En Transición

También la política está aprendiendo

Abundan estos días mensajes en redes sociales y declaraciones de los líderes políticos afirmando sin cautela alguna cuáles son las intenciones de sus adversarios. “El PSOE nunca ha querido un acuerdo con Podemos” dicen algunos cuadros podemistas. “Podemos jamás facilitará un gobierno al PSOE”, afirman gentes socialistas. Seguidores de ambas formaciones se otorgan el poder de adivinar las intenciones de “los otros”. Esos otros que siempre tienen el 100% de toda la culpa, por supuesto.

Confío en que quienes lanzan estos mensajes lo hagan solo a efectos de presión, marketing y propaganda, como parte de las estrategias de autoafirmación de cada cual, porque de lo contrario estarían demostrando su falta de conocimiento de cualquier proceso de negociación, diálogo o como se le quiera considerar; aunque se crea que es sólo una simulación. El ser humano necesita explicarse la realidad y para ello acude con excesiva frecuencia a estrategias que le llevan a simplificar lo complejo. El problema es que en demasiados casos esa simplificación acaba falseando la realidad y se vuelve, por tanto, inútil.

Si el PSOE nunca hubiera querido gobernar con Unidas Podemos, ¿por qué le ofreció en julio una vicepresidencia y tres ministerios, corriendo el riesgo de que los morados aceptaran? ¿Por qué Pedro Sánchez sigue ahora en el proceso y lanza una propuesta nueva si en julio dijo aquello de que no habría septiembre? Y si Unidas Podemos jamás ha querido facilitar un gobierno del PSOE, ¿por qué impulsó la moción de censura que llevó a Pedro Sánchez a la presidencia del Gobierno? ¿Y por qué ha manifestado su intención de dejar de lado cuestiones clave para ellos como el referéndum en Cataluña, con el coste que eso les supondría? Más que adivinar las intenciones de los otros, conviene atenerse a los hechos dejando al margen las pasiones.

Sería más sencillo, para los analistas sobre todo, si estos procesos partieran de una posición inicial -aunque no se explicitara-, y siguieran un camino recto hasta conseguir el objetivo deseado. Sin embargo, cualquiera que haya tenido que acordar con otra persona algún asunto sabe que eso no es así. Las partes inician la negociación con unas preferencias, que a lo largo del tiempo van matizando y hasta cambiando de orden, llegando incluso a mover las inamovibles líneas rojas. Durante todo el proceso, además, se juega con escenarios diferentes y simultáneos, permanentemente abiertos hasta el último segundo. Para construir estos escenarios, se tienen en cuenta diferentes factores: la correlación de fuerzas en el interior de cada partido, el estado de ánimo que se palpa en la sociedad, las encuestas electorales, las presiones de los círculos de poder, etc. Con tales elementos, los negociadores hacen un cálculo de pérdidas y ganancias en las sucesivas situaciones. Y así se llega al minuto final, solo después del cual, a la luz de los resultados y de los detalles hasta ese momento desconocidos, podremos acercarnos a conocer las intenciones de cada cual.

El dramatismo con el que se vivieron las últimas horas previas a la sesión de investidura del 25 de julio hizo olvidar algo fundamental: el deadline, el punto de no retorno, el abismo, no era entonces. Ateniéndonos a la legislación, quedaban dos meses todavía para llegar a ese momento, que es el que, ahora sí, empezamos a vislumbrar. Aquella sesión se saldó con fuertes divisiones en el interior de UP y críticas a la estrategia de Pablo Iglesias por parte de Izquierda Unida o de Anticapitalistas, así como con un cierre de filas en el interior del PSOE en torno a Sánchez que hacía tiempo que no se veía. La sesión, aunque no arrojara resultados definitivos, dibujó un escenario nuevo determinado por la situación interna de cada partido que no es baladí.

Test de estrés al multipartidismo

Es esta trayectoria la que configura el contexto donde se crea el escenario en el que deben interpretarse cada uno de los pasos que se irán viendo los próximos días. No es tiempo, por tanto, de dar nada por concluido, y conviene mantener todos los escenarios abiertos. Tiempo para acordar, desacordar y volver a acordar hay suficiente todavía.

Flota en el ambiente una acusación general a los responsables políticos porque no están haciendo su trabajo, porque son irresponsables e incompetentes, o incluso frívolos. El exceso de personalismos, egos y tacticismo es tanto como la falta de audacia y de estrategia, sin duda. Pero el análisis debe incorporar otras preguntas: ¿Cuándo se han encontrado las democracias occidentales en situaciones como las que se están viviendo en la actualidad? ¿Qué generaciones vivas han tenido la sensación de inestabilidad, miedo al futuro y distopía que se siente ahora? ¿Cuándo se han visto los dos principales partidos en España obligados a pactar al menos con tres fuerzas para poder gobernar? ¿Cómo se garantiza el gobierno y la inestabilidad en este marco?

Es imprescindible señalar los excesos de vanidad y el desprecio por el otro que está generando el retorcimiento de una situación que nadie esperaba el 28 de abril, cuando buena parte de la población respiró aliviada. Pero un buen análisis debe plantear la hipótesis de que la política institucional, como la economía, o la propia supervivencia del ser humano sobre el planeta, caminan sobre arenas movedizas, y lo que es peor, se sabe. De ahí que, más allá de imaginar intenciones de unos y otros, se deba empezar a trabajar en la hipótesis de que los partidos, protagonistas de la política institucional, están también aprendiendo a jugar en el nuevo escenario. Y los procesos de aprendizaje, ya se sabe, requieren su tiempo. Si es más o es menos, eso sí depende de la inteligencia, pero ojo, sobre todo, de la inteligencia colectiva.

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