¡A la escucha!

Noches en vela

Completamos segunda semana de colegio y casi, casi, lo voy a decir muy bajito, podemos cantar victoria porque sólo hemos tenido dos emergencias nocturnas, de esas de llorera inconsolable y que acaban siempre con la frase “Mami, ¿puedo hoy dormir contigo?”. Esto es lo que hay, seguro que lo saben si tienen hijos pequeños, o no tan pequeños, porque los míos ya no lo son tanto, la verdad. Y es que este cambio de ciclo está costando más de lo que creíamos: centro nuevo, amigos nuevos, profes nuevos, sistema de evaluación nuevo. Hay demasiada novedad para esa personita que sufre con los cambios y que se angustia cuando no lo tiene todo más o menos controlado. Pero poco a poco, esto también se acaba aprendiendo.

Comentando con una amiga cómo lo llevaba, ella me decía que al suyo, que es bastante más pequeño que el mío, le pasaba algo parecido y con la misma súplica en la mirada: “Mami, ¿esta noche me dejas que duerma contigo?” Ay...

Tú estás deseando decirle que “sí, ¡claro!” ¿Cómo no? Si sabes perfectamente que te quedan dos noches contadas con los dedos de la mano para que ese cuerpecillo de niño que crece por momentos deje de ser achuchable y deje de querer dormir agarrándote la mano. Y luchas contigo misma para no ceder ante algo que sabes que no es del todo lo más conveniente: que lo recomendable es que aprendan a dormir en su cama, solos, que aprendan a gestionar sus miedos, sus ansiedades, sus nervios… Peeeerooo es irresistible la idea de tenerlos acurrucados en tu almohada, aunque no puedas moverte en toda la noche, aunque tres sea más que multitud en ese colchón enano. Así que sí, acabas cediendo, te dices que un día es un día, que lo que necesita ahora es tranquilizarse.

Es increíble cómo la llorera más terrible se puede calmar simplemente tumbándote a su lado y cogiéndole la mano. Son dos minutos de reloj los que tarda en calmar la respiración y empezar a coger el sueño. Es ahí, y sólo ahí, cuando crees de verdad que tienes superpoderes. Tú, que te pegas las noches en vela, intentando acabar con el insomnio, que no hay tilas ni pastillas que logren hacerte caer en un sueño tan profundo. Y es entonces cuando echas de menos la mano de esa persona que lograba despejar las pesadillas de tu niñez...

Me contaba esta amiga que la orientadora de su colegio le había dado vía libre para esas noches compartidas con mamá o papá. Que nunca estaban de más pero que había que darles las herramientas necesarias para que ellos se sientan también necesarios, poderosos. Así que le recomendó que de vez en cuando, fuera ella la que le pidiera a su pequeño si quería dormir con mamá, porque mamá necesitaba sus mimos. Hacerles ver que ellos también pueden protegernos y cuidarnos, a su manera, con sus sonrisas, sus abrazos, sus besos.

Esta semana la historia de cuatro niños que también aprendieron demasiado rápido y de una forma un tanto traumática que había que proteger y cuidar a mamá nos ha dejado a todos conmocionados. Cuatro niños que han visto cómo su madre moría asesinada delante de sus ojos, incrédulos, aterrados, porque el asesino era… papá. Sandra en su casa, cuando iba a llevar a sus hijos al colegio. Su asesino no sólo la mató a ella, acabó también con la vida de su hermana y su madre, tía y abuela de los pequeños. A las tres las disparó sin miramientos mientras sus hijos se quedaban petrificados dentro del coche.

Adaliz fue asesinada cuando llegaba a casa después de un día largo. También estaba con sus hijas, a punto de llegar al portal de su casa. La mayor, de 10 años, pidió ayuda a gritos en la calle, la pequeña, de ocho, llamó corriendo a emergencias, a la policía, a los sanitarios. Las dos desesperadas por salvar la vida que se le iba a su madre en cada cuchillada que le daba su padre. Cuatro niños que van a tardar mucho en lograr borrar esos segundos de su cabeza, que van a estar muchas noches en vela, sin una mano que agarrar para consolarse. Cuatro niños a los que este horror les ha arrebatado para siempre su inocencia y su niñez.

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