¡A la escucha!

La foto de la semana

En medio de tanto ruido, de tanta llamada, de tanto no pacto, de tanto no acuerdo, de tanto Brexit y de tanta alerta, hay una foto que en este río de información se ha colado en redes y periódicos y ha logrado hacerse viral. Una foto que desgarra el alma, que pellizca el corazón: la de una niña de sólo cinco años apoyando su mano en la espalda desnuda de su hermano de cuatro años y que está sobre la taza del baño, en pañales, intentando vomitar y completamente calvo. El pequeño tiene leucemia y su hermana, con sólo cinco años, 15 meses mayor que él, ha aprendido que a su hermano pequeño las medicinas que le dan para curarle su enfermedad le hacen sentirse mal. Así que si en mitad de sus juegos él necesita parar, se marea, tiene náuseas, ella se va con él al baño, para ponerle su manita sobre la espalda, para acompañarle, para demostrarle que esta batalla no la va a librar solo.

La foto la ha colgado su madre para contar lo que muchas veces no se dice de esta batalla, cómo afecta al resto de la familia. Cómo los hermanos o hermanas tienen que aprender a vivir echando de menos a su hermano, a sus padres, porque pasan más tiempo en el hospital que en casa. Pendientes de cada síntoma, de la evolución de una enfermedad que da miedo pronunciar su nombre pero que está ahí, comiéndose la infancia de su hermano.

Una imagen que deja todo lo demás en la categoría de absurdez, porque hablar de egos de políticos, de estrategias electorales, de juegos de equilibrios parlamentarios suena tan soez delante de esa foto que avergüenza. Porque mientras todo ese ruido sigue ahí fuera, en otra parte hay un montón de gente que lucha por seguir con su día a día. Por sobrevivir, por lograr que su precaria estabilidad familiar no se vaya al traste con una enfermedad que amenaza con devorarlo todo. También los afectos, las relaciones, las parejas, los sueños.

Desgraciadamente igual usted lo sabe, a mí también me ha tocado vivirlo de cerca, y de hecho, desde hace unos meses lo sigo viviendo. Gente valiente que aprende a hacer de esta batalla una oportunidad para cambiar su vida. Suena surrealista, y sí, absurdo también. Pero ocurre. Un diagnóstico así te hace pararte en seco y mirar dónde estás, preguntarte por qué sigues ahí, por qué te cabreaste tal día con aquella persona, por qué perdiste el tiempo en plantearte que lo mejor no era lo que tenías sino lo que te faltaba, sin saber ver que lo tenías todo y lo peor es que no eras consciente de ello.

Dos mujeres luchadoras me han dado una lección con esta enfermedad. A la primera también le tocó lidiar con ella teniendo la edad de Beckett, el niño de la foto, cuatro añitos. Fue en aquel momento cuando yo entré en su vida y en la de su familia. Ahora es toda una mujer que se come la vida a mordiscos, que valora cada momento, que busca la felicidad en cada situación. Y que, como Beckett, creó tales lazos con sus hermanas durante los meses y años que duró la enfermedad, que ahora las ves y las tres son una roca sólida, inquebrantable, puntal de la familia y una fuente de energía inagotable para muchos. La otra mujer sigue luchando, con una sonrisa de oreja a oreja, dejándonos cada día con la boca abierta, aprendiendo que esta batalla la va a ganar porque al lado tiene a gente maravillosa y a un equipo de profesionales que dan lo mejor de sí mismos cada día.

Porque de esto no se habla, de esto no se negocia en los despachos, no está entre los puntos inamovibles en las posturas de unos y otros, pero la investigación es necesaria, urgente y vital para esos enfermos, para seguir teniendo esperanzas, para seguir soñando, para sobrevivir. Investigación que sigue recayendo en manos privadas y que gracias al esfuerzo de laboratorios y profesionales que viven por y para su profesión, están dando minutos, días, años de vida a estos enfermos.

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