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Desde la casa roja

Corazón coraza y el 'coño insumiso'

Hubo una época en la que ponía a todo el que se dejaba El lado oscuro del corazón, una película dirigida por Eliseo Subiela (Buenos Aires, 1944-San Isidro, 2016). En ella, la trama sigue la vida cotidiana de un trasunto del poeta Oliverio Girondo, interpretado por Darío Grandinetti, por el Buenos Aires de allá de los noventa, su búsqueda de la mujer que vuela. No quiero saber cómo ha pasado el tiempo por ella: “No se me importa un pito”, que diría él. En esa película vi lo que todavía ahora entiendo como una fiesta latinoamericana, vi el río de la Plata desde el barco que lo cruza y que jamás he abordado, a esa Nacha Guevara flaca representando a la muerte pálida y persiguiendo a Oliverio mientras le perdona una y otra vez la vida por sus versos y le busca un trabajo decente, no de poeta: “Muerte puta, muerte implacable, muerte inexorable, muerte cruel”, le dice Oliverio al oído. A lo que ella responde con un niño en cada mano: “Vaya, un poeta que habla como un camionero”.

Oliverio tiene un amigo escultor que entra y sale de la cárcel a cada exposición por escándalo público. Su obra se basa en hacer reproducciones gigantescas de los aparatos genitales. Tiene asumida la posterior prisión y la multa. Sobre la insumisión le dice a una periodista: “El pueblo es incapaz de instrumentar respuestas frente a esa violencia sexual que supone la explotación”. Tiene mucho discurso y razón este personaje y, a la vez, mucha provocación. Otro dice acerca de la obra del escultor: “Esta exposición en Estados Unidos estaría patrocinada por American Express”. Hay una escena en la que Oliverio empuja un pene blanco de dos metros por la plaza de la República de Buenos Aires hasta la casa de una señora que lo ha comprado en la última exposición para llevárselo a su exclusiva residencia de verano en Punta del Este. La película tiene vanguardia y vale la pena por su guion repleto de versos de Girondo, Gelman y Benedetti, el bandoneón siempre de fondo y algunas escenas míticas. Mario Benedetti recitando Corazón coraza en alemán en un burdel de Montevideo: el auténtico poeta Mario Benedetti durmiendo a una prostituta con sus versos. Ya la quieren ver.

Me he acordado esta semana de la película y sus diálogos cuando he visto las imágenes del griterío a la entrada de los Juzgados de lo Penal por el juicio a la performance del Coño Insumiso. No podía creerme la estampa: católicos increpando a mujeres que portaban una vulva de cartón. Mujeres gritando a creyentes que se habían desplazado hasta allí para ajusticiar según su Credo.

Gritos, bocas abiertas, ofensa, dedos que señalan.

Enfrentamiento.

Violencias.

Recuerdo: el día 1 de mayo de 2014, fiesta del Trabajo, unas mujeres con una vulva de metro y medio salieron por las calles de Sevilla en procesión con ella en alza para, según han indicado, llamar la atención dentro de una performance reivindicativa por unas leyes laborales más justas. La llamaron Procesión de la Archicofradía del Santísimo Coño Insumiso y Santo Entierro de los Derechos Sociolaborales. Querían “poner a las mujeres en el centro de la Protesta del Día del Trabajo, visibilizar la desigualdad por el hecho de ser mujeres”. Aquel día 1 de mayo no hubo altercados, parece que convivieron lo religioso y lo pagano o las creencias y la exigencia de los derechos civiles, que a veces se empeñan en ser fuerzas contrarias. Pero un grupo católico con sede en Valladolid decidió denunciar la procesión y el juicio ha quedado visto para sentencia.

¿Hemos tenido un juzgado atendiendo un pleito sobre unas mujeres que llevaron una vulva de cartón por una ciudad? Lo tuvimos. ¿La libertad de expresión debería amparar a estas mujeres? Debería. ¿A quién ofende una vagina de metro y medio: a los sentimientos religiosos o al orden patriarcal? A quien pueden. La Fiscalía ha solicitado 3.000 euros de multa por un delito contra los sentimientos religiosos, mientras que la Asociación de Abogados Cristianos ha pedido un año de cárcel para cada una. Cárcel. El juez deberá valorar qué ha colisionado contra qué: si el derecho a la libertad de expresión contra el derecho a la libertad religiosa o al contrario.

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Y cuál es la batalla que se gana o se pierde y que enfrenta a la salida de un juzgado a católicos y feministas dibujando una estampa de sociedad enloquecida. Cuál es este absurdo siglo XXI que nos está tocando contemplar. Qué guerra es esta de lugar privilegiado. Ahora que una vagina gigante es una ofensa. Pero nunca lo es un hombre herido que sangra en una talla de madera. Más allá, pienso en el sentido profundo que pueda tener y la victoria o derrota posterior que obtenemos. Porque mientras el paso genital recorría Sevilla y las televisiones cubren la puerta de los juzgados y yo escribo sobre esto y hay un juez midiendo la gravedad de la ofensa de los sentimientos, tenemos un país donde la libertad de decir otras barbaridades en televisiones y parlamentos no tiene consecuencias jurídicas y debería tenerlas. ¿Dónde está la insurrección de este tiempo? Reconozcamos que la carencia de respuesta a veces viene del desconocimiento. Reconozcamos que hemos perdido tantos días en defender algunas expresiones que ya no tenemos ni las fuerzas ni la precisión para darles la réplica que merecen: la de apagar sus altavoces.

Acabo con estos versos de Juan Gelman:

Tú destruyes el mundo para que esto suceda,tú comienzas el mundo para que esto suceda.

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