¡A la escucha!

La trampa de la moda rápida

Estamos en plena época de rebajas. Las tiendas están llenas de gente revolviendo en montoneras de ropa buscando no saben muy bien qué, nada en concreto y todo en general. Ir de rebajas es casi, casi una tradición: un plan de verano para los que todavía andamos en pleno julio por la ciudad y seguimos soñando con las vacaciones. En realidad, no vas buscando una ganga, en general y en contadas excepciones no hay nada imperiosamente necesario que tengamos que ir a comprar. Y seguramente acabaremos comprando una prenda que mucho me temo apenas nos durará una o dos temporadas.

A mí me pasa. Y admito que yo misma me he pasado un par de veces estos días por dos cadenas de ropa muy conocidas para renovar el armario, pero la sensación de entrar a una especie de escenario de guerra me agobia tanto que me bloquea: no veo nada. Soy incapaz de comprar porque me agoto sólo de pensar que tengo que esperar esa eterna cola en la caja. Ni siquiera me esfuerzo en buscar lo que tenía fichado antes de las rebajas porque o no está o no quedan tallas. Y es curioso porque las tiendas, astutamente, colocan lo rebajado amontonado, todo apretujado en muchas perchas, un montón de faldas o pantalones que ni siquiera están separados por tallas y justo al lado, lo último, lo que ya es de la nueva temporada pero que sirve perfectamente para la de esta, ropa que tienen perfectamente ordenadita, colocada por colores, y muy bien expuesta en los maniquíes, tentándote para que escojas eso y no la prenda en la que hay 20 personas más como tú rebuscando su talla.

Desde los años 80 las cadenas de moda lograron que las tendencias cambiasen cada vez a mayor ritmo. Cuando te habías acostumbrado al pantalón campana a la siguiente temporada llegaba el pantalón pitillo y lo que tenías en el armario ya no servía, así que necesariamente tenías que ir a renovar un armario en el que había de todo pero nada servía. Y así sucesivamente: cuando el pitillo ya era tu prenda fetiche volvía el campana y vuelta a empezar.

Y al final, la industria textil ha sabido generar todo un negocio de compra constante, que ya no sólo se ciñe a la temporada de invierno y a la de verano. Hay descuentos prácticamente durante todo el año, ventas especiales, descuentos por cambio de colección. Los precios se han rebajado tanto que vestirse a la última está al alcance de casi todos. Los outlet famosos que abren como setas en las afueras de las ciudades han ayudado aún más a ese consumo compulsivo de ropa. Y provocando al mismo tiempo un problema a nivel global.

La producción de ropa se ha duplicado entre el año 2000 y el 2014. De media, compramos un 60% más de ropa, ropa que cada vez nos dura menos. Sólo en Estados Unidos, según datos de Greenpace, cada persona compra cada año unos 16 kilos de ropa nueva, es como comprarse 64 camisetas. Algo insostenible a largo plazo porque la industria textil es, por detrás de la alimenticia, la que más contamina del planeta. Un dato: por cada pantalón que se fabrica se necesitan 3.300 litros de agua.

La expansión de la moda rápida no hubiera sido posible sin el aumento del uso del poliéster, un material relativamente barato, fácil de obtener y que se utiliza en el 60% de las prendas. Pero ese incremento del poliéster tiene un coste demasiado elevado: los combustibles fósiles se emplean en la producción del polímero y por tanto el poliéster de la ropa es el responsable de 282 mil millones de kilogramos de emisiones de CO2. El poliéster por cierto no se degrada fácilmente y cuando se lava libera microfibras sintéticas que en muchos casos llegan al mar y a los ríos.

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Así que la solución pasa cada vez más por reciclar, por reutilizar esa ropa que ya no usamos, que ha pasado de moda, que ya no nos sirve o que directamente ya no nos gusta. La mayoría de las veces acaban en contenedores o incinerada y la solución acaba siendo peor que el problema.

Hay empresas que están reutilizando los materiales. Están convencidas de que el 95% de la ropa que desechamos puede ser reciclada y mezclada con fibra de botellas y con otros materiales puede servir de nuevo como hilo para construir nuevos pantalones o nuevas camisetas. Calculan que se ahorrarían unos 43 millones de litros de agua fabricando ropa con esta técnica, además de evitar más vertidos contaminantes.

La solución es complicada y sin la implicación de la industria es difícil que salga adelante, pero si todos ponemos nuestro granito de arena, puede que funcione.

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