el resto obedece y en la que el Estado tiene acceso a la vida privada de las personas? Porque de eso estamos hablando cuando hablamos, por ejemplo, de la guerra santa que le ha declarado Vox al colectivo LGTBI y en la que cuenta con el apoyo de sus socios de la plaza de Colón, que han pasado de conservadores a reaccionarios a cambio de un puñado de alcaldías.

Ciudadanos, con la inverosímil Inés Arrimadas a la cabeza, fue a la fiesta del Orgullo a provocar, a hacerse unas cuantas fotografías; básicamente, a mendigar un titular, a robarle el foco a los auténticos protagonistas y a reírseles en la cara. Y, por supuesto, a ejercer el mismo victimismo del que acusaban a los independentistas, en su caso y el de Albert Rivera, antes de huir de Cataluña, cuya arena o campo de batalla han querido trasplantar al resto del país, tal vez porque en ese terreno es donde siempre han crecido sus flores. La consecuencia, en cualquier caso, fue la única posible: que les echaron porque el zorro nunca es bienvenido en el gallinero; porque quien siembra vientos recoge tempestades; porque hasta la hipocresía tiene límites y no se puede engañar a todos todo el tiempo. A la salida, Arrimadas llamó a los manifestantes "fascistas", porque para ella lo es todo el mundo excepto sus aliados de Vox, sobre los que ha llegado a declarar que "no es ultraderecha sino ultraconservador". Pues resulta que ese aliado lo que pedía en la comunidad de Murcia era, entre otras cosas, derogar la ley LGTBI de la región. Cs y PP le han vendido el alma al diablo y ahora el diablo tiene tres y ellos ninguna.

Es de suponer que a Arrimadas también le parecerán fascistas todos y cada uno de los altos cargos y fundadores de su propio partido que se le están cayendo a Cs del árbol genealógico, en un goteo que amenaza con convertirse en el torrente que los va a arrastrar, porque Rivera, ella y su círculo más estrecho tienen un único mensaje: quien no está con ellos está contra el partido. Ya lo dijo Juan Carlos Girauta: aquí hay dos opciones, se acatan las normas de la Ejecutiva o se va uno a casa.

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Pide Arrimadas que dimita el ministro Marlaska por alimentar el odio contra su formación. También podría decírsele que mejor dimita ella por dejarse alimentar por Vox, con quien come en el mismo plato con tres cucharas y cuyo ataque frontal a los derechos LGTBI ya sólo está a falta de que, además de "fascistas", los llame "antiespañoles", que seguro que es un término que a Abascal y los suyos no les desagrada del todo. El socorro que ha querido prestarle el nuevo alcalde de Madrid, para demostrar que Génova sí paga traidores, ha sido un mensaje en las redes: "Rotundo rechazo a los sectarios que ayer acosaron a Cs. El Orgullo debe ser una fiesta de inclusión y concordia. Madrid es libertad, no vetos ideológicos ni escraches vergonzosos. Todo mi apoyo a Cs", dice Martínez-Almeida.

El problema es que para los socios de la plaza de Colón la suma da un resultado raro. Ilusión+concordia es igual a ultraderecha, es decir, Vox, es decir, quien les da alcaldías y comunidades a cambio de luchar contra derechos que no deberían tener nada que ver con la ideología, sino que debiera respetar cualquier representante público que merezca serlo. Se lo ha explicado muy bien Adriana Lastra, del PSOE: "La capacidad de manipulación de Cs llega a límites insospechados: tratan al Orgullo como una mani fascista, mientras la mani de Colón junto a Vox y La Falange la denominan constitucionalista".

¿Que por qué no os quieren los LGTBI? Porque no os los merecéis.

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