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Muros sin Fronteras

El pacto es mejor que la victoria

Mi especialidad son los conflictos, no las sentencias del Supremo.

Comienzan mucho antes de la primera bala, del primer muerto. Su origen está en las palabras de odio. Me corregirán, “empiezan en la idea que genera la primera palabra”. Es posible, pero son esas palabras, su uso cotidiano, lo que normaliza lo que no es normal. Produce un adormilamiento contagioso que banaliza ese odio y destruye las defensas de la sociedad.

En las Españas se suman dos incapacidades: una débil comprensión lectora y que solo nos relacionamos con los que piensan igual. Solo seguimos en las redes sociales a los que refuerzan nuestras ideas (y prejuicios). Leemos periódicos y a periodistas que reafirman nuestra visión del mundo. Sucede también en las radios y televisiones. No soportamos escuchar una opinión opuesta que pueda poner en riesgo la nuestra, la de la tribu a la que pertenecemos. Subyace un miedo atávico a ser desterrados del grupo, al extra Ecclesiam nulla salus (fuera de la Iglesia no hay salvación), que tan bien le ha funcionado al Vaticano. Hay miedo a la heterodoxia y, en el fondo, a pensar. Es más seguro repetir una consigna. Este tic se adquiere en las dictaduras, y en las Españas padecimos una larga y dura.

Escribo “las Españas” para que todos se sientan incluidos, incluso los que odian la palabra. Es una ironía, una forma de provocación. La débil comprensión lectora lleva aparejada una incapacidad de reírse de las cosas serias y de nosotros mismos. En esto, los anglosajones nos golean. Estos días busqué los límites del humor en un momento emocional intenso con este tuit: “Es sorprendente leer tantas reacciones a una sentencia de 493 páginas en personas con seria dificultad de comprensión lectora en los 280 caracteres de un tuit”. Me llamaron arrogante, además de otras cosas.

Hay que reconocer que el grito del vídeo que encabeza este texto es una genialidad, una pena que el resto de las protestas haya derivado en violencia. Con las hogueras y el humo buscan parecerse a los manifestantes de Hong Kong, que defienden su libertad, pero pueden acabar confundidos con los chalecos amarillos, un batiburrillo que hace el juego a la extrema derecha francesa.

Hay que defender las palabras desde cualquier trinchera. Empezamos despreciando al equipo de fútbol rival y acabamos aceptando que se llame delincuentes a millones de migrantes que tratan de escapar de una guerra como la de Siria. No hay un “ellos” y un “nosotros” al hablar del terrorismo yihadista. Son los mismos muertos en Barcelona, Kabul, Saná, Islamabad, Mogadiscio o París.

No existe “un problema catalán”. En todo caso tenemos todos un problema en Cataluña. La preposición es esencial para empezar a buscar una solución. Más que un asunto de orden público, o de una minoría de exaltados, tenemos una grave crisis territorial y política por resolver.

Lo he recomendado varias veces. Se trata de un libro de lectura obligatoria para independentistas y no independentistas: Informe sobre Cataluña. Historia de una rebeldía (777-2017), del historiador José Enrique Ruiz-Domènec. El problema “en” Cataluña es doble y tiene siglos de tradición: defensores de las esencias contra los pragmáticos (interior-costa; mundo rural-ciudades) y de ubicación (¿solos o con quién), que es anterior a la creación formal de España. Cataluña es la historia de un difícil equilibrio entre el seny y la rauxa, entre el sentido común y el arrebato.

Son momentos de emoción, sobre todo en Cataluña. Los que se sienten tristes sobrepasan en mucho el número de independentistas. No soy catalán y también me siento triste por los presos, sus familias y por todos nosotros arrastrados en este torbellino. También deberían ser momentos de reflexión y de autocrítica en los partidos políticos nacionales, en sus líderes, en los medios de comunicación, en los tertulianos y periodistas que prejuzgaron los hechos calificándolos de rebelión, para llamar golpistas a los políticos presos y a sus seguidores, y atacar a cualquiera que pusiera en duda la existencia del delito.

