Qué ven mis ojos

Los hombres de paja sirven para alimentar el fuego

"No escuches al cirujano, sólo mira si lleva un bisturí o un cuchillo de cazador".

Hay tres maneras de que algo no tenga solución: que no se pueda, que no se sepa o que no se quiera arreglar. En la política española, y sobre todo en el asunto de Cataluña, se dan los dos últimos supuestos, hasta el punto de que para explicarlo hay que cambiar la frase hecha: a veces, lo que tiene remedio además es imposible. ¿Por qué no se soluciona, entonces, el conflicto? Porque se niega que exista, como si lo que ocurre no viniese de ningún lado y las consecuencias no tuvieran una causa. En plena campaña electoral, eso sí, resulta más complicado disimular, y a unos y otros se les ve el cubo con el que no han venido a apagar las llamas, sino a llevarse el agua a su molino. Sólo les interesan los votos, al precio que sea y, literalmente, caiga quien caiga.

Allí y aquí valen más los intereses que las razones, a cada uno de los contendientes le ha importado poco a lo largo de esta historia de miedo el interés común, y mucho qué podían ganar los suyos, aunque para eso perdieran todos los demás. ¿O es que a estas alturas vamos a creernos, ni en Madrid ni en Barcelona, que entre las hogueras y las balas de goma no hay nada, ningún punto intermedio, ninguna silla donde sentarse a hablar? La mejor forma de que dos no se entiendan es que ninguno quiera. En esa estrategia de confrontación, mientras un Alfonso Guerra alardeaba de “haberle pasado el cepillo” al Estatut, un Pujol pasaba entre los empresarios el otro cepillo, el de las iglesias, y se quedaba parte de la recaudación. Y así todo.

Si no hubiera tantos con una bandera a modo de venda en los ojos y la caña de pescar en río revuelto en una mano, esto tendría que ser muy fácil de explicar: no al independentismo violento de fuego y adoquín y sí al derecho de ser independentista y pedirlo pacíficamente; no a las jaurías ultraderechistas de bate y machete; no a cualquier exceso policial contra unos manifestantes que son niños que hoy piden que se suspendan las clases hasta que se produzca la independencia y mañana serán los adultos que van a recordar todo esto pero decorado con un peligroso halo romántico; no a los lanzadores de vallas, bolas de acero, piedras y botellas contra esos mismos agentes; no al atorrante Torra, que demuestra que los hombres de paja sólo sirven para alimentar las llamas; no a los pobres diablos que sueñan con crear un gran incendio que les dé brillo, tipo Cayetana Álvarez de Toledo, que, aparte de hablar a todos los españoles como si fueran el servicio, demuestra que el único escaño que sacó en Barcelona le queda grande. Dejémoslo aquí.

El actual presidente por accidente de la Generalitat tal vez sueña con ser inhabilitado, o quién sabe si incluso detenido, y de esa forma salir del despacho como un héroe entre las ruinas, en lugar de como un muñeco de Puigdemont al que en cuanto se le ha dado cuerda ha vuelto a ser él, es decir, aquel que llamaba al resto de los españoles “carroñeros, víboras, hienas, bestias con forma humana” que sienten “un odio perturbado, nauseabundo” por Cataluña y representan “un pequeño bache del ADN.” Gente de paz. Rajoy fue una fábrica de independentistas y él y su mentor una fábrica de ultraderechistas, así que, una vez más, empate a todo. Seguro que, de un lado y del otro, tiene que haber gente mejor, más capacitada, menos hipócrita y con más ganas de solucionar lo que está mal y, como casilla de inicio, con ganas de respetar a aquellos con quienes no se está de acuerdo.

Mientras eso ocurre, nos seguimos moviendo en círculos, la retórica derrama su líquido inflamable sobre casi todas las conversaciones y hasta las palabras más nobles se vacían de significado: libertadpacífico y así hasta llegar al tsunami democrático, que ni viene del mar ni de las urnas, sino de tierra adentro y de unos contenedores de plástico con los que se simuló un referéndum que era ilegal, sin duda, pero que en Madrid se decía que no existió y al mismo tiempo se mandó disolver con antidisturbios. Todo es un despropósito, empezando por la sentencia desmesurada a los líderes del procés y la obstinada negación de que hay muchos no independentistas que también protestan contra esa condena.

Porque la pregunta de fondo es si alguno de los intérpretes de este drama piensa en algo que no sea su beneficio y si la desgracia ajena se instrumentaliza para llevarse el gato del poder al agua. A algunos patriotas ya hemos visto qué poco les importaba su país a la hora de saquearlo y ahora vemos que a otros no les tiembla el pulso a la hora de destruirlo. Igual son los mismos, sólo que con otro nombre.

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