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Desde la tramoya

Orgullo de país, vergüenza de familia

Como era de prever, la prensa del mundo entero ha cubierto la exhumación de Franco como lo que es: un poderosísimo símbolo. Sin implicaciones prácticas de ningún tipo (nada cambia en realidad, excepto en el plano puramente emocional), pero sin embargo de trascendencia histórica. Los medios internacionales ponen el momento en contexto. En una España vista desde fuera como un país en crisis institucional, incapaz de dotarse de un Gobierno estable, castigada por el independentismo catalán en vía muerta, angustiada y desconfiada.

Esa mirada exterior, siempre más desapasionada que la nuestra, nos devuelve la imagen de un país interesante: que durante medio siglo, desde que murió el dictador, ha hecho un pacto de silencio para superar su pasado. Franco murió por causas naturales en la cama; su sucesor, el rey hoy emérito, lo enterró en Cuelgamuros con todos los honores, pero luego puso en marcha la Transición; los socialistas y los comunistas aceptaron “olvidar”; y los españoles de entonces, mayoritariamente pasivos ante lo que pasaba, asumieron con gusto la llegada de las libertades, la entrada en la modernidad política y el fin del aislamiento europeo. No lo hicieron nuestros padres tan mal: el golpe de Estado del 81 fue una opereta ridícula, no hubo grandes líos en las calles y nuestra Transición se convirtió en modelo, aun con todas sus dificultades.

Pero era obvio que algo estaba por resolver: los muertos en las cunetas, la permanencia de los símbolos de la Dictadura, la reparación de la memoria de los descendientes de los perdedores. Me gusta contar que a mi abuelo, un sencillo comerciante sin adscripción política, asesinado en el 37 por “los rojos” en Villarrubia de Santiago, Toledo, le honraron poniendo su nombre en la “cruz de los caídos” en la plaza mayor. A mi abuela viuda con menos de 30 años le dieron una Administración de Lotería en la capital, y a mi madre una educación de élite en el Colegio de las Nobles Doncellas. Tuvieron la desgracia irreparable de la muerte del padre, pero la fortuna de haber caído del lado de los vencedores.

Nada de eso pasó con los que luego fueron mis familiares y allegados asturianos. Con abuelos enterrados en fosas comunes, castigados con la persecución, enviados al exilio, obligados a la humillación durante la Dictadura primero, y luego de una Transición inconclusa por aquel “pacto de silencio”.

Por eso, aunque no vaya a cambiar nada en la práctica, hoy es un día realmente importante en la historia de España. A través de una impecable liturgia de exhumación, quirúrgicamente dirigida por el Gobierno, se honra a aquellos perdedores de la guerra, resistentes al golpe de Estado, luchadores por la libertad.

El puñado de franquistas que se acercaron a la verja de Cuelgamuros, el penoso Antonio Tejero exhibiéndose ante las cámaras en Mingorrubio, las banderas franquistas apolilladas… todas esas anécdotas de opereta, no hacen sino certificar lo orgullosa que la mayoría puede estar de nuestro país: desenfadado, irónico, tolerante como ninguno. Aunque tengamos muchas cosas que resolver aún, aunque ese orgullo no sea el mismo para los hijos, los nietos y los biznietos que aún no pueden enterrar a sus muertos.

La vergüenza que nos da ver a los familiares de Franco defendiendo aún el legado del dictador, riéndose del Estado obstaculizando hasta ayer la exhumación, manteniendo la propiedad de bienes robados al país, luciendo en la prensa rosa… toda esa vergüenza enseguida la convertimos en ironía y la acumulamos a nuestra satisfacción. Familia, podéis seguir gritando ¡viva Franco! como ayer, exhibir vuestras banderitas impostadas en la solapa, pavonearos arrogantes ante el país que os observa. Pero lo cierto es que hoy sois vosotros quienes habéis perdido la Guerra. Muchos años después, el dictador pierde la Guerra y sale finalmente del ignominioso lugar en el que estaba. Lo podéis disfrazar como queráis. Pero de algún modo, aunque hayáis contado con la generosidad del Estado, hoy solo podéis agachar la cabeza y asumir la derrota. Habéis perdido vosotros. Gana la dignidad y perdéis vosotros.

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