Se arremetió contra la Abogacía del Estado y contra el Gobierno de Pedro Sánchez, al que calificaron de felón. Son los mismos que le exigen hoy un compromiso de que no habrá indultos, una figura legal, como lo son los permisos, el tercer grado y la condicional. La derecha pirómana es la que ha provocado este incendio. El pujolismo está en línea con los escándalos del PP: el poder no como un servicio, sino como una oportunidad de negocio privada y del clan.

Antes de tratar de solucionar un conflicto es esencial admitir su existencia, y conocer su naturaleza. Los conflictos se resuelven mejor a través del diálogo y el compromiso. El pacto es mejor que la victoria.

En Cataluña hay un número elevado de personas que desean la independencia. Según las encuestas, las de la Generalitat y otras, además de las diversas elecciones, permiten decir que la horquilla está entre el 44 y el 48%. No son lo mismo una encuesta y unos comicios autonómicos que un referéndum de independencia. Hay que dar una salida a la mitad de la población catalana que se siente desafecta sin crear un problema para la otra mitad. La polarización en la sociedad catalana es cada vez mayor, y esa es una realidad que debería preocupar a los líderes. Para iniciar cualquier diálogo es esencial que los actores políticos abandonen la ficción y aterricen en la realidad.

Las imágenes de la Diagonal en llamas no parecen la mejor publicidad para un procés que presume de pacíficoprocés. La revuelta está dirigida por una organización llamada Tsunami Democrático que actúa con mentalidad de comandos y se mueve en un secretismo revolucionario. Mandaron tomar El Prat y tras lograrlo se fueron todos a dormir a casa. Revolucionarios a tiempo parcial.

Lo ocurrido en otoño de 2017, más allá de los calificativos judiciales, fue un error porque carecían de mayoría social, fuerza y mandato. Decir esto no es una opinión, sino un hecho: no hay República y sus líderes reconocieron que se trató de un acto simbólico. Si los españolistas deben admitir que una parte importante de los catalanes se quiere ir, los catalanes independentistas deberían admitir que todo fue un sueño que se les fue de las manos, por no decir un engaño. Sus líderes no dijeron la verdad, no se atrevieron a defraudar a dos millones de seguidores. Había y hay miedo a la acusación de traición. Las "155 monedas de plata" siguen sobre la mesa. Las prisas conducen a la rauxa.

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Entre los autoproclamados constitucionalistas (si poca gente ha leído la Sentencia, menos han leído la Constitución) hay que trabajar por rebajar la tensión y empezar a construir puentes. En situaciones de enorme emotividad, como la actual, funciona mejor el diálogo discreto entre bambalinas. No ayuda el clima electoral que saca a pasear a los machos alfa. No me extrañaría una gran coalición PSOE-PP tras el 10-N, sin Ciudadanos para terminar de hundir a Rivera, con la excusa de Cataluña de fondo. Lo llamarían emergencia nacional.

España no es Canadá (Quebec) ni el Reino Unido (Escocia) ni Yugoslavia (Eslovenia, Croacia, Kosovo). Un referéndum no solucionaría el problema, aunque puede ser un instrumento eficaz al final de un proceso de diálogo. Después de lo ocurrido a Cameron con el gatillazo del Brexit, nadie en su sano juicio convocaría una consulta con la población tan polarizada. Si saliera “no” a la independencia por menos de un 2%, ¿lo aceptarían los independentistas? ¿Aparcaríamos el tema durante 20 años? Es vital pactar un acomodo de Cataluña en España con un nuevo Estatuto y una nueva financiación, y aprovechar para regenerar el sistema, volver a dotar de credibilidad a las instituciones. Necesitamos toneladas de valentía.

Si se negocia desde el seny (cordura)seny, habrá acuerdos, y posiblemente indultos. Se necesitan políticos audaces y generosos en Madrid y Barcelona, y tal vez el paso de una generación. De momento, vamos en dirección opuesta. Se producen situaciones tan esperpénticas como que desde la Generalitat se anime la protesta y a la vez envíe fuerzas antidisturbios de los Mossos para reprimirla “para evitar que los manifestantes pudieran ser acusados de sedición”. Meritxell Budó dixit. Si no fuera por la gravedad de los hechos, podríamos exclamar "¡Berlanga presidente!”.

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