Desde la casa roja

Volver a votar

Caía la tarde sobre las copas de vino y dos de las cuatro personas que estaban sentadas alrededor de la mesa hablando de esto y de aquello dijeron que no irían a votar si se convocaban nuevas elecciones. A mí ya me han visto votar este año, dijo uno. ¿Qué esperan de nosotros?, dijo otro. Estos dos hombres no son los únicos ni están solo sentados en mi casa: “No pienso votar otra vez” es la respuesta de todos los decepcionados. Lo bueno que sale de esto es saber que, en política, todavía tenemos capacidad de decepcionarnos. Cuánta inocencia nos cabe dentro. Pero los decepcionados tienen mucho peligro. Aunque casi siempre sus razones sean grandes.

​La investidura de la próxima semana está en el aire y ya no se entiende muy bien a qué se ha jugado en esos salones a los que ni a ti ni a mí nos van a invitar nunca, qué miedos contra qué ideas, qué ideas contra qué planes, qué renuncias contra qué victorias, qué coalición contra qué cooperación. Sin pureza, sin partidos, sin nuestro ego político mediante (el nuestro, no solo el suyo): ¿de verdad van a tirar la misma baza de nuevo? Esta larga espera nos ha metido en un mes de julio que duerme ansioso por acabar de cerrar los libros y tirar todos los papeles del viejo curso. Ya ven, los que vivimos bajo el árbol de las dudas y no bajo el de las certezas, hoy no entendemos nada y estamos inquietos.

​Desde aquí fuera, donde el verano sigue su curso en desgobierno, parece que los dos políticos, Sánchez e Iglesias, en ningún caso quieran entenderse y la salida no llega por la puerta de mejorar un país, de mantenerlo alejado de la extrema derecha (que recordemos que existe, que es dura y que está aquí) y de no abocarlo al riesgo de repetir el Gobierno de su capital, sino de que los cálculos partidistas parecen propiciar de nuevo la ruptura y la desconfianza. ¿Tan difícil sería escuchar la necesidad de un país por dejar de presenciar una bronca permanente y polarizada y empezar a construir de nuevo? ¿Cuánto puede costar que PSOE y UP den un paso hacia el encuentro?

​A lo mejor es que ese PSOE y ese UP que podrían entenderse, en realidad, hace tiempo no existen.

​Si no hay acuerdo, si es verdad que hasta aquí llegaron las negociaciones como dice uno e ignora el otro o no hay abstención de los grupos necesarios después, entiendo la sensación de absurdo y el sentimiento de inutilidad de todos aquellos que votamos el 28 de abril. Y la desmovilización que va a seguir a esto. Mucha gente no va a volver a ir a las urnas para repetir el mismo voto a unos mismos candidatos con unas mismas propuestas y unas mismas ganas de no comprenderse. Unas nuevas elecciones serían la evidencia política de un nuevo fracaso de la representación de izquierdas. De la representación, no lo olviden. Pero no señalen así, evidentemente, el desajuste entre la gente y sus políticas.

​La politóloga Cristina Monge lo advertía el lunes en este periódico: una de las consecuencias de este desgaste será el descrédito de la política y la falta de confianza de la ciudadanía en sus representantes.

Y lo que es peor, la extrema derecha no está decepcionada. Porque ellos no se decepcionan. Y van a votar. Así que, pónganse de acuerdo, siéntense otra vez, comiencen a hablar y cierren de una vez esta página. Nuestros deberes ciudadanos se quieren ir de vacaciones en paz.

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