Qué ven mis ojos

Hay quien cambia de opinión porque es sabio y quien lo hace porque cree que los demás son idiotas

"No hace falta ser ornitólogo para saber que si algo vuela a la vez hacia la derecha y hacia la izquierda, es que no es un pájaro".

Julio Verne anticipó los viajes a la Luna y Jorge Luis Borges se vio venir a Albert Rivera, que sin duda es clavado a ese ser múltiple del que habla en El Aleph y que puede ser al mismo tiempo “un pájaro que de algún modo es todos los pájaros; una esfera cuyo centro está en todas partes y un ángel de cuatro caras que a un tiempo se dirige al Oriente y al Occidente, al Norte y al Sur”. O era él o es otro y se parecen como dos gotas de un agua que, en estos momentos, le llega al cuello al jefe de Ciudadanos, si es que hay que hacerles caso a las encuestas, los sondeos y la pura lógica: ¿o es que se creía que iba a salirle gratis venderle el alma al diablo de Vox, ser socio de esa gente que vitorea a un dictador, denigra a las Trece rosas, abomina de las autonomías o boicotea las manifestaciones de protesta contra la violencia de género? Esa gente que mueve sábanas y dice que son fantasmas, que grita para asustarnos que viene el lobo de otra guerra civil. Son la ultraderecha impura y dura, violenta de momento con las palabras y amenazadora, un calco de lo que han sido siempre los movimientos que tienden a usar la democracia contra ella misma. Y también son los aliados de PP y Cs en la plaza de Colón.

Capaz de lo que sea y con quien sea con tal de barrer algo para casa, de la noche a la mañana Rivera le envía cantos de sirena al PSOE pero a la vez monta una moción de censura en el Parlament con el único objetivo de poner a Pedro Sánchez a los pies de los caballos y hacerlo pasar por aliado del independentismo. Y luego, ya saben, se repite mil veces 155 hasta que sea verdad. A continuación, le ofrece a Ferraz diálogo, levantamiento de vetos y cortar los famosos cordones sanitarios como quien inaugura una calle; se muestra dispuesto a colaborar e incluso a un pacto de legislatura; pero al mismo tiempo vende una alianza electoral con UPyD y la vende en las redes como una “buena noticia para España” que le proporciona el “honor de compartir proyecto con personas tan valientes y comprometidas con la libertad como, entre otros, Fernando Savater o Maite Pagazaurtundua”, con lo que, de alguna manera, trata de arañar una parte de su prestigio, algo por otra parte común entre la clase política, donde abundan quienes sólo te acarician si es para robarte el reloj y sólo te dan una palmada en la espalda cuando estás al borde del precipicio.

En la carrera por la pista de la derecha nadie le da el testigo a nadie, porque el tríptico conservador forma un equipo que compite entre sí, de manera que Pablo Casado ha salido al corte con maneras de buen líbero, que es una clase de jugador que ya no existe, y ha declarado que él se paga otra ronda de lo mismo, que su partido también ofrece puentes a los socialistas si es necesario hacerlo después del 10 de noviembre. Pero la pregunta es por qué ahora uno y otro prometen que harán lo que sea para no bloquear la formación de un Gobierno. ¿Y por qué no lo hicieron cuando podían? Será porque entonces no estaban pidiendo el voto de los ciudadanos, y como esas papeletas tienen dos grandes defectos, que son un aval que se da por anticipado y que no se admiten devoluciones, pues los candidatos van tirando flores de camino a las urnas, intentando decir lo que creen que los demás desean escuchar. “Y si quiere dinero, / se lo damos también: / usted lo da primero / y nosotros después”, decía una canción.

Y claro, hay un runrún de fondo que es el coro que le canta a la destrucción de Unidas Podemos, una formación a la que PP y Cs dejan fuera de eso que ellos llaman “constitucionalistas”, igual que hacían hasta hace diez minutos con el propio PSOE, por cierto. Esa caza de brujas, esa cruz en la puerta violeta, ese proceso de aislamiento propio de un régimen totalitario, debería escandalizar a cualquiera que confíe en este sistema que todos defienden, pero sólo en las partes en las que les beneficia, y del que se creen propietarios en cuanto se cuelgan a sí mismos el cartel de estadista y se dedican a sacarse en procesión por el país. Y lo que les dicen a quienes les llevan a hombros ya lo sabemos: todo lo que no diga yo, es falso, y los que piensen de un modo distinto al mío, son antiespañoles, están fuera de la ley. Nos suena a algo y no era una canción bonita.

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