En Transición

Test de estrés al multipartidismo

La última fase de esta larga campaña en la que España lleva años embarcada empezó la noche del martes 17 de septiembre, cuando el rey comunicó que no había candidato que someter a la investidura de presidente del Gobierno. En ese instante quedó claro cuál iba a ser el eje de la campaña: estabilidad, gobernabilidad, solvencia.

No deja de ser paradójico que en tiempos en que lo único estable es la inestabilidad, se reclame por parte de líderes políticos unas garantías que no existen en ningún sitio, sin entender que la seguridad es algo que hay que construir mediante acuerdos, gestión de la desconfianza, una gobernanza adecuada, etc. Más bien están pensando en alcanzar una posición en la que el partido ganador disponga del margen de escaños suficiente para gobernar en solitario. En ese caso la estabilidad se conseguiría con la famosa geometría variable, pactando a un lado y otro del hemiciclo.

Conviene recordar que se vota mirando al futuro. Es decir, que uno de los elementos más importantes para decidir el voto es la consideración de quién será el partido idóneo para encarar lo que llega, y hoy lo que se teme que llegue es una nueva situación de bloqueo. En este tablero de juego, a priori son los dos partidos tradicionales, PP y PSOE, los que parten con ventaja. Tienen historia, son percibidos como organizaciones sistémicas, ajenas a las disrupciones, y están acreditados por años de gobierno en todas las administraciones, también en la Moncloa. Para ganar la partida ambos deberán caminar hacia el centro, buscando al elector enclavado en ese enorme espacio que se ha abierto a la derecha del PSOE, al haberse desplazado Ciudadanos notablemente al lado conservador. Se verá, por tanto, un PSOE más centrista y un PP más moderado. No es casualidad que al día siguiente de confirmarse que no había candidato posible, Casado comiera con Mariano Rajoy, en un claro guiño de recuperación del ala moderada del PP dentro de la estrategia de Aznar de aglutinar a las distintas corrientes de la derecha. Los conservadores han aprendido el precio de la división en elecciones generales, aunque este giro centrista les va a hacer saltar algunas costuras por la derecha más extrema, como ya estamos viendo.

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Ciudadanos y Unidas Podemos tendrán que diseñar una estrategia que les permita presentar credenciales sin perder su nicho electoral ni el discurso que les diferencia dentro de su bloque. A UP probablemente no les baste con erigirse en garantes de las políticas progresistas del PSOE evitando así que éste gire a la derecha. Ciudadanos tampoco puede recuperar fácilmente la posición de partido visagra a la que aspiraba hace apenas cuatro años. Más allá de los incondicionales de cada partido, el electorado necesitará entender lo que cada cual está dispuesto a aportar para evitar el bloqueo. En el caso de Unidas Podemos, además, teniendo en cuenta la posibilidad de que una nueva formación, liderada por Íñigo Errejón, irrumpa en algunas circunscripciones.

Las elecciones del 10 de noviembre se convertirán en todo un test de estrés de los nuevos partidos, y con ello del propio multipartidismo. Si las formaciones más jóvenes no resisten en un margen razonable de escaños y se confirma por tanto un rebrote del bipartidismo, la repetición electoral habrá operado como si fuera una segunda vuelta, esa que habitualmente se critica por reducir la pluralidad de la representación, y por lo tanto no reflejar fielmente la sociedad a la que representa. Si por el contrario resisten en un nivel considerable de apoyo, se ratificará que el multipartidismo ha venido para quedarse, y en consecuencia los partidos tradicionales habrán de aceptar que el acuerdo, en sus distintas versiones, es imprescindible. En buena parte de las Comunidades Autónomas y Ayuntamientos ya lo han entendido así.

Mientras tanto no esperen propuestas nuevas ni iniciativa alguna que no se conozca ya. En esta repetición electoral no hablaremos de políticas, sino de políticos. Esto no va de proyectos, sino de posiciones. No mirarán a la sociedad, se mirarán entre ellos. La gran duda es si quienes han de ir a votar no se han cansado ya del espectáculo.

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