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Muros sin Fronteras

La obediencia (in)debida en democracia

El flamígero primer ministro británico, Boris Johnson, ha creado una especie de gabinete de guerra para lidiar con el Brexit​​​. Está compuesto por seis duros que defienden una salida sin acuerdo de la UE. Su héroe y referente, Winston Churchill, al que trata de imitar —con escasa fortuna—, creó un gabinete similar en los años cuarenta compuesto por personas de todos los partidos. Su mayor éxito fue unir a su pueblo en la lucha contra el nazismo, y ganar la Segunda Guerra Mundial gracias al esfuerzo bélico y humano añadido de EEUU y la URSS. Johnson no le llega a la suela de los zapatos, ni a la ceniza del puro.

El problema de los mentirosos es que terminan por creerse su propio cuento. Le sucedió a Pinochet en Chile en 1988 y a la junta militar uruguaya ocho años antes, que convocaron sendos referéndums para perpetuarse en el poder y los perdieron. Este tipo de escenarios de unanimidad falsificada son cada más frecuentes en democracia. Sucede, desde luego en los partidos políticos y en las empresas. Todo lo que rodea al líder, al jefe, o como le llamen, es halago y unanimidad. “Sí, jefe"; "como usted mande, jefe"; "me acabo de orinar en los pantalones de entusiasmo, jefe”, y todas las variantes que quieran.

La cúpula de mando se instala en la misma fantasía del líder, un ambiente feliz que dificulta la lectura correcta de la realidad. Sin entrar en siglas, que las hay, esto sucede en España. Algunos partidos solo aceptan hooligans y cheerleaders en sus filas. Entienden la lealtad por la adhesión inquebrantable. Esto cada vez se parece más a las pasiones que acompañan al fútbol, entendido como un juego en el que cada uno insulta al contrario sin reconocerle un solo mérito, y en el que ambos coinciden en que el árbitro es un cabrón (pueden elegir su propio insulto, estamos en democracia).

Churchill escogió a personas diferentes para tener un abanico de opiniones y porque se trataba de una emergencia nacional en la que primaba la unidad. Saber escuchar es esencial para tomar las mejores decisiones. Escuchar al que piensa diferente, claro, que la claqué de palmeros no ayuda a resolver los problemas, más allá de los del ego del jefe. Un estadista es capaz de rodearse de los mejores porque no teme que sean más inteligentes, porque su trabajo no es parecer siempre el más listo, sino lograr que la orquesta suene, que todos sus componentes toquen la misma pieza al mismo tiempo.

Johnson interpreta el papel de un tipo muy enfadado con la UE, que considera poco menos que traidora a su antecesora, y compañera de partido, Theresa May. Su pifia fue acordar un procedimiento ordenado de divorcio con Bruselas, que incluye el pago de las deudas correspondientes. Un Brexit ordenado está en el interés de los otros 27 países miembros y en el del Reino Unido. Para saberlo hay que saber escuchar a los que piensan diferente, a los empresarios y banqueros, a la gente. El pueblo británico no tiene nada que ver con el nuevo jefe de la bancada conservadora en Westminster, Jacob Rees-Mogg, un patricio tradicionalista y xenófobo. Es uno de los hombres más cercanos a Johnson.

Ese simulacro de gabinete de guerra ha preparado una gran campaña de propaganda para explicar al pueblo británico cómo prepararse para un Brexit duroprepararse para un Brexit duro, y qué hacer. En vez de dedicar su esfuerzo a resolver un problema que él y sus amigotes (además del tóxico Nigel Farage) han creado, parece que el nuevo primer ministro va a dedicar los tres meses que quedan para el 31 de octubre, fecha en que acaba el segundo plazo, a preparar a los británicos para la guerra de los mundos. No descarten escenas de pánico ni carestías de alimentos debidas al pánico. No es un primer ministro, es un incendiario. Pero como dijo su admirado Churchill, “cada país tiene el gobierno que se merece”.

El principal escollo es, además del cheque a pagar, la futura frontera entre la República de Irlanda e Irlanda del Norte. Hay tres opciones cuando se produzca la salida del Reino Unido: 1) Frontera dura, con sus controles, algo que pondría en peligro los Acuerdos de paz de Viernes Santo y reactivaría la lucha entre católicos y protestantes unionistas. Nadie lo quiere. 2) Seguir igual, ambos territorios permanecen en el Mercado Único y en la Unión Aduanera. Para Johnson esto supondría la pérdida de soberanía. 3) Unos mecanismos de protección (backstop) durante un periodo hasta que haya soluciones tecnológicas que permitan un control sin frontera. En esta transición, el Reino Unido y la UE compartirían un espacio aduanero único. En Irlanda del Norte se aplicarían el IVA y los impuestos especiales europeos en lo relacionado con mercancías y controles veterinarios. Para los brexiters duros esto es un truco para mantener atado al país después del Brexit.

Irlanda sigue siendo un problema, y lo será más a largo plazo porque fue junto a Escocia uno de los territorios del Reino Unido en los que ganó la opción de seguir en la UE, en el referéndum de junio de 2016. Escocia ya ha dejado claro que un Brexit duro activará su salida de la Union Jack. Todo este proceso del Brexit representa una excelente oportunidad de aprendizaje para los independentistas catalanes y para los nacionalistas españoles. Las fantasías y las mentiras no solucionan problemas, al contrario, los agrandan.

Repito este vídeo genial de Fascinating Aïda.

El asunto es que a corto plazo toda táctica suicida e irresponsable parece tener su público. En EEUU, el presidente Donald Trump insiste en sus mensajes de odio. El último contra un representante negro, al que insultó. Luego están los palmeros que se apuntan al bombardeo como el senador Rand Paul, que ha ofrecido pagar de su bolsillo el billete a Mogadiscio a Iham Omar, congresista estadounidense nacida en Somalia. Paul quiere que regrese a su país para que valore mejor las ventajas de su país de acogida. Todo porque es crítica con el presidente y sus políticas. Unanimidad, obediencia, ¿democracia?

Aquí tenemos a Marcos de Quinto, que se queja de que el PSOE, IU y Podemos no se inclinen ante el rey, como según él manda el protocolo. También sugiere un mayor castigo a Xabier Ugarte Villar, uno de los secuestradores de Ortega Lara, que acaba de salir de la cárcel. “No sé si 22 años en una cómoda prisión equivalen a 532 días de infierno”. Supongo que lo ha dicho de manera simbólica, por provocar un poco. La función de un dirigente político es calmar, no incendiar. Me resulta incomprensible que De Quinto haya hecho una fortuna en su vida profesional. Debe de ser que en su campo piden otro tipo de aptitudes. A la gente que piensa ya le cuesta bastante salir de pobre.

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