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¡A la escucha!

2100

“Loquita”, “mal follada”, “estúpida”... Son sólo algunas de las lindezas que le han dedicado esta semana a Greta Thunberg. Se lo han dicho desde presidentes de gobiernos como Trump, hasta articulistas, ministros, medios de comunicación... Sus palabras ante la Asamblea de Naciones Unidas han generado cientos de comentarios durante la semana, han ocupado periódicos y artículos de opinión, en los que se le ha acusado de estar manipulada, de ser un producto fabricado por sus padres, de estar creando toda una generación de deprimidos por decir en voz alta lo que muchos piensan... Greta ha tenido que abrir el paraguas para aguantar el chaparrón que le ha caído encima. Supongo que estará acostumbrada, lleva meses siendo bandera de un movimiento juvenil en el que nuestros hijos sólo están pidiendo no pagar la factura de nuestro derroche y nuestra inoperancia, piden un futuro sostenible, acciones reales y efectivas para revertir la emergencia climática.

Su mensaje incomoda, y no hay mejor prueba que toda esa sarta de insultos que ha levantado, pero por encima de todo, su mensaje moviliza. Lo vimos este viernes, en las manifestaciones convocadas en 150 países y en la huelga que secundaron miles de estudiantes de todo el mundo, también aquí. En muchas ciudades los estudiantes dejaron las aulas para salir a la calle y pedir soluciones. Muchos se quejaban de que en el colegio no se habla de esto, que sus profesores ni siquiera tienen la formación adecuada para enseñarles qué hacer de forma individual y como sociedad para evitar que el cambio climático acabe con nuestro planeta. En Madrid, la manifestación terminó frente al Congreso de los Diputados. Querían llevar su protesta ante quienes toman las decisiones pero, paradojas de la vida, el Congreso estaba cerrado, el lunes se habían disuelto las Cortes y sus señorías están de nuevo en tiempo de espera.

Somos un país concienciado, nos lo han dicho también esta semana en un estudio en el que comparaban lo dispuestos que estábamos los españoles a pagar más impuestos verdes. Sí, queremos poner nuestro granito de arena pero no sé si llegamos a entender muy bien la dimensión de lo que nos están contando, si las luces de emergencia que llevan encendiéndose años, las hemos sabido leer bien. Esta semana también nos contaban que el nivel del mar sigue subiendo de forma imparable, y que de aquí a 2100, subirá entorno a un metro. 2100, demasiado lejos pensaron algunos. El cortoplacismo de nuestra vida, de nuestras políticas, de nuestras decisiones, nos hace pensar en lo que haremos mañana, la semana que viene y como mucho, en dos meses, pero poco más. Los políticos no piensan en grandes políticas que trasciendan las siglas y que supongan un cambio profundo de la sociedad. Todo se mide en votos, los que se pierden y los que se ganan adoptando tal o cual medida. Y lo demás, queda en segundo plano.

Bueno, pues si la fecha de 2100 nos suena demasiado lejana, pongámosle cara y nombre a las consecuencias de todo esto. La playa de La Concha desaparecerá. Quedará inundada por el agua. Esa playa a la que acuden cientos de franceses y turistas en verano, esa en la que estos días se fotografían grandes estrellas del cine, no estará. La playa del Sardinero, tampoco se salvará, en 2100 habrá desaparecido. Barcelona: el agua llegará hasta la estatua de Colón. Adiós a todo lo demás, que quedará bajo el agua. Cádiz se verá también inundada por la subida del nivel del mar.

Esto es lo que hay. Y bienvenidas sean todas las Gretas Thunberg del mundo que puedan alzar la voz y poner el foco en lo que nos urge. Esto tiene un plazo, señores, y no podemos seguir perdiendo el tiempo. Déjense de palabras, de estrategias, de discursos y relatos, y pongámonos a trabajar. Todos. En ello nos va nuestra supervivencia.

